miércoles, 31 de enero de 2018

31 enero: Profeta en su tierra

Liturgia:
                      La 1ª lectura es uno de los relatos más desconcertantes con los que nos encontramos en la Sagrada Escritura. Porque hacer el censo de la población no podía ser un hecho malo. Sin embargo 2Sam.24,2.9-17 encierra algún misterio por el que esa orden dada por David, merece un castigo del cielo. El profeta Gad, de parte de Dios le presenta a David 3 posibles castigos muy fuertes para que elija uno, que será el que se ejecute.
          David elige el que no depende de hombres, porque piensa que Dios es siempre misericordioso, y más vale quedar en sus manos. Y elige el de la peste en su territorio por tres días. Pero cuando David ve al ángel que va a asolar Jerusalén, David se ofrece a padecer él todo el mal, pero que no paguen justos por pecadores. Y Dios se arrepiente y deja sin efecto el castigo en aquel punto.
          Al margen del fondo de la cuestión, para la que no tengo elementos ni de estudio ni de juicio, pienso lo pedagógico que pudiera ser que –ante un pecado que se ha cometido- tuviera uno que elegir el castigo que ese pecado merece, y castigo de envergadura. [Quien dice “castigo”, puede decir “remedio”]. Y encontrarse el que ha pecado con su propia medida. Por ejemplo: que el confesor hiciera elegir al penitente recalcitrante entre tres posibilidades de penitencia fuerte y pedagógica.
          Seguramente que las confesiones se harían mucho más eficaces y que el penitente tendría una conciencia más objetiva de su propio pecado. Y como recordaba hace unos días, no se abusaría del “arrepentimiento” (ineficaz) y habría que llegar al aborrecimiento de algo que ha sentado tan mal (que tiene tan malos efectos) que, por tanto, provoca la repugnancia instintiva de la persona.

          Pasamos al evangelio, con Jesús en su pueblo en compañía de sus discípulos (Mc.6,1-6), con esa ilusión de poder mostrarles los sitios en los que Jesús jugó de niño, o las personas con las que convivió tantos años, la casa donde vivió y donde estaba aun su madre, la sinagoga en la que tanto tiempo había sido instruido en la fe, el taller en el que había endurecido sus manos… Todo eran gozosos recuerdos y esa alegría de volver ahora, en tan distintas circunstancias, en las que podía ayudar a muchos, volcando allí sus acciones curativas. De hecho, curó algunos enfermos imponiéndoles las manos. Sin embargo iba a vivir allí una experiencia amarga cuando el sábado tocó el culto en la sinagoga y le dejaron a él la cátedra para que explicara el texto que correspondía.
          Enseñó allí, como solía hacerlo, con autoridad. Su explicación sobrepasaba las formas a las que estaban acostumbrados, y aquello llamó la atención. Pero en vez de hacerlo con actitud de acogida, surgió esa crítica que destruye. No es que las gentes se admiraran de su paisano que expresaba la palabra de Dios con una fuerza nueva, sino que surgió la pregunta peyorativa: ¿De dónde le viene a éste lo que sabe? ¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es esa que le han enseñado? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María, el primo de Santiago, José, Judas y Simón? ¿Y sus primas no están con nosotros aquí? Toda una batería de dudas y suspicacias, que deshacían el efecto positivo de su explicación. Hasta el punto que no recibían la enseñanza sino que desconfiaban de él.
          Los mismos apóstoles, acostumbrados a ver la atracción que generalmente provocaba la palabra del maestro, debían estar extrañados de aquella frialdad y oposición que esta vez, en su propio pueblo, estaba recibiendo.
          Jesús acusó el golpe: No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa. Jesús estaba extrañado de aquella reacción de la gente. Y la verdad es que aquello le cerró la puerta para realizar sus milagros. Se extrañó de su falta de fe y salió de allí hacia otros pueblos, en los que siguió enseñando y donde fue acogido.

          La experiencia de Jesús en Nazaret es algo que se repite constantemente: que lo que los extraños admiran y acogen y alaban y se aprovechan, “los de dentro” (los cercanos) no lo ven y no lo aprecian. Personas que tienen buen predicamento en sus círculos de actuación, pero que no son aceptadas ni reconocidas por sus familiares o por los que conviven más cercanos el día y la noche. Seguramente es que la convivencia diaria hace resaltar briznas sin importancia que pasan desapercibidas por los de fuera, pero que se maximizan en el roce diario de la vida. Sería una oportunidad para hacer nuestra reflexión personal sobre el verdadero valor de personas con las que rozamos a diario.

1 comentario:

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