miércoles, 7 de marzo de 2018

7 marzo: La Ley de Dios


Liturgia:
                      El tema que hoy se desarrolla en las lecturas es el de la fidelidad a los mandatos y preceptos del Señor. Deut,4,1.5-9 nos pone la exhortación de Moisés al  pueblo sobre esa voluntad de Dios que está expresada en mandatos y decretos que yo os enseño, y así viviréis, entraréis y tomaréis posesión de la tierra que el Señor, Dios de vuestros padres, os va a dar.
          No son invenciones de Moisés: son los decretos y mandatos que ordenó el Señor para que obréis según ellos en la tierra que vais a entrar para tomarla en posesión. Guardadlos y cumplidlos porque ellos son vuestra sabiduría y vuestra prudencia entre los demás pueblos. Es un hecho que la legislación de Israel era la más perfecta y adelantada, con orientaciones que no se habían cocido en mente humana, sino que trasmitían la sabiduría, la prudencia y el toque de la mano de Dios. Los demás pueblos decían: “Es un pueblo sabio y prudente esta gran nación”, porque no había nación que tuviera sus dioses tan cercanos, con unos decretos y mandatos tan justos como toda esta ley.
          Una vez más hay que acudir a la experiencia actual para descubrir que allí donde la Ley de Dios está en vigor, allí hay un orden y un equilibrio superior que se sobrepone a todos los demás modos de dirigirse en la vida. Aun admitiendo como real todo el desajuste que hay entre los criterios y la vida (en muchísimos casos), los principios que se deducen de los mandamientos de Dios son un seguro de equilibrio y de respeto propio y ajeno. Y que bastaría aplicar a los noticiarios la criba de los diez mandamientos, para ir encontrando a derecha e izquierda que un 99% de las noticias no serían si se hubieran puesto en práctica los decretos y mandatos del Señor. Es la ruptura de esos principios lo que origina esas noticias violentas, corruptas, tensas y belicosas, de abusos de todo tipo…, lo que origina que el mundo vaya de cráneo y se haya hecho una realidad que “el hombre es un lobo para el otro hombre”.

          Cuando Jesús viene a llevar a plenitud la Ley de Dios (Mt.5,17-19), advierte claramente que él no ha venido a anular los mandamientos de la Ley de Dios, que siguen siendo el Decálogo de la justicia/santidad en las tres direcciones de Dios-Yo-prójimos. Él los cumple y nadie puede echarle en cara que ha pecado. Pero también es cierto que Jesús no se queda en la materialidad de los preceptos primitivos, sino que los lleva a plenitud interiorizándolos y poniendo a cada uno de cara a su propio interior para no engañarse.
          Jesús predica que hay que cumplir hasta el punto de la i en lo que se refiere a esa Ley de Dios. Pero el “punto de la i” es mucho más que un punto o un detalle (una tilde). Se trata de todo lo que hay bajo ese “punto”…: y ahí queda el evangelio como desarrollo de toda esa ley de Dios, que ya no tiene que enseñarse porque brota íntimamente en el corazón mismo de la persona. Brota de su amor a Dios, de su plantearse la vida no como un cumplimiento de mandatos sino como un intento continuado de agradar a Dios, cosa que siempre pide un punto más. El amor es insaciable y todo el que ama o es amado quiere un detalle más de ese amor. A Dios se le ha de agradar y entonces sus mandatos se convierten en besos de respuesta al mucho amor que él nos muestra a cada momento.
          Dice Jesús que quien cumple los mandamientos y enseña a cumplirlos es el más grande. Él es el paradigma de esa afirmación. Por eso él es el más grande. Y el que no los cumple o enseña a no cumplirlos, es el más pequeño. Por eso vivimos en una sociedad enana que ha perdido su dimensión de altura y repta a nivel del suelo con tanta facilidad y con tanta desvergüenza: porque la moda  ha sido abandonar a Dios, alejarse de la religión de Dios, y darse a lo fácil y placentero a todos los niveles, y que la vida se convierta en mantequilla.
          Afirma Jesús, y es nuestro consuelo –aunque no lo veremos- que antes pasarán el cielo y la tierra que el que deje de cumplirse hasta la última letra de la ley. Yo me congratulo en esa afirmación de Jesús. Repito que no lo veré, pero me da una enorme satisfacción saber que Jesucristo será vencedor y que la ley de Dios acabará siendo la norma que dirija la vida, o que la juzgue en última instancia. Y que la verdad de que los preceptos y mandatos de Dios son los más perfectos, acabará imponiéndose en el fin de los tiempos.

2 comentarios:

  1. Jesús nos pide un poco más; es verdad que no matamos pero en nuestro corazón hay odio, .antipatía y desprecio. Cumplimos la Ley; pero en nuestro corazón no reina la ley del amor Los celos, la envidia, el deseo de imponernos a los demás destruye la convivencia. Jesús, esto lo ve y nos pide que demos ejemplo y que no haya guerras entre nosotros, nos pide que seamos mensajeros de su paz.

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  2. La victoria final de la Iglesia llegará. Y dice San Juan que el que tiene esta esperanza (refiriéndose a la venida de Jesús) se purifica como el es puro.
    No hay duda, todo va a empeorar antes de la victoria final, porque así sucede siempre en la humanidad. Primero la crisis, luego el conflicto, y luego la ruina antes de la reconstrucción de las cenizas que quedaron, y la penuria y el sufrimiento de hacer las cosas contrarias que Dios enseña.
    Pero Cristo Rey triunfa, ayer, hoy y por los siglos de los siglos. Amén.

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