sábado, 3 de marzo de 2018

3 marzo: El PADRE BUENO


Liturgia:
                      “¿Qué Dios hay como tú, que perdonas el pecado y absuelves de la culpa al resto de tu heredad? No mantendrá por siempre la ira, pues se complace en la misericordia. Volverá a compadecerse y extinguirá nuestras culpas, arrojará a lo hondo del mar todos nuestros delitos. Serás fiel, compasivo, como juraste a nuestros padres en tiempos remotos” (Miq,7,14-15.18-20).
          He dejado el texto del profeta, que hace de pórtico al evangelio de hoy. Y no necesita comentario sino gozarse en el mismo texto y abandonarse en esa misericordia compasiva de Dios. El resto lo hace ya el evangelio del PADRE BUENO, que hoy nos toca, como joya de la Cuaresma, como síntesis de todo lo que podemos meditar sobre nuestra conversión. Sólo que en vez de mirarla desde nuestro quehacer, lo dejamos en manos del amor perdonador de Dios.
          Hay una expresión en San Pablo que ahora se ha dado en traducir de otra manera, y que sin embargo tiene pleno sentido en su tradicional expresión: “Dejaos reconciliar por Dios”. Algo que deja la iniciativa a Dios, que es quien realmente reconcilia y se abre a la criatura. Y ese es el contenido de la parábola de la misericordia, en Lc.15,1-3.11-32.
          La pronuncia Jesús a propósito de lo cuadriculados que eran los fariseos, que apartaban de su ámbito a los publicanos o los que ellos señalaban como pecadores. Y Jesús quiere mostrarles el muy distinto rasero de Dios que, sin embargo no desecha a nadie, ni siquiera a los fariseos, aunque tiene que corregirles su modo de enfilar la vida. Y por eso Jesús presenta a un padre que ama igualmente a sus dos hijos, con ser tan distintos uno y otro: uno es un cabeza loca (“un pecador”) y el otro un cumplidor cuadriculado…, pero con resabios que escupe contra su padre en el momento que se le vienen a la boca. Los dos son hijos y a los dos los ama su padre.
          El primero acaba por pedir su parte y se lanza a una vida licenciosa, libertina, lejos del ámbito de influencia de su padre. Acabará cayendo muy bajo, incluso pasando hambre, porque ha perdido todo el dinero de su herencia, que había pretendido disfrutar a su manera.
          El otro se mantiene firme en la hacienda familiar, fiel cumplidor de todas sus obligaciones…, y más allá de ellas. Pero vomitando rencor hacia su hermano y quejoso de su mismo padre. Es el aparente hijo modelo, pero con el corazón sucio.
          El padre lo observa y sabe cómo es y los pensamientos que lleva dentro. Pero lo respeta. No lo vigila. No le gusta su manera de reaccionar. Pero es su hijo.
          Del otro experimenta mucha compasión. Ha sido un hijo loco, un hijo desagradecido. Un desgraciado, al fin de cuentas. Y por eso le atrae la atención y hasta cada día sale el padre al camino a ver si lo ve volver. Porque no le guarda recelo. Le tiene lástima. Le tiene amor, ese que se hace más sensible cuanto más desgraciado es el hijo.
          Y el día que barrunta que aquel desharrapado individuo que viene por el camino puede ser su hijo, el padre se echa a correr hacia él y cuando lo tiene delante se le vuelca en besos y abrazos, agarrado a su cuello, sin dejarlo siquiera hablar cuando el hijo quiere disculparse. Pretendía humillarse ante su padre, y el padre no lo deja. Para ese padre lo que vale es que era un hijo perdido y lo ha encontrado.
          Ahora, sin mediar más palabras, lo que quiere es que los criados lo pongan en planta con todos sus derechos, desde el vestido al anillo, desde las sandalias al banquete. Dejaos reconciliar por Dios. Sólo le queda que hacer eso a aquel hijo: dejarse querer, dejarse perdonar, dejarse agasajar, ser restituido a la dignidad de hijo.
          No lo entendió así el otro hijo, el “cuadriculado”, el “perfecto” el que nunca había faltado en nada…, pero que ahora echa por esa boca toda la bilis acumulada: ese hijo tuyo, al que le matas el carnero cebado, y a mí no me has dado un cabrito para holgar con mis amigos… Ahí se retrata. El “hijo modelo” no era tan modelo. No sólo carga contra “ese hijo tuyo” sino contra el padre: “a mí que te he servido no me has dado un cabrito…”
          El padre, que es tan padre del uno como del otro, le corrige amorosamente: Hijo mío (ya es un toque de delicadeza); todo lo mío es tuyo (no hacía falta que yo te diera el cabrito; lo tenías ahí y podías cogerlo); ese hermano tuyo (advertencia de que “el malo” es tan hijo como él) ha vuelto y había que festejarlo. Para Dios lo importante es estar en la “casa paterna”; dos hijos diferentes, pero los dos bajo la mano paternal. Cada uno a su manera, pero con humildad por parte de los dos, aunque con historias tan diferentes.

2 comentarios:

  1. La parábola del "Hijo Pródigo" es sin duda, uno de los más claros ejemplos de que Dios es bueno, paciente, amoroso, misericordioso; lento a la cólera y rico en piedad;
    La figura del hijo descarriado, es un claro ejemplo de cómo la rectificación en su tiempo tiene una recompensa, y que a veces no hay mal que por bien no venga.
    También me muestra que siempre hay alguien que mira con recelo al hijo que regresa. Se me viene ahora a la mente el caso de San Pablo y su conversión, como costó trabajo que otros apóstoles lo aceptaran.
    Pero tanto uno como otro están bajo la paternal mirada de la misericordia, no exento de corrección al protestón que le desagradó el regreso del hermano.

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  2. Papá Dios esperaba a su hijo asomado a la ventana...El hijo se dejó llevar por un pecado muy común: el egoísmo; no luchó y, encerrado en sí mismo,tomó el peor de los caminos que le obligó a romper sus relaciones con el padre y con el hermano...está sólo, el sentido de la realidad lo ha perdido; gasta en francachelas todo su dinero; porque ha perdido su dignidad y está en una situación en la que no es capaz de hacer valoraciones...Desde la más profunda de las depresiones le sacó el AMOR del Padre. El AMOR de PAPÁ DIOS SIEMPRE NOS REINCORPORA A LA COMUNIDAD. El Señor es nuestra fortaleza.

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