domingo, 13 de noviembre de 2011

UN DOMINGO DE ENSUEÑO.- 33 A., T.O.

Aquella mujer hacendosa era la gloria de su marido y la seguridad y calor de quienes estaban bajo su influencia: huso en mano, ánimos abiertos, corazón al viento, y ese sentido gozoso de “hacer” y no cruzarse de brazos. De una parte, consigue sus ahorros; de otra parte, tiene a los suyos a cuerpo de rey. Lo de menos es si era un maniquí para una pasarela de “La Cibeles”. El final, como una apoteosis, dice esa 1ª lectura: “Cantadle por el éxito de su trabajo; que sus obras sean para alabanza pública”.
Estamos –bien lo sabemos- en esa recta final del año litúrgico, señuelo de la vida: sencillamente SE ACABA. Pero mientras se acaba, hay tareas que realizar. Y el “amo” le da a un empleado 5 responsabilidades a llenar y desarrollar durante su ausencia. Tiene espaldas para 5…, pues tiene ahí labor por delante.
Sin establecerse en el texto diferencia alguna de graduación de valores e importancia, el amo sabe que el otro empleado tiene menos capacidades que el primero. No pasa nada. Cada uno puede lo que puede, y el amo conoce a su gente y le da las dos responsabilidades que puede llevar con holgura.
Y el otro, más tímido, menos dotado, más pusilánime, recibe una sola responsabilidad; la que amo sabe que puede llevar.

Pasó el tiempo, y cada cual vino a rendir cuentas de su vida. El de más anchas espaldas, ha trabajado, se ha ilusionado, ha llevado con agrado “tener espaldas para trasladar pianos”, y viene con sus frutos en las manos. El amo se siente satisfecho y lo introduce directamente en el Banquete (ese símbolo del Cielo, muy usado en el Evangelio). Y llega el de dos responsabilidades recibidas, y también ha cubierto el objetivo. Su lugar, pues, de hombre fiel, está en el banquete, ni más arriba ni más abajo que el de cinco.
Y me voy a inventar –de momento- al pusilánime. Llega, y con timidez dice: Amo mío: soy para poco; valgo poco, tengo poco arte para todo. Pero mi responsabilidad está cubierta y he hecho ese poquito que yo sabía y podía hacer. Y el amo lo lleva al Banquete al par de los demás. Han cubierto los tres su objetivo, y el amo, que es inteligente y “sabe lo que hay en el hombre”, los pone en aquellos puestos del banquete. Como la mujer hacendosa (las hay más capacitadas y menos, pero decididas y valientes, que honran a sus maridos, a sus casas y a sí mismas, lo mismo si tejieron 5 túnicas o sólo una).

Pero la parábola no acaba así: el de “una responsabilidad”, en realidad no es responsable. En su timidez cómoda, viene simplemente a decir: no he arriesgado nada para que no pierdas nada, amo mío. Aquí tienes lo tuyo. No perdí nada. Y el amo sufre la absurda inutilidad voluntaria y falsamente humilde –cómodamente “tranquila”- del siervo, y el amo tiene que llamarle la atención: Te conozco, sé lo que puedes y te encargué de acuerdo con lo que puedes. ¿Por qué has desperdiciado tu responsabilidad en el falso juego de: yo no valgo, yo no sirvo, yo soy capaz, no arriesgo con lo que es de mi amo… Por eso, le dice el amo: pues no puedes pasar al banquete, donde tenías tu sitio reservado.

San Pablo le pone nombre propio a todo esto: la muerte es una realidad que llega; es EL DÍA DEL SEÑOR, que viene para dar paz y seguridad. Vivid en la luz, sin esconderse bajo las timideces y falsas humildades. “No durmamos”; estemos vigilantes con 5, con 2, con uno o con medio.

Yo concibo la Comunión como la semilla que plantamos en la tierra y cuyo tallo está dirigiéndose recto y vigoroso hacia el Cielo, donde finalmente grana, y abre su espiga en los mismos brazos de Dios. No concibo la Comunión que se despega de las lecturas, y crece mustia, sin contenido, sin vigor, y –al final- ni siquiera llega a granar, y menos aún en los brazos de Dios. Y me temo que hay más de una comunión “de pañuelo” cerrado, que se queda en la boca y no fructifica en el alma…, no llega a rozar su destino. Hoy todavía nos abre a la oportunidad. APROVECHEMOS.

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