martes, 15 de noviembre de 2011

15 novbre. CUANDO LLEGA LA SALVACIÓN..., o LOS OJOS DE JESÚS

Lc 19, 1-10
Cada vez me enamora más este pasaje. Y según las circunstancias, mucho más.
Hoy sigue en la liturgia del día a un inmenso Eleazar Macabeo, de una dignidad humana y religiosa, de una clarividencia y una actitud noble, que poco aprecia él la vida, si eso fuera a costa de un chanchullo exterior (que le pedían por “sentimiento caritativo hacia él sus propios “amigos”). Eleazar ve que sería una ignominia ceder de su fe y disimularla para evitar su muerte violenta.
De ahí a Zaqueo no me resulta difícil saltar por “contradicción” y por “superación”.
Para indigno, Zaqueo, el usurero que sirve más a los romanos que a su pueblo; el “enano” que ni puede ver porque hay demasiado “gentío” alrededor para asomar su cabeza de “jefe de publicanos”. [No perdamos ni una palabra del Evangelio, que ninguna es “anécdota”, sino un fino retrato literario que no deja punto sin aclarar] .
Desde luego, no se parece mucho a Eleazar.
Pero como toda criatura tiene su “punto flaco”, se le viene el deseo de ver pasar a Jesús. Simple curiosidad ante un personaje de fama que, no va en papamóvil pero que PASA POR ALLÍ.
Lo que ocurrió es que NO PASABA, en el sentido griego y exacto de la palabra (que indica “pasar para no volver)”. Jesús se plantó bajo el árbol de la curiosidad de Zaqueo. Y JESÚS MIRÓ HACIA A ARRIBA. Y Zaqueo sintió correrle un rayo de luz por su alma. ¡Alguien tan importante que se paraba a mirar al “enano”! NO SÓLO: Jesús lo llama, entre el escándalo de los “perfectos”: “Zaqueo, baja; que hoy quiero hospedarme en tu casa”. Si rayo de luz había sido antes, ahora es como sentirse envuelto en una nube de sol. Inexplicable para él, que era “enano”, ricachón a costa de otros, jefe de cobradores de impuestos para Roma, hombre públicamente despreciado.
Y Zaqueo bajó aprisa y lo recibió con alegría. Una energía nueva regaba las arterias de su alma. ¡Y aquellos ojos de Jesús, mirándole fijamente, le llegaron hasta lo más profundo! Que a él, a Zaqueo, se le entrara por las puertas, por propia iniciativa, aquel Jesús, al que sólo por curiosidad él había pretendido “ver quien era”, “verlo pasar”, lo dejó “tocado”.
Zaqueo no pudo resistir más y –digamos” dejó su enanismo”, y puesto en pie (a la altura de la dignidad de persona), dijo: “La mitad de mis bienes la doy a los pobres”. La cosa iba en serio en Zaqueo. Jesús seguía mirándolo con unos ojos tan maravillosamente hermosos, que Zaqueo se miró aún más adentro, ahí donde están los recovecos del alma, donde mejor se engaña uno a sí mismo. Y Zaqueo, que ya había emprendido la actitud de hombre honrado –como Eleazar-, se saca la última carta de la manga: “Devuelvo por cuatro veces a cada cual lo que usureramente le robé”.
Aquí ya no había trampa ni cartón. CONVERSION ES ESTO. Honradez del alma es ésta. No cabe duda que HOY HA LLEGADO LA SALVACIÓN PLENA A ESTA CASA.

¿Qué hicieron los zaqueos enanos que había fuera? Criticar. Escandalizarse. Es la forma cómoda de no sentir que los ojos de Jesús siguen mirando. Es el desvío de la mirada. Es el “perro del hortelano”. Es el complejo de quien ni hace, ni quiere que se haga. Es…, ¡UNA PENA!

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