1 de junio: Entender las Escrituras

Liturgia

          Estáis equivocados porque no entendéis las Escrituras (Mc 12, 18-27).

          Hay una forma de no errar: ir a la Sagrada Escritura y meditarla con el alma, adentrándose en los entresijos de esa Palabra. Lo primero es IR…: tomarla entre manos, manejarla, leer, releer, pensar y meditar. Y no como ideas que se piensan con la cabeza y se descubre su verdad o plantean sus dudas, sino meditar la Palabra de Dios con el alma. Con lo más íntimo de la persona. Leyendo CON EL CORAZÓN, como una madre lee cosas de su hijo: no se limita a “saber” lo que su hijo dice, sino que está abrazándolo ya con el corazón mismo lleno de amor. ESA ES LA ORACIÓN. Ese es el único medio de acercarse al CORAZÓN DE CRISTO, porque es otra forma de “entender” cuando se habla de corazón a corazón. A Dios no lo vemos ni lo podemos ver, y sin embargo podemos SENTIRLO en nuestro corazón. A Cristo se han llegado muchos escritores e investigadores pero a Cristo no lo ha entendido sino el que se acercó con el alma, con toda su alma. Y con toda su alma descubrió lo dulce que es el Corazón de Jesús, el Señor. Hubo sabios que se pusieron a descubrir características de Jesús y lo estudiaron desde muchas facetas. Los santos descubrieron al CORAZÓN DE JESÚS, y ellos fueron los que mejor profundizaron en las entretelas del alma de su Señor.

          La devoción al Corazón de Jesús no es emoción ni dulzuras, ni imaginaciones fervorosas que nacen en la emotividad de una persona. Es el compromiso de AMOR de quien descubrió AL AMOR y ya no puede corresponder más que enamoradamente amando.

          Al comenzar el MES DEL SAGRADO CORAZÓN nos hemos de poner abiertos a la Palabra de Dios para que en ella, día tras día, descubramos ese Corazón que tanto ha amado a la humanidad. Y hoy en un detalle, mañana en otro, cada relato evangélico nos lleve a apretar nuestra alma a la inmensa riqueza de Jesucristo.

          Hoy la liturgia nos lo presenta en una diatriba más con quienes querían cogerle en contradicción. Hoy son los saduceos, que no creen en la resurrección, ni en los ángeles ni en los espíritus. Y quieren ridiculizar a Jesús con el invento de aquellos sucesivos siete maridos de una misma mujer, por razón de la ley del levirato. En la resurrección, ¿de cuál de ellos será mujer? Y Jesús les responde que su pregunta viene de no haber entendido las Escrituras ni el poder de Dios, porque cuando resuciten serán las personas como ángeles del Cielo. La resurrección no es revitalización de este cuerpo nuestro material, sino un encuentro íntimo con Dios desde otra realidad que nada tiene que ver con la materialidad que ahora tenemos. Sencillamente el Cielo es otra cosa, en la que no se casarán los hombres y las mujeres. No ha lugar a la cuestión que ellos proponen.

            La ley del levirato mandaba al hermano del marido difunto casarse con  la viuda para darle hijos a su hermano difunto, puesto que era un baldón el morir sin hijos.

          En la 1ª lectura entramos en la 2ª carta de San Pablo a Timoteo (1,1-3. 6-12) en la que el Apóstol desea a su discípulo la misericordia y la paz de Dios Padre y de Jesucristo. Y le exhorta a tomar parte en los duros trabajos del Evangelio, dando la cara por el Señor: Él nos salvó y nos llamó a una vida santa, no por nuestros méritos sino porque él dispuso darnos la gracia que se ha manifestado por el Evangelio, al aparecer nuestro Salvador Jesucristo, que destruyó la muerte y sacó a la luz la vida inmortal. Yo sé de quién me he fiado.