martes, 24 de abril de 2018

24 abril: Yo y el Padre somos UNO


Liturgia:
                      Hech.11,19-26 nos habla de la dispersión de los discípulos como consecuencia de la persecución de lo de Esteban. En esa salida hacia diversos lugares, no sólo abarcaron provincias judías sino también algunas griegas. Por todas iban inicialmente hablando sólo a los judíos, pero pronto se abrieron también a los gentiles, y hubo muchas conversiones y abrazaron muchos la fe.
          Cuando llegó la noticia a Jerusalén enviaron a Bernabé a Antioquía, quien no tuvo sino que constatar que aquello era obra de Dios, y que estaba actuando el Espíritu Santo. No le quedó sino que ver la acción de la gracia de Dios y exhortar a seguir unidos al Señor.
          Saulo marcha con Bernabé a Antioquía. Y en aquel lugar por primera vez fueron llamados “cristianos” los seguidores de la fe en Cristo Jesús.
          Vamos viendo los pasos providenciales y humildes con los que se fue haciendo la vida de la primera Iglesia. No fue un boom espectacular sino el conjunto de circunstancias humanas a través de las cuales Dios quiso que se fuera extendiendo su obra. Dios cooperaba a su vez con algunos hechos milagrosos o inspirados con los que fue haciendo la siembra de aquellos cimientos que dieron lugar a la Iglesia que nosotros hoy conocemos.
          De hecho la vida diaria de esta Iglesia no se compone de milagros habituales sino del humilde día a día en el que estamos todos.
          Y milagros hay por doquier pero que llamaríamos de “tono menor”, pues ya es un milagro que esta Iglesia prevalezca al cabo de siglos, y que no haya podido ser destruida ni por los ataques de fuera y las persecuciones más o menos rabiosas de sus enemigos, ni por las deficiencias y desuniones de los de dentro. Y es cierto que hoy día vivimos una crisis alarmante de abandonos de la vida de fe en estamentos tan significativos como la juventud y el mundo laboral, y que es un torpedo a ras de la línea de flotación ese derrumbamiento de las costumbres, de la fidelidad conyugal, de la falta de moral de los mismos matrimonios cristianos. Y sin embargo el ascua está bajo tantas cenizas y parece reemprenderse con determinados eventos de carácter más masivo que se producen en el desarrollo de esa vida de la Iglesia.
          O la fuerza con que irrumpen comunidades cristianas en África y Asia, que constituyen una esperanza muy fuerte en medio de las persecuciones. No cabe duda que el espíritu Santo aletea y que es una fuerza imparable la de la Iglesia de Jesucristo.
          Problema amenazante y de envergadura es la falta de vocaciones, pues eso debilita el alma de esta Iglesia al faltar personas consagradas que se dediquen a orar y a ser retaguardia de la misión directa. Pero es que cada vez hay menos sacerdotes, y se dificulta gravemente la repetición del milagro diario de la Eucaristía. Sin embargo nos mantenemos en la fe de que Jesús estará con nosotros todos los días hasta el fin de los tiempos.

          El evangelio de hoy (Jn.10,22-30) nos trae aquel momento en que Jesús es abordado por los judíos, que quieren que manifieste definitivamente: Si tú eres el Mesías, dínoslo abiertamente. Jesús les responde con lo mismo que acababa de exponer (y que hemos visto en días anteriores): es el Pastor bueno, el anunciado por los profetas. Y por ello mis ovejas escuchan mi voz y yo las conozco y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna. No perecerán para siempre y nadie las arrebatará de mi mano. Para unas mentes hechas a los anuncios proféticos, debiera bastar la respuesta, pues se cumplía en Jesús lo que estaba anunciado.
          Jesús continuó aclarando todavía más pues volvió a hablar de Dios como “su Padre”: Mi Padre, que me ha dado las ovejas, supera a todos y nadie puede arrebatarlas de la mano de mi Padre. Yo y el Padre somos uno. Si querían definición en las palabras de Jesús, ahí tienen el máximo que podían esperar.

          Ligando esas palabras de Jesús con lo que comentábamos a propósito de la 1ª lectura, vuelve a ser una fuerza de optimismo esta palabra de Jesús: por mucho que el enemigo interno o externo se proponga, nadie podrá arrebatar de la mano de Dios la obra que él ha construido desde los cimientos humildes de la primera comunidad, y que luego se ha ido desarrollando en tiempo y espacio. Habrá crisis y situaciones que parecen no tocar fondo. Pero el hecho incontrovertible es que nadie puede ya arrebatar de la mano del Padre esta Iglesia que Cristo ha fundado.

1 comentario:

  1. Muchas eran las expectativas sobre el Mesías y Jesús se definía como Hijo de Dios y los judíos no podían entenderlo. Jesús es el Hijo del Padre. Jesús es una promesa de filiación; Dios es el Padre del Santo Pueblo de Israel. A los judíos les parecía una terrible blasfemia. También a nosotros nos cuesta aceptar que nuestra vida alcanzará la plenitud cuando nos sintamos hijos muy amados del Padre. Nuestras obras revelarán que somos testigos. Por nuestras obras nos conocerán.Señor, quiero ser santa, me cueste lo que me cueste. Ayúdame a cumplir tu Voluntad.

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