viernes, 19 de enero de 2018

19 enero: Los Doce

2º día del octavario por la unión de las iglesias
Liturgia:
                      La 1ª lectura de hoy es larga. 1Sam.24,3-21 es la larga descripción de los muy diversos sentimientos de David y Saúl. Porque Saúl ha salido con 3000 hombres en busca de David. David estaba escondido con un puñado de hombres en una cueva de la Peña de los Rebecos. Y mire por dónde Saúl tiene necesidad de entrar en aquella cueva, sin advertir que David está dentro, en el fondo de la cueva.
          Los acompañantes de David ven llegado el momento de que David tome la justicia por su mano, saliendo sigilosamente de su escondite y matando a Saúl. Pero está muy lejos de ello el pensamiento de David, que respeta que Saúl está ungido por el Señor, y él nunca pondría las manos sobre Saúl.
          Lo que sí hace es deslizarse por la cueva hasta llegar a cortar un filo del manto de Saúl, y aún de ese acto le quedó escrúpulo a David, cuyos sentimientos eran tan distintos de los de Saúl.
          Cuando Saúl estuvo en campo abierto, David se le presentó con el trozo del manto en la mano, demostrándole al rey que podría haberlo matado, pero que él no atenta contra el ungido del Señor.
          Ahora, dice David a Saúl: Que el Señor sea nuestro juez, sentencie nuestro pleito, y defienda mi causa. Saúl reconoce que David ha sido muy noble con él, y que podía haberlo matado y no lo ha hecho, y le llega a profetizar que será rey, y que el reino de Israel se consolidará en su mano.

          El evangelio es un momento muy solemne y de especial relevancia en la vida y misión de Jesús. Mc.3,13-19 trae la elección de Doce hombres de entre los muchos discípulos que seguían a Jesús. Y constituye lo que será el colegio apostólico, ese grupo que él quiso, y que en adelante serán los doce inseparables de Jesús, testigos de sus gestas y de sus sufrimientos, y los que reciben el legado de continuar la obra de Jesús cuando él falte. Los hizo sus compañeros, para enviarlos a predicar, con poder para expulsar demonios.
          A mí se me llena el alma poniendo delante la lista. San Marcos nos la da de esta manera: Simón, a quien dio el sobrenombre de Pedro, Santiago el de Zebedeo y su hermano Juan, a quienes dio el sobrenombre de Boanerges -los Truenos-. Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago el de Alfeo, Tadeo, Simón el Cananeo y Judas Iscariote, que lo entregó. Y se pone el vello de punta pasando por cada nombre y saber que de ellos depende que hoy nosotros tengamos la fe de Cristo. Y que de ellos hubo uno que rompió todo el sentido, y que ahí los tres evangelistas sinópticos son los que ponen un “sobrenombre” que acaba la lista y define a un hombre elegido por Jesús, y que se apartó de esa amistad y acabó siendo “el que lo entregó”. Así ha pasado a la historia, así se le define, así se le conoce. También él estuvo elegido como compañero, para predicar el evangelio y con poder para expulsar demonios. Y sin embargo no supo predicar más que una traición contra el compañero que le había elegido, y no supo echar de sí el terrible demonio de su traición. Digo que pone el vello de punta porque demuestra la terrible verdad de una libertad mal empleada, instigada por una amargura interna que no supo dominar y que le llevó a la venganza. ¡Hasta dónde se puede llegar cuando no se ha dominado la pasión!
          Y no es que los otros hombres fueran flanes de carácter. Simón Pedro era duro de cerviz. Eso sí, muy noble. Capaz de dar la vida por el Maestro, y a la vez acobardado ante una criada cuando teme ser descubierto como discípulo del que es juzgado a muerte.
          Juan y Santiago… A Juan se le ha dibujado siempre como un jovencito dulce y casi afeminado… Nada que ver con los datos que nos dan los evangelios, del hombre que quiere impedir a uno (que no es del grupo) echar demonios, o que quiere pedir que llueva fuego del cielo porque no dejaban pasar al Maestro por Samaria. Jesús, que lo conocía bien, le llamó “Trueno”.
          Tomás un hombre de enorme carácter… Bartolomé “un israelita en quien no cabe el engaño”…

          Quiero decir que no fueron personas sin personalidad y que por eso aceptaran el camino que marcó el Señor como ovejitas de un rebaño. Sólo que usaron su libertad para fajarse con la verdad de Jesús y con la vida de su Maestro, para permanecer fieles aun en medio de sus propias debilidades de hombres del pueblo. El caso de Judas Iscariote es por eso mucho más llamativo, porque perdió la gran oportunidad de haber pasado a la historia como un apóstol que hubiera vivido de lleno la elección que el Maestro amorosamente había hecho de él.

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