viernes, 5 de enero de 2018

5 enero: VEN Y LO VES

LITURGIA
                        Jn,1,43-51 es la continuación del de ayer, y casi formando un bloque. Porque se ha comenzado con aquellos primeros hombres que se han encontrado con Jesús, el Cordero de Dios, y que ha culminado con la evidente vocación de Simón, al que el cambio de nombre le supone una nueva realidad en su vida, tomado de la mano por Dios, único que cambia los nombres para determinar una nueva realidad en ese sujeto.
            De la tierra de Andrés y Simón era Felipe. A el también se dirigió Jesús con una llamada clara: Sígueme. Y Felipe acepta y pasa a estar en el grupo inicial de Jesús. Pero algo le ha cogido por dentro en su misma emoción, que apenas sale de aquello cuando él lo comunica a un amigo, Natanael (Bartolomé), con toda la fuerza de que es capaz: “hemos hallado a aquel de quien escribió Moisés y los profetas, a Jesús, hijo de José de Nazaret”. Lo decía todo en una sola frase.
            Pero Nicodemo, más receloso y poniendo duda en aquellas afirmaciones de Felipe, echa mano del dicho popular y responde: ¿De Nazaret puede salir algo bueno? Un prejuicio de esos que van corriendo de boca en boca y que acaban haciéndose una falsa verdad.
            Felipe no le discutió. No se sacaba nada en claro con discutir. Pero sí tenía un arma que para él era segura: ponerlo en contacto personal con Jesús. Por eso se limitó a decirle: Ven y verás. Sabía Felipe la fuerza de atracción que tenía Jesús. Y optó por llevar a su amigo hasta Jesús.
            Y Jesús, nada más que verlo llegar, pronunció una gran alabanza sobre Nicodemo: He ahí un buen israelita en quien no hay engaño. Y Nicodemo se quedó de una pieza. No sabía de dónde le venía aquello, y preguntó a Jesús: ¿De qué me conoces? Por si era poco aquella primera palabra, ahora Jesús lo sorprende mucho más cuando le dice algo que debía ser muy secreto para Nicodemo: Antes de que Felipe te llamase, cuando estabas bajo la higuera, te vi. Era algo que llevaba muy en su interior y aquella palabra de Jesús le revelaba algo esencial: reconocer a Jesús: Rabí, tú eres el Hijo de Dios; tú eres el Rey de Israel. No podía decir más. Y ahora viene la vocación: Porque te he dicho eso ¿crees? Has de ver cosas mayores. En efecto, Bartolomé queda como discípulo de Jesús, y será elegido luego como apóstol. “Cosas mayores” le quedaban por ver, y fueron tantas cosas como pudo comprobar con sus ojos a través de la vida de seguimiento de Jesús.

            La 1ª lectura de 1Jn.3,11-21 es un alegato a favor del prójimo, el hermano, al que hay que respetar y amar: que os améis los unos a los otros. No os extrañéis si el mundo os aborrece. Sabemos que hemos sido trasladados de la muerte a la vida, porque amamos a nuestros hermanos. El que no ama, permanece en la muerte. Quien no ama a su hermano es un homicida, y ningún homicida tiene en sí vida eterna. El mosaico que ha dibujado Juan habla por sí solo. Por eso le he dejado la palabra al propio Juan y que fuera él quien dijera y “comentara”.
            Luego exhorta a amar de obra y no sólo de palabra. También de palabra, porque la palabra es un vehículo que expresa con delicadeza el amor. Pero quedarse en las palabras puede equivaler a verborrea, mientras que el amor es una realidad que necesita de hechos que manifiesten la verdad de ese amor: en eso conoceremos que somos de la verdad. Y tiene que ser nuestra conciencia la que dé testimonio de esa verdad, aunque debe ser la conciencia verdadera, que refleja a Dios, que es quien todo lo conoce.
            Esa última afirmación es de suma importancia y hay que subrayarla mucho en los tiempos actuales en que tanto se refiere a la “propia conciencia” cuando detrás de esa aparente “conciencia” lo que hay son meras apetencias y gustos (no siempre confesables). Por encima de la conciencia está siempre Dios y la conciencia verdadera no es otra cosa que un espejo que refleja la luz de Dios sobre el interior del individuo. Por eso la conciencia verdadera “remuerde” cuando se ha procedido en contra o al margen de Dios, porque es la “protesta” del espejo que ha quedado manchado o incluso roto por el que ha procedido violentando la verdad de Dios.

            Y cuando hoy, en aras de una falsa “conciencia” se procede en contra de la voluntad de Dios, y no remuerde, es evidente que no se está hablando de verdadera conciencia sino de todo lo contrario: de una conciencia triturada po el mal hacer.

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