domingo, 1 de abril de 2018

1 abril: CRISTO VIVE


Liturgia: DOMINGO DE RESURRECCIÓN
                      Llegamos al día más grande del año cristiano, que es la celebración de la Resurrección de Jesucristo, que es donde se fundamenta nuestra fe y la razón de ser de nuestra vida creyente. Si Cristo no hubiera resucitado, no tendría razón de ser creer y seguir a un crucificado que es vencido en el patíbulo de la cruz. Ahí se hubiera acabado toda su historia. Pasaría a la posteridad como un hombre bueno que hizo el bien pero cuya influencia no llegaría más allá que el recuerdo.
          Pero al salir vencedor de esa muerte y de ese suplicio infamante y haber resucitado y demostrado que vive y que su vida sigue siendo una realidad, nos da pie para saber que nosotros no somos unos ilusos, sino seguidores y creyentes en un Dios vivo al que la muerte y las pasiones humanas no le han podido apartar de la historia de la humanidad.
          San Pedro, en la 1ª lectura (Hechos 10,37-43) nos lo expresa con toda contundencia: Somos testigos de todo lo que hizo en Judea y en Jerusalén. Lo mataron colgándolo de un madero, pero Dios lo resucitó al tercer día, y nos lo hizo ver a los testigos que él había designado: a nosotros, que hemos comido y bebido con él después de su resurrección.
          Y ese Jesús, vivo tras su muerte, nos encargó predicar al pueblo, dando solemne testimonio de que Dios lo ha nombrado juez de vivos y de muertos.

          De ahí el SALMO que hoy rezamos como un apoyo a la alegría por la resurrección de Jesús, con ese estribillo que repetimos: éste es el día en que actuó el Señor; sea nuestra alegría y nuestro gozo.

          La 2ª lectura –Col.3,1-4– saca las consecuencias en nosotros  de esa resurrección de Cristo: Tenemos que buscar las cosas de arriba, no las de la tierra. Tenemos que proceder como personas que no nos dirigimos por las atracciones humanas y los goces humanos, sino que miramos al cielo y nos ponemos ante los ojos el propio ejemplo de la vida de Jesús, para actuar desde ese otro planteamiento de lo que agrada a Dios.
          Y la razón que nos aduce San Pablo es que nuestra atracción humana y nuestro deseo de goces mundanos HA MUERTO en nosotros cuando vemos a Cristo muerto, mientras que surge en nosotros una nueva visión de la vida y de nosotros ante la vida, que ya da un nuevo modo de ser, que da gloria a Dios

          Finalmente el evangelio (Jn.20,1-9) nos aporta –según San Juan- el primer testimonio de que Jesús, el que fue sepultado en la tarde del Viernes Santo, no está ya en el sepulcro en la mañana del domingo: al tercer día de su muerte. Testigos de ello son Simón Pedro y ese “discípulo amado” (que la tradición identifica con el propio Juan evangelista, pero que es algo más que un personaje concreto). Llegan al sepulcro los primeros y observan que los lienzos o vendas con que fue amortajado Jesús, están allí en el sepulcro, lo mismo que el pañolón que envolvió su cabeza. Todo está de modo que lo único que suscita es la idea de que el cuerpo que envolvieron se ha esfumado. Y aquello le hace creer al “discípulo amado”, que tiene en ese momento la seguridad de que se ha cumplido lo que Jesús tantas veces había anunciado: que resucitaría al tercer día. VIO Y CREYÓ, son los dos verbos con que se concluye el relato.
          Ese “discípulo amado” expresa la experiencia de la primitiva comunidad cristiana, que es la que tiene la primera seguridad de que Jesús ha resucitado, porque los efectos de la fe en él producen en esa comunidad unas formas de vida absolutamente diversas a las que traían de antemano. Es una comunidad renovada, y esa renovación ha surgido como consecuencia de la fe en Cristo, y de empezar a vivir al modo con que vivió Cristo. Que eso es SER CRISTIANO.

          Todo ello queda intensamente revivido y celebrado en la EUCARISTÍA de aquella comunidad y en toda Eucaristía que celebramos a través de la historia, que se prolonga a través de los siglos y da sentido a toda la fe del cristiano y, por consiguiente, a toda la vida de la Iglesia, que se sustenta sobre ese hecho primordial de la celebración del MISTERIO PASCUAL, el paso desde la muerte a  la resurrección de Jesucristo.



          La vida cristiana estalla en el ALELUYA pascual, que expresa la alegría por el Cristo resucitado. Desde esta alegría hacemos a Dios nuestras peticiones.

-         Para que vivamos con alegría del alma el misterio de la resurrección de Jesús, Roguemos al Señor.

-         Porque destelle en el mundo la LUZ DE CRISTO, y el mundo se deje iluminar por esa fe, Roguemos al Señor.

-         Que la resurrección del Señor se traduzca en nosotros por una renovación de nuestras costumbres, Roguemos al Señor.

-         Para que demos a la participación en la Misa el valor esencial que tiene en la fe cristiana, Roguemos al Señor.


Concédenos, Padre, la alegría interior de estar asistiendo al hecho determinante de nuestra fe: anunciando la muerte de Cristo y proclamando su resurrección, para que haga efectiva en nosotros la venida del Señor.
          Tú, que vives y reinas por los siglos de los siglos.

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