miércoles, 24 de enero de 2018

24 enero: Parábola del Sembrador

7º día para pedir por la unión de las iglesias
Liturgia:
                      David había traído a Jerusalén el Arca del Señor y la había instalado en una tienda que él había preparado para ella. Pero David piensa (2Sam.7,4-17) que no está bien que él viva en un palacio mientras el arca está en una tienda, y se hace a la idea de construir un templo. Pero Dios, por medio del profeta Natán, le advierte a David que no será así.
          No es que Dios le retire su favor a David, pues la verdad es que lo colma de promesas y bendiciones. Lo que pasa es que aquí se mezclan dos planos, uno el de un descendiente suyo, hijo de sus entrañas, que será el que construya el templo. Y más allá de ese plano, está el plano mesiánico, por el que el reino consolidado PARA SIEMPRE está ya mirando a la figura del Mesías.
          Al primero, si se tuerce, lo corregiré, pero no le retiraré mi favor. Al segundo promete: tu casa y tu reino durarán por siempre en mi presencia y tu trono durará por siempre.
          Es, por tanto, un texto de suma importancia, que trasciende la historia personal de David y mira ya al Hijo de David, al Mesías que será en sí mismo el Templo de Dios, donde Dios habita y desde donde Dios realiza definitivamente la promesa que venía de tiempos muy atrás, y que se consolida en David.

          Mc.4,1-20 es la parábola del sembrador y su explicación, con esos versículos intermedios en los que Jesús explica a los apóstoles por qué habla en parábolas. Son unos versículos “molestos” al oído porque parecen decir lo contrario de lo que se espera que digan. Pues Jesús ha tomado la profecía de Isaías y la ha copiado tal cual, con lo que dice que “habla en parábolas para no ser entendido”. Un absurdo total porque si Jesús no quisiera ser entendido, con no hablar tenía bastante.
          Por el contrario “la parábola” es un género de expresión muy afín al mundo oriental, y precisamente una manera de hacerse entender. Y si Jesús habla en parábolas es para que bajo el “cuentecillo” que expone, la gente se quede rumiando y sacando consecuencias. En realidad era un género de comunicación mucho más adaptado al mundo oriental que si Jesús se hubiera expresado en conceptos, cosa que los occidentales entendemos mejor porque nos es un lenguaje más directo a nuestra manera de entender.
          Jesús pareció traspasar las fronteras y pensar en los occidentales cuando explicó dos parábolas: ésta del sembrador y la otra de la cizaña, como quien quiere hacerse explicar también para los que tenemos otra mentalidad, pues la  verdad es que explicar una parábola a un oriental es una excepción.
          De hecho los apóstoles no habían entendido y le pidieron la explicación de la parábola. Y ahí Jesús se baja a la explicación en terreno llano. Y hemos de darle las gracias porque así nos ha dado la clave para entender otras parábolas.
          Por lo pronto, en la del sembrador, la semilla –que es la palabra de Dios- es esparcida por “el sembrador” –Jesús-, y puede caer “en terrenos” (situaciones y personas) muy distintos, y según eso “dar un fruto” –ser acogida- de muy diferentes maneras. Desde la no aceptación, el corazón cerrado (como “dureza del camino”) en que Satanás arrebata la Palabra y no puede fructificar.
          O la falta de fondo en la persona, muy entusiasta con la palabra que oye, pero dejándola escapar porque no hay personalidad ni atención suficiente. Es como semilla sin tierra, que crece pero se agosta bajo los ardores del sol.
          Otra realidad es tener la cabeza llena de musarañas, estar preocupado por los afanes de la vida, el dinero, el placer, el materialismo…, y como consecuencia la Palabra no halla cabida; es como una siembra entre matorrales, que con su fuerza bravía ahogan la semilla.

          Pero hay almas abiertas, dispuestas a acoger esa siembra que hace Jesús con su Palabra y sus obras y su ejemplo…, y entonces prende el entusiasmo en el corazón de esas personas, y se aprovechan de las enseñanzas que Jesús pone sobre la mesa. Y la Palabra arraiga y da fruto. Que dé más o menos en un momento determinado, no es problema. Una vez que la Palabra prende en el alma, el fruto se irá aumentando porque la palabra de Jesús es levadura que fermenta la masa y la hace crecer por su misma fuerza.

1 comentario:

  1. "HABLABA EN PARÁBOLAS PARA NO SER ENTENDIDO". Isaías nos deja un poco desconcertados...Si Jesús no quisieraser escuchado, no hablaría.Tal vez quería decirnos que para acoger la Palabra de Dios, lo importante no es el saber o el entender. La Palabra da sus frutos cuando se la acoge y se espera que transforme nuestra vida.Es un regalo y tenemos que cuidarlo y amarlo. El que pretende dar fruto gracias a su propio saber y a su esfuerzo, seguramente que no va a conseguir ver ni comprender nada.

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