jueves, 13 de septiembre de 2012

En el corazón del cristianismo


EL AMOR SOBRE TODO
          Coinciden las lecturas de hoy en esa base fundamental del amor, expresado en muy diversos contextos y particularidades. Y cómo los conocimientos tienen que ceder ante el sentir profundo del alma…, o tenemos que saber conocer con el corazón, que es una diversa manera de “saber”.  San Pablo (1 Co 8, 1-7; 11-13) hace unos retruécanos interesantes: “el conocimiento engríe; el amor edifica”.  Si alguno cree conocer algo, eso significa que aún no conoce como es debido”.  ¿Por qué todo esto?  Por un tema aparentemente muy simple…, y sin embargo que “trae cola”. El tema en cuestión es comer de la carne “consagrada a los ídolos”.  El puro conocer nos dice que eso no es ni significa nada, porque los ídolos son nada y por tanto nada varía esa carne de otra carne.  Hasta ahí el puro conocer. Ahora surge una cuestión, que Pablo plantea en primera persona: Yo voy a una comida en la que la carne que ponen ha sido ofrecida a un ídolo. Podría comérmela con toda tranquilidad porque eso no me dice nada.  Pero tengo junto a mí unos hermanos que sí creen en ello, y que si como de esa carne les dejo la apariencia de que estoy en comunión con el ídolo (o con los seguidores del ídolo).  Entonces el puro saber mío de que es una tontería, no me justificaría en comerlo, porque esos hermanos sufrirían escándalo. En conciencia, pues…, en conocimiento del corazón que valora al hermano…,  que valor AMAR, no comeré de esa carne nunca más.  ¡Y bien sé yo, dice Pablo, que Dios sólo es Uno, Creador, Salvador y quien ha purificado todo y está por encima de nimiedades humanas!  Pero también sé que Dios es amor y valora mucho más el amor que los puros conocimientos, por muy sublimes y exactos que sean!
             El Evangelio está también en esa órbita concreta en la perícopa de hoy.  Y va más allá: el amor a los enemigos, el dar aun más allá de lo indispensable (porque se trata de amar y el amor no puede admitir fronteras).  Si sólo supiéramos amar como cualquier persona sin fe y sin Cristo, no estaríamos sobrepasando los límites humanos de la vulgaridad.  Y el cristiano ha de sobrepasar esos límites, porque el metro-patrón que tenemos es el ser misericordiosos como nuestro Padre es misericordioso. Y a partir de ahí , y aunque no lo busquemos, vamos a recibir la correspondencia a ese amor.  Para quien ama aun por encima de sí mismo y de sus intereses, la medida que recibirá en correspondencia es una medida generosa, colmada, remecida, rebosante.  Y, dentro de las excepciones, aun humanamente uno recoge según siembra, porque la medida que usamos la usarán con nosotros.  ¡Cuantas veces nos quejamos de los “otros”. Mientras no tengamos la capacidad de auto-reflexión e interiorización muy sincera de entrar dentro de nosotros, de nuestro corazón, de los recovecos y repliegues de ese corazón, será muy difícil que acertemos en el juicio equilibrado.  Por eso tantas veces tenemos que arrepentirnos de haber ido más lejos en nuestras maneras de juzgar.  Y es que, en el mejor de los casos, el mejor juicio de los otros es el que no se hace.

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