martes, 9 de enero de 2018

9 enero: Jesús en Cafarnaúm

Liturgia:
                      Ayer –ya lo advertí- se preparaba el núcleo de la historia. Hoy tiene en la 1ª lectura (2Sam.1,9-20) su desemboque: Ana, la esposa de Elcaná, tan afligida y humillada porque no tenía hijos, se va al templo del Señor y ora sin elevar la voz (cosa extraña en el modo habitual de orar los judíos). Su oración es al mismo tiempo petición y ofrecimiento: Señor poderoso, si te dignas mirar la aflicción de tu esclava y me concedes un hijo varón, se lo ofreceré al Señor para toda la vida. Elí, el sacerdote, la veía mover los labios sin pronunciar palabra y creyó que estaba bebida, y se lo dijo. Ana le respondió: No he bebido vino ni licores; lo que pasa es que estoy afligida y me desahogo con el Señor. Hablo al Señor movida por mi gran desazón y pesadumbre
          Elí la despidió, deseándole que Dios escuchara esa oración. Ana se volvió a su casa y ya su fe le hizo cambiar de semblante, aunque aún no había cambiado nada respecto a la realidad anterior. Había cambiado ella, que ahora está convencida de la actuación de Dios.
          Y Elcaná se llegó a su mujer y Ana concibió un hijo, al que puso de nombre “Samuel” porque “al Señor se lo pedí”.

          Mc.1,21-28 nos narra el primer episodio de Jesús en Cafarnaúm cuando el sábado fue a orar a la sinagoga y a vivir ese momento religioso que era tan deseado por los fieles. Le dieron a él el comentario de la Palabra de Dios que ese día correspondía, y Jesús explicó de una manera tan buena que llamó la atención de la gente. Estaban asombrados de su enseñanza porque él no se limitaba a repetir lo leído con poco más de aclaración. Jesús enseñaba, avanzaba sobre el texto, y lo hacía con autoridad. No era un advenedizo que inventaba historias sin contenido. Hablaba y llegaba al corazón de las personas.
          Pero tampoco era un predicador que se limitara a explicar. Cuando ante sí tiene a un poseso, Jesús actúa frente al demonio y le da órdenes de abandonar aquel cuerpo de la persona poseída.
          El demonio se le enfrenta: ¿Qué tienes tú que ver con nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Y Jesús increpa al mal espíritu: ¡Cállate y sal de él! Y el demonio retuerce al poseso y gritando muy fuerte, salió. El hombre quedó en calma y sin haber sufrido malas consecuencias. Lo que sí se produce es un movimiento de admiración profunda en las gentes, porque no sólo es que habla con autoridad, sino que manda a los espíritus inmundos y le obedecen. Evidentemente la fama de Jesús se extiende. Cafarnaúm es lugar principal y de influencia. Y aunque el mundo de los negocios poco se entera de las cosas que suceden, no podía pasar por alto, de alguna manera, aquellos comentarios que corrían de unos en otros, por lo que habían oído y visto.

          Me he fijado en un punto: cuando el demonio quiere entablar disputa con Jesús en plan de preguntas: ¿Has venido a acabar con nosotros?, ¿qué tienes que ver con nosotros?, Jesús no entra en esa dinámica. Con el demonio (con la tentación) no se puede establecer diálogo. Jesús toma la postura de “corte” de la conversación: “Calla y sal de él”. Y no hay conversación.

          Muchos son conscientes de que sus fallos, a veces graves, vienen de ese flirteo con la tentación que les llega…, que se les presenta a título de “curiosidad” en la que no se quiere pecar pero tampoco hay una postura drástica de corte. Y son bien conscientes de que acaban fallando. Y es que la tentación es muy ladina, y acaba derrotando al que pretende razonar con ella. ¡Cuántas caídas se evitarían si hubiera un talante definido de no dialogar con la tentación! Jesucristo lo expresa muy claramente cuando –con su modo extremoso de expresar su pensamiento- acaba diciendo que si tu mano o tu pie o tu ojo te son ocasión de pecado, te los cortas o arrancas, porque más te vale entrar en el cielo manco, cojo o tuerto, que con los dos ojos, las dos manos o los dos pies ser arrojado al fuego! Y no es que Jesús nos quiera mancos, cojos o tuertos, pero nos está diciendo que a la tentación hay que oponer soluciones drásticas sin entrar en conversación con el peligro que acecha. Y eso está comprobado claramente, aunque el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¡GRACIAS POR COMENTAR!