sábado, 31 de marzo de 2018

31 marzo: Sábado Santo


Liturgia:          El pésame a la Virgen
            Lo que para nosotros es –en realidad- “Sábado Santo” es un día de luto en la Iglesia. En todo el día no hay culto. Incluso los templos permanecen cerrados.  La muerte de Jesús se ha vivido intensamente el Viernes Santo.  Después podríamos decir que estamos retirados en el Cenáculo, en el silencio doloroso de la muerte del ser querido.  No hay velatorio porque no hubo tiempo para poder velar el cadáver de Jesús.  Y como el sábado era día grande de los judíos y ellos estaban de fiesta mayor y en reposo sabático absoluto, no cabía otra cosa a los amigos de Jesús que permanecer en esa espera.  La vida litúrgica también queda así paralizada desde la tarde del Viernes, y durante todo el sábado.

          He tenido la bonita experiencia de un pueblo en el que sus fieles se congregaban el sábado en la Iglesia para dar el pésame a la Virgen. Algo así podría haber sucedido en el Cenáculo, una vez pasada la noche aquella, tan dura, tras la sepultura de Jesús.  Por la mañana es María quien sale a la Sala donde están todos.  Y respetuosamente se acercan a Ella aquellos amigos de Jesús, para darle el pésame, unirse a su dolor, apoyarla. También ellos son directamente afectados y, si cabe, se podría decir que están mucho más afectados. No porque puedan sentir un dolor más fuerte que el de la Madre, sino porque les falta a ellos la longitud de mirada que le da a María su fe, su meter todo en su corazón, su abandono absoluto en el misterio de Dios…  Es que ellos ahora mismo no ven más allá.  Ellos viven una experiencia de vacío y de fracaso absoluto. Han seguido a un líder que creyeron invencible, y ahora están completamente en el aire.  O, mejor dicho, por los suelos. No saben ahora qué serán sus vidas, ni para qué vivieron aquellos años en el seguimiento del Maestro, que en definitiva ha sido ajusticiado por las fuerzas religiosas y por las civiles.  Los de Emaús son los que expresan al vivo el sentimiento que les embarga: Nosotros esperábamos…  ¡Ya no esperan!  Se les ha hundido la vida.  Por eso digo que dan el pésame a María, pero ellos se consideran muy desgraciados.
De una parte es el propio dolor de la Madre. Ella vive en su Corazón la ausencia del Hijo de sus entrañas, que ha quedado allí arriba en el sepulcro. Ella ahora rumia todo lo que ha sufrido Jesús en las últimas horas. Ella, a la prudente distancia, le ha seguido los pasos, y ha podido vivir en sus entretelas del alma, cada dolor, cada tormento, cada expresión del rostro del Hijo…  Cada expresión de aquellos que intervinieron en ese trance.  Ella ha ido sintiendo entrarle el puñal en su propia alma, hasta clavársele hasta la empuñadura.  Ella ha dejado a su Hijo cadáver, puesto en un sepulcro de modo precipitado porque no hubo tiempo ni para los últimos detalles que se dedican a cualquier cadáver.
Acompañar hoy a María me es una obligación filial…, un encargo que he recibido de Jesús, allí al pie de su Cruz.  Mi compañía no puede tener palabras, que me resultarían ridículas. Sólo compañía.  Sólo estar allí. Sólo acoger si algo me quiere Ella expresar.  Y no puedo negar, que mi luto personal necesita también de Ella, y que sé que Ella tomó muy en serio el encargo de Jesús en la Cruz.
El mundo interior de María es un pozo sin fondo.  María pasó su vida con mil lagunas que no pudo entender, pero que supo ir guardando en su Corazón.  Y si muchas veces rumió tantos y tantos aspectos vividos misteriosamente en su vida, hoy –en ese silencio doloroso de su orfandad- parecen irse regurgitando y aclarando…
Aquellos misterios lejanos desde el momento del anuncio del ángel…, a aquel Belén inexplicable… Aquellos años silenciosos de Nazaret en los que parecía como esfumarse todo sentido especial de su Hijo allí escondido en una vida como cualquiera de la aldea. El extraño gesto del hijo de 12 años, que bien les dio a entender que ese Hijo no les pertenecía…, aunque aquello fuera un fogonazo suelto en medio de tantos años. O aquella despedida costosa cuando su Hijo sintió el impulso que le movía.
          Todo eso estuvo en los sentimientos de María aquel sábado. Acogía el pésame para Ella, pero abría resquicios para los pobres discípulos y amigos, allí todos encerrados, por el mismo miedo de que su amistad y seguimiento de Jesús, se pudiera traducir en la propia ruina personal de cada uno.  La obra de María es dejarles esa rendija a la espera…, a la esperanza…, a que tengan todavía la capacidad de aceptar y sobrellevar esa terrible duda que les embarga…  Porque aún el alma está desolada, pero Dios sigue mirando desde el Cielo, y no dejará caer sin su permiso un solo cabello de sus cabezas.

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