miércoles, 10 de enero de 2018

10 enero: Un día de Jesús

Liturgia:
                      Avanza con rapidez la historia de Samuel (1Sm.3,1-10.19-20) y hoy ya lo tenemos en el templo a las órdenes del sacerdote Elí, ya muy anciano. Elí estaba en su habitación y Samuel en el templo. Una noche Samuel escucha una llamada, y Samuel responde: “Aquí estoy” y sale hacia la habitación de Elí, pensando que era el sacerdote quien lo llamaba. Elí le dice que no lo ha llamado y que se acueste a descansar. Pero la llamada se repite por segunda y tercera vez con las mismas consecuencias. Pero esa tercera vez Elí cae en la cuenta de que puede ser Dios quien está llamando a Samuel y le dice: Anda, acuéstate, y si alguien te llama, dices: “Habla, Señor, que tu siervo escucha”.
          En efecto se produjo la llamada por cuarta vez y Samuel, ya instruido por el sacerdote, responde tal como le había dicho.
          Crecía Samuel y Dios estaba con él y ninguna de sus palabras dejó de cumplirse, y de una parte a otra de Israel, todos vinieron a reconocer en Samuel al profeta que Dios enviaba.

          En el evangelio (Mc.1,29-39) tenemos una página curiosa porque nos pone delante un día entero de Jesús. Ha comenzado con la ida a la sinagoga (que veíamos ayer) con la liberación del poseso, y cómo la gente se admira de la palabra y la fuerza de Jesús, que ha echado a un demonio, y todo eso “con autoridad”.
          De la sinagoga pasa Jesús a la casa de la suegra de Pedro, con la particularidad de que ella estaba enferma con fiebre. Se lo dicen a Jesús y él entra en la habitación, la toma de la mano y le da la salud: se le pasó la fiebre y se puso a servirles.
          Jesús, con Simón y seguramente Andrés, más posiblemente Juan y Santiago, se quedan en una de las habitaciones, departiendo impresiones, y escuchando a Jesús con un gusto muy grande, porque Jesús les hablaba de muchas cosas y les presentaba una manera de vivir la religión que sobrepasaba con claridad las exposiciones de los doctores de la ley.
          Así llegó la hora de almorzar y la suegra de Simón les sirve una comida que ella ha preparado con toda su ilusión y agradecimiento hacia Jesús.
          Hubo una amplia sobremesa. Y aunque lo normal en aquella cultura es que la mujer no se entremezclara en las reuniones de los varones, yo quiero inclinarme a inventar que Jesús optó por llamar a la suegra de Simón, una vez acabados sus servicios, para que estuviera allí junto a ellos y también ella participara de aquellas explicaciones y exposiciones que Jesús iba explicando.
          Y se pasó aquel tiempo sin darse cuenta, embobados como estaban con las palabras de Jesús. La mujer, que se levanta a ver qué ocurre pues se oye murmullo fuera de la casa, y ve el panorama de mucha gente que se ha agolpado a las puertas de la casa con enfermos en camillas. Y corre a decírselo a Jesús. Era la hora de la caída de la tarde, poniéndose el sol.
          Jesús sale y ve aquel panorama. Sus hechos de aquel día han atraído a aquellas gentes deseosas de ver a Jesús y presentarles también sus enfermos y poseídos de malos espíritus. Y Jesús curó enfermos, liberó a los posesos y les habló a todos palabras de consuelo y acogida.
          La noche se echó encima y Jesús y los hombres que le seguían se echaron a dormir. Jesús se reservó el lugar junto a la puerta de aquel aposento, porque él iba a salirse fuera en cuanto descabezara el sueño. En efecto, a la madrugada se fue a un descampado donde oró largamente esa oración de intimidad que tanto gustaba.
          Las gentes madrugaron también con el deseo de volver a ver a Jesús, añadiéndose otros que no habían venido la tarde anterior, todos ellos atraídos por la fama que se había extendido por la comarca.
          Los discípulos advirtieron que Jesús no estaba en su descanso y salieron a buscarlo por las afueras, en donde encontraron a Jesús en su oración. Y le avisaron: Todo el mundo te busca. Pero él respondió entonces que se iban a otro lugar, a las aldeas cercanas para predicar también allí, porque para eso he venido.
          Y así recorrió la Galilea, predicando en las sinagogas y expulsando demonios.


          Basta contemplar el hecho. Las lecciones quedan patentes en lo que es el servicio al prójimo, el gusto por la oración retirada, y el celo de las almas de un sitio y de otro.

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