Lc 21,1-4
Creo que muy bien podremos sintetizar este día en una expresión casi tópica: EL VALOR DE LO PEQUEÑO. Muchas grandes ofrendas, y muchas –quizás la mayoría ¿por qué no?- de muy buena fe. Gentes responsables que contribuían así a las necesidades del Templo y de sus sacerdotes. [¡Ya aprendiéramos!]
Pero lo que atrae la mirada de Jesús es el realillo de la viuda pobre. Cierto que con eso no va a sacar de apuros a nadie ni a nada. No se trata de ello. Pero ella da la lo que tiene: “lo que hoy tenía para comer” Eso es lo que vale un imperio. Eso es lo que llega más allá del Templo, porque llega al mismo Corazón de Dios.
He visto en la otra lectura a Daniel y sus compañeros que, por ser fieles a su ley- renuncian a una comida especial y proponen al encargado que les den simples legumbres…, y luego compare… También Dios mostró ahí el valor de ese gesto de la fidelidad pequeña, y estaban más lustrosos que los que comieron manjares.
El valor de un beso, de una caricia.
El valor de una palabra afectuosa a tiempo
El valor de un matrimonio que se miran como el primer día.
El valor del que se interesa por un grano que sufre un amigo.
El valor del ofrecerse a acompañar a alguien.
El valor de aceptarnos como somos.
El valor de no juzgar a la primera de cambio, por las apariencias y sin conocer razones.
El valor del amor aunque no se ven dos amigos en tres años.
Siempre pienso –me sale solo. El valor de la gota de agua que se echa en el vino del cáliz. La gota no vale nada. No tiene precio. Pero al caer en el vino, ya es VINO QUE SE CONSAGRA, ya es redención desde lo imperceptible. Para mí es una figura incuestionable y, aunque su valor litúrgico no sea apenas nada, el valor del hecho es como el realillo de la viuda pobre: doy de mí lo único que tengo hoy. Y en esa “monedita”, va la vida entera…, lo que hoy me hubiera dado para comer.
Pienso que si no somos capaces de ser fieles en las cosas muy pequeñas, ¿Cómo vamos a aspirar a las grandes?
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