viernes, 20 de abril de 2018

20 abril: Mi carne es comida


Liturgia:
                      No podía ser menos. La reacción de los oyentes de Jesús, ante la afirmación de que “yo soy el pan de la vida; el pan que yo daré es mi carne”. Aquello sonó mal a los oídos de las gentes, y reaccionaron: Jn6,53-58: ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne? De hecho, aún no  recogido en este evangelio, provocó en muchos discípulos un abandono. Máxime cuando no es que habían oído mal, sino que Jesús, ante la pregunta que acaban de hacer, responde cada vez con más fuerza: Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. Habían oído bien, y Jesús ahora insiste todavía más, y como condición para tener vida –se supone que esa vida eterna, de la que ha hablado antes-.
          Una nueva vuelta de tuerca en las palabras siguientes, que van dejando perplejos a los oyentes: El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitare en el último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida.
          Insisto en lo que ya escribí ayer: para nosotros todo este lenguaje es perfectamente asumido y agradecido porque tenemos vista ya “la película completa” y sabemos que todo esto tuvo una concreción en la Santa Cena. “Esto es mi cuerpo” cuando les ofrecía pan; “esta es la copa de mi sangre” cuando les ofrecía vino. Palabras con las que Jesús “transformaba” (no es término correcto teológicamente, pero inteligible para los lectores) el pan y el vino de la mesa de la Cena en su Cuerpo y su Sangre. Y eso era ya perfectamente asumible.
          Pero en Jn 6 no hay nada de eso sino unas afirmaciones que suenan muy mal: “comer mi cuerpo”, “beber mi sangre”, “mi cuerpo es comida”, “mi sangre es verdadera bebida”. Y eso sonaba a algo repugnante. No obstante Jesús barrenó más y más ante aquellos oyentes: El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él…, el que me come, vivirá por mí. Y concluye como síntesis: éste es el pan que ha bajado del cielo…, el que come este pan, vivirá para siempre.
          Tendríamos que ponernos en la piel de aquellas personas para poder entender por qué se fueron de allí escandalizados

          La 1ª lectura –Hech.9,1-20- es la conversión de Saulo. El hombre que se define como judío fanático, perseguidor de la iglesia de Cristo, fariseo por los cuatro costados, y que se dedicó a meter en la cárcel a los que confesaban el nombre de Jesús. Ahora nos cuenta el texto que iba a Damasco para llevar presos a Jerusalén a los que seguían el nuevo camino de la fe.
          Se topó en el camino con el mismo Jesús, sin pensarlo. Y de modo casi violento: cae al suelo de pronto, deslumbrado por una luz que le deja cegado, y una voz que le pregunta: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?
          Y Saulo pregunta aturdido: ¿Quién eres, Señor? –Yo soy Jesús, a quien tú persigues, le respondió aquella voz que percibían los que le acompañaban, aunque no veían a nadie. Aquí empezó Saulo a vislumbrar lo que más tarde formularía sobre el “Cuerpo Místico”: Jesús y sus seguidores forman una unidad, y Jesús se da por perseguido cuando se persigue a los creyentes. Porque si no, hubiera respondido Saulo que él no perseguía a Jesús, que estaba más que muerto. Pero Saulo ha recibido ese golpe de gracia que le está cambiando el corazón.
          Saulo se levantó del suelo. Ya no respiraba odio contra los seguidores de Jesús. Ahora cumple el encargo de aquella voz que le ha hablado: Levántate, entra en la ciudad y allí te dirán lo que tienes que hacer. Pasa de perseguidor a “perseguido”, porque ahora no le soluciona la voz lo que tiene que hacer, sino que serán los mismos que antes él perseguía quienes le van a dar la pauta de lo que tiene que hacer.
          Y será un tal Ananías, un discípulo de Damasco quien recibirá la inspiración del cielo para que acoja a Saulo y lo conduzca. Se admira Ananías porque sabe lo mala persona que era Saulo, pero Jesús le enseña que ahora es un instrumento elegido por él para dar a conocer a los pueblos y reyes el nombre de Jesús.
          Y Ananías lo recibió: Hermano, el Señor que se te apareció en el camino me envía para que recobres la vista y seas lleno del Espíritu Santo. Inmediatamente se le cayeron unas escamas de los ojos y vio. Comió y le volvieron las fuerzas. Y se convirtió en PABLO, que predicaba por las sinagogas, afirmando que Jesús es el Hijo de Dios.

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