lunes, 26 de marzo de 2018

26 marzo: El perfume de nardo


Liturgia:
                      Nos vamos centrando en los misterios de la Pasión y los textos, incluso en las primeras lecturas, son ya referentes al anuncio expreso de la Pasión. Así tenemos hoy una parte del poema del Siervo de Yavhé, que es como un anticipo de Jesús, porque en Jesús se cumplen en plenitud lo que se dice en Isaías de ese Siervo. (42,1-7)
          Mirad a mi siervo, a quien sostengo, mi elegido, a quien prefiero. Es muy claro. Todo eso se realiza preeminentemente en Cristo. Sobre él he puesto mi espíritu, para que traiga el derecho a las naciones. El “derecho” es la salvación, es poner derecha la vida de la nación y del mundo entero: “las naciones”.
          Características de ese Siervo es que no gritará, no clamará, no voceará por la calles. Jesucristo no grita. Va exponiendo su doctrina y va repartiendo sus dones, no sólo no vociferando sino pretendiendo silencio de sus propios hechos milagrosos. Y en cuanto a los débiles, no quebrará la caña cascada ni apagará el pabilo vacilante. Todo lo contrario: consolidará las piernas de los cojos y paralíticos y levantará las esperanzas de quienes las tenían perdidas, como las de aquellos enfermos que llevaban años en su postración y Jesús les cura.
          Promoverá el derecho en la tierra y sus leyes que esperan las islas. Que posiblemente quiere expresar que también allí donde el mar todo lo rodea (el mar es símbolo del mal en muchos pasajes bíblicos), se va a establecer su ley de misericordia y perdón.
          Y con una serie de expresiones que se refieren al Dios misericordioso, que creó y desplegó los cielos, siguen unas afirmaciones a favor del Siervo (y que miran derechamente a Cristo) por las que se dice que te ha llamado con justicia, te he cogido de la mano, te he formado y te he hecho alianza de un pueblo, luz de las naciones (las mismas palabras que Simeón pronunciará sobre Jesús el día de su presentación en el templo). Todo ello para que saques a los cautivos de la prisión, y de la mazmorra a los que habitan en tinieblas. Prisión terrible de los vicios y pecados; tinieblas que mantienen cercenada la libertad de los hombres.

          El evangelio es como el marco que explica más directamente las causas más inmediatas a la Pasión del Señor. (Jn.12,1-11). Celebraban en la casa de Lázaro, el resucitado, ese acontecimiento singular de la vuelta a la vida del muerto de 4 días. Marta servía a la mesa, como es muy propio del carácter de aquella mujer que siempre aparece como mujer activa. Lo mismo que María aparece en otra dimensión: la mística, la espiritual, la de la persona que mira por los ojos de Jesús.
          En efecto, María se viene a Jesús con un frasco de perfume de nardo auténtico, y lo derrama sobre la cabeza de Jesús. No se lo ha pensado. Ella conservaba aquel perfume como un tesorillo de mujer. Y en un arrebato de emoción agradecida, se va a su tocador, toma el frasco de perfume y se viene a la mesa y lo derrama sobre Jesús. El amor no discurre. Actúa como se viene al alma. Y María lo hace así.
          Dice el texto, con doble sentido, que la estancia se llenó de la fragancia de aquel perfume. Lo cual tiene un sentido directo y lógico, que es el olor que se expande de una esencia tan buena. Pero hay otro sentido simbólico y es que aquella acción de María –como dirá Jesús- se va a propagar por el mundo entero.
          Pero frente a esa “fragancia” surge la “peste” de Judas. Judas no llevó a bien aquello. Pensó crematísticamente que aquel perfume se podía haber vendido y repartir su dinero entre los pobres. Era su señuelo. El evangelista, que bien lo conocía de convivir tres años con él, aclara que a Judas poco se le importaban los pobres, y que en realidad lo que le ocurría era que –como él era el encargado de la bolsa del grupo- de lo que se echaba en ella él se llevaba su parte.
          Jesús salió en defensa de la mujer y alabó su gesto e hizo la clarificación de que a los pobres siempre los tenemos ahí, pero que a Jesús no lo tendremos siempre a la mano. Y que aquel ungüento era ya un presagio del embalsamamiento de su sepultura.
          Le molestó a Judas aquella defensa por dos razones: porque Jesús le había quitado la razón y porque lo había hecho en parangón con el hecho de una mujer. Aún no se dice nada en este evangelio de hoy pero la realidad es que esta situación exacerbó a Judas y lo distanció de Jesús. Y le puso de mal talante con él.
          Del hecho salieron dos reacciones: los que creyeron en Jesús y la de los sacerdotes que vieron que perdían pie con hechos como aquellos. Por lo que decidieron ya matar a Jesús e incluso matar a Lázaro que era el testigo vivo del hecho maravilloso de la vuelta a la vida.

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