viernes, 6 de abril de 2018

6 de abril: ES EL SEÑOR


PRIMER VIERNES
Liturgia:
                      Hoy salta la noticia desde lo que había sido una reacción del pueblo, a la intervención de los jefes religiosos de Israel. Hech.4,1-12. Estaban Pedro y Juan hablando al pueblo y llegaron los guardias de parte del sumo sacerdote y encerraron en la cárcel a los dos apóstoles. Y la acusación, al día siguiente era: ¿Con qué poder o en nombre de quién habéis hecho eso? “Eso” esa la curación del paralítico del templo.
          Responde Pedro, con la luz del Espíritu Santo: Porque hemos hecho un bien a un enfermo nos interrogáis para averiguar qué poder ha curado a ese hombre. Parecería que no era eso de la incumbencia del sumo sacerdote. Había habido un hecho y los hechos hay que aceptarlos como realidades que están ahí.
Pedro aprovecha la oportunidad para llevar hasta los jefes religiosos la respuesta que está dando a todas las gentes que se les han acercado a ellos. Pues quede bien claro  que con el poder de Jesús Nazareno, a quien vosotros crucificasteis y Dios lo resucitó de entre los muertos. Este núcleo esencial de la predicación cristiana, [el kerigma] que antes les había presentado a las gentes del pueblo, ahora lo presenta con la misma lucidez y fuerza a los jefes religiosos: La piedra que desechasteis vosotros los arquitectos, ha venido a ser la piedra angular.
Y ya concluye para dejar el punto zanjado en su misma raíz:  bajo el cielo no se nos ha dado otro nombre que pueda salvarnos.
          Llegamos en el evangelio al capítulo 21 de san Juan, una pieza maestra, y que supone el final de las apariciones de Jesús en las narraciones de este evangelista. Como en todas las apariciones que se detallan en los otros 3 restantes, se da el factor sorpresa y el factor “ignorancia”. El factor sorpresa porque aparece Jesús dónde y cómo no se imaginan. El factor ignorancia porque no llegan a conocer que es Jesús el que se ha presentado sorpresivamente.
          Sucede “tras esto”, cuando ya San Juan había puesto el punto final a su evangelio. Por lo mismo es un capítulo añadido, sin referencia de tiempo. Ocurre en la ribera del Lago de Genesaret, y están presentes 7 apóstoles que, por decirlo así, no tienen aún una misión o una labor. Está entre ellos Simón que, como es su modo de ser, decide por su cuenta lo que él va a hacer: Voy a pescar. Los otros seis asienten: Nosotros vamos contigo.
          Y salen a pescar al atardecer y pronto se topan con la realidad: no hay pesca. Y en vez de volverse a la playa, optan por quedarse en el mar e intentar, de tiempo en tiempo, echar la red. Pero sin éxito. Y así pasan la noche.
          De madrugada un hombre desde la orilla les pregunta si tienen pescado. La respuesta escueta revela el estado anímico de los siete. Un simple ‘No’ que lo dice todo. Y el visitante todavía les insiste, diciendo a los pescadores lo que tienen que hacer: Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis. Y pescan una gran cantidad de peces.
          Conclusión que se le viene a la mano al discípulo amado es que aquello que ha sucedido es el Señor. Aquel personaje de la playa, ES EL SEÑOR. Y se dibujan los caracteres de las personas, con un Simón que no puede contenerse y se echa al mar para llegar hasta el Señor, y los otros 6 que vienen remando la corta distancia que los separaba de la arena. Simón cuenta los peces, y son 153 peces grandes.
          Pero lo llamativo es que antes que llegaran con la barca. Ya estaba asándose en la playa un pescado, y había preparado pan. Y Jesús invita a los siete a sentarse a desayunar.
          El relato nos dice a continuación que ninguno se atrevió a preguntar al hombre aquel: ‘Tú, ¿quién eres?’, porque SABÍAN que era Jesús. Diríamos que Jesús aun no se ha revelado abiertamente. De lo contrario esa frase sobraba. Pero los hechos, que no son nuevos para algunos de los presentes, les manifiestan que no hay otra razón que explique todo aquello que SABER que es EL SEÑOR.
          Estaríamos ante una experiencia de fe. Una experiencia que no tiene la evidencia del VER y conocer, sino del SABER por los efectos que aquel conjunto de cosas que se han producido, no tiene más que una razón: que Jesús ha resucitado y que Jesús es ahora EL SEÑOR. Y yendo más adelante todavía, sería la capacidad de descubrir en los acontecimientos todos, los agradables o los desagradables, que, más allá del misterio de por qué las cosas suceden de un modo o de otro, detrás de todo acontecimiento podemos y debemos descubrir que ES EL SEÑOR.

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