lunes, 9 de abril de 2018

9 abril: Inmenso misterio


Liturgia: La Anunciación del Señor
                      El 25 de marzo es la celebración de la anunciación del Señor. Pero este año coincidió con el Domingo de Ramos y no pudo conmemorarse. Luego, la Semana Santa y la semana de Pascua. La primera fecha libre para trasladar aquella fiesta es precisamente hoy. La Iglesia celebra aquel momento importantísimo de la Historia de la Salvación, con rango de solemnidad, que es el máximo rango litúrgico.
          Traemos al recuerdo aquel momento sublime en que Dios envió al mundo a su Hijo –su Verbo, su Palabra, la 2ª Persona de la Trinidad y Dios igual al Padre- envuelto en los ropajes humildes de hombre, con todas las consecuencias de ser hombre, un hombre cualquiera, semejante a cualquier hombre, menos en el pecado.
          Nosotros tenemos ya tan asumida esa realidad que no le damos la enorme fuerza que tiene. Y aunque me haga repetitivo, a mí me ayudó aquella imagen del sol que se acercara a la tierra para vivir y morar en ella. Pero con poco que se acercare, la tierra ardería en el horno inmenso de sus llamas. Por eso el sol tendría que meter sus rayos hacia adentro, perder su fuego y venirse hasta nosotros como una bolita que diera el calor necesario pero que no hiciera daño. Era sol y no lo era, porque se había empequeñecido para poder entrar en el mundo de los hombres.
          Cuando se ven esos deliciosos programas de animales en la televisión y se nos anuncia que alguna especie ínfima de insecto está en peligro de extinción, me imagino que hubiera una llamada a que alguien se hiciera ese insecto ínfimo para salvar a su especie. ¿Habría quien se despojara de su ser de persona humana para encarnarse en esa ínfima especie?
          Pues en ambos casos, y por muy fuertes que nos parezcan, tendríamos una lejana comparación con el misterio de la encarnación del Hijo de Dios en la especie humana.

          Pero hay más: no se hace hombre el Hijo de Dios apareciendo como un superhombre. Viene al mundo en el seno de una muchacha de una pobre aldea de Palestina. Viene al mundo haciéndose una semilla en el vientre de una mujer, y creciendo como cualquier criatura a través de los nueve meses de gestación. Algo que nadie podría ni imaginar y que muchos no llegan ni a creer. Ya le pasó a Acaz (1ª lectura, Is.7,10-14) al que se le ofreció pedir una señal en el cielo o en el abismo, es decir, fuera de la posibilidad humana. Y como Acaz no quiere pedirla por pensar que es poner en un compromiso a Dios, es Dios mismo quien le da esa señal: una virgen concebirá y dará luz un hijo, a quien pondrá por nombre: Dios-con-nosotros. Es decir: el hijo de esa doncella SERÁ DIOS.

          El evangelio de Lc 1,26-38 es la descripción preciosa de ese hecho que se realiza en el tiempo. El ángel del Señor ANUNCIA a una muchacha concreta, María de Nazaret, el proyecto de Dios. Ya, desde el saludo, hay una predilección especial, porque María es saludada como mujer agraciada (=llena de Gracia), con quien ESTÁ EL SEÑOR, y es definida como BENDITA ENTRE LAS MUJERES. Queda la respuesta de María como el punto clave para que se realice al misterio. Y María, tras aclararse el tema de que no interviene varón porque va a ser el propio Dios quien la cubra con su sombra, asiente plenamente y deja todo en las manos de Dios. Yo soy la esclava del Señor, hágase en mí según su palabra. Y en ese instante quedan unidos la acción de Dios y la disposición incondicional de la criatura, para que el Hijo de Dios se haga hombre y habite entre nosotros. Se ha consumado el enorme misterio de la Encarnación del Verbo de Dios; Dios ha replegado sus rayos divinos y se ha encarnado en la especie humana.

          Dependiendo de este instante de la anunciación está toda la historia de la salvación. La vida de Jesús en la tierra, sus obras, su ejemplo, sus palabras…, cuelgan precisamente de aquel de María al anunciarle el ángel el proyecto de Dios. Acabamos de celebrar la Semana Santa con la intensidad del Jueves y Viernes Santos, con el sacerdocio, la Eucaristía, la Cruz sangrante y redentora. Hemos saltado de gozo ante el triunfo de Cristo sobre la muerte y el mal, Pues todo eso está dependiendo de aquel día de la anunciación y de la consiguiente encarnación del Hijo de Dios.
          Celebremos, pues, con fruición espiritual este misterio y demos gracias a Dios y a la Virgen María porque hicieron posible este nuevo camino de la historia de la humanidad.

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