martes, 8 de abril de 2014

8 abril: La barbarie de las espinas

La barbarie
             Estamos tan hechos a ver un crucificado en nuestra rica imaginería…, o a meditarlo…, o a coger un crucifijo en nuestras manos y experimentar la emoción espiritual…, que difícilmente llegamos a enfrascarnos en la barbarie que hay detrás. El tema que meditaremos después, quiere ayudar a comprender algo mejor. Pero mientras tanto ya nos habla la liturgia del veneno que lleva esa cruz…, que mata… Porque la “primera cruz” de aquel pueblo fueron las serpientes venenosas –quizás un paraje de víboras-. Luego es Dios quien le da la vuelta con aquel signo de “serpiente venenosa” que –puesta en alto- le cambia el signo de veneno a antídoto, de muerte a vida, de sufrimiento a salvación. Pero para llegar hasta ahí… [ver Num 21, 4-9; Jn 8, 21-30]. Para llegar hasta ahí hay un camino misterioso: hacer siempre lo que agrada al Padre. Y una consecuencia: cuando Jesús explicaba estas cosas, muchos creyeron en Él. Es que “Jesús, puesto en alto, es salvación para cuantos le miran”.

             No sé si voy a acertar en el símil. Estoy parado ante la imagen de Jesús en su coronación de espinas. Acabaron los azotes con aquel cuerpo surcado de llagas profundas. Y le pusieron su túnica. ¡Como quien no dice nada! Porque aquel dolor –con un modo nada cuidadoso por parte de quien lo vistiera- pone ya una sensibilidad corporal espantosa. Como el enfermo a quien han sajado una vez, y vienen a curarlo sin más miramiento que volver a abrirle la llaga para limpiarla. Y si doloroso fue la primera vez, la segunda hace temblar las carnes, aún antes de que le empiecen a tocar. Los sanitarios dice muchas veces: pero no estés tan tenso…, como si eso pudiera evitarse cuando siente uno que casi le agreden.
             Y se lo llevan ahora los soldados… Posiblemente Jesús arrastraba los pies, con el cuerpo encorvado por el dolor… Y otra vez le desnudan… Dos aspectos se me ponen delante… Quienes hemos vivido días de hospital, y hemos sido objeto de esos despojos de ropa –no siempre delicadamente realizados…- a la vista de “gentes” [me da lo mismo si eran sanitarios, y a veces sin miramientos de quienes no lo son], podemos decir que no se sufre ese momento sin sentir herido el pudor. Una herida que queda dentro, pero que duele. Y Jesús está siendo desnudado, vestido, desnudado, presentado así –después- ante el pueblo… No lo quiero dejar pasar por alto. Ya fue parte de la Pasión, en la finura íntima de Jesucristo.
             Pero es que ahora, tras desnudado –tras abrírsele nuevamente las llagas del cuerpo- viene ese dolor mortal de la burla mordaz y físicamente agresiva: la clámide que cae sobre las mismas llagas otra vez; la caña de mofa, como cetro hueco y vacío…, las bofetadas y salivazos… ¡Y ahí, “detrás”, está UNA PERSONA, un ser humano indefenso, un alguien que sufre por todas las esquinas de su personalidad!  ¡Ah!: y no es el final. Porque “la originalidad” de uno es hincarle en la cabeza una corona de espinas. Pienso en Jesús que se queda con la boca abierta ante aquel terribilísimo dolor, que llega a rozar huesos del cerebro… ¿Pensaba Jesús? ¿Le quedaba posibilidad de pensar y tener sentimientos cuando su cuerpo era puro dolor? La verdad que creo que aquí no llegó a poder tener sentimientos. No quedaba capacidad para ello cuando en ese momento lo que padece son las sacudidas nerviosas de aquella tortura.
             No exageran los científicos que consideran causas suficientes de muerte los tormentos y vejaciones de estos dos pasos consecutivos y sin tiempo para rehacerse. Y que ni siquiera se acaban en el hecho en sí, sino que aquella cabeza hondamente afectada, sufre el cimbrearse ante los bofetones…, ante los golpes con la caña…, ante los gritos burlones y la algarabía “festiva” de aquellos hombres que se están divirtiendo tanto… Todo eso repercute como altavoz que penetra en el cerebro y pone a pinto de enloquecer. Se ha hablado tanto de las checas…, esa brutalidad que se empleó tantas veces…, y que no ha pasado de moda (desgraciadamente), como lugares que enloquecían… ¿Y qué fue ese paso de la coronación de espinas sino una checa brutal, que hubiera sido suficiente para matar a la víctima?
             ¿Pudo Jesús pensar y sentir? Es que se me abren las carnes y el alma cuando lo pienso, porque muy cerca puedo estar de sentir internamente que en ese momento pierde el ser humano sus posibilidades de persona. Bastante tiene con sobrevivir…  Más bien podemos imaginar a Jesús con la cabeza hundida en el pecho, porque el dolor no le permite mantenerla erguida…, y casi con el cuerpo venciéndose hacia adelante, porque ya no puede sostenerse.
             ¡Qué razón tenían aquellos grandes Padres primeros cuando veían en este paso de la pasión, las consecuencias –y el precio- de la soberbia humana, el orgullo, la cabeza levantada y enseñando la cresta…, “porque aquí estoy yo”! Sí: aquí estoy Yo, nos podría hacer ver Jesús en este momento, cuando ni siquiera puede mirar porque es un mapa de sufrimiento…

             Por eso, aunque no voy a decir que Jesús no sentía dentro ahora mismo…, sigo pensando que poca capacidad de sentimientos interiores podía quedarle cuando apenas tiene más fuerzas que para seguir viviendo, y ¡viviendo milagrosamente! (también eso puede ser verdad).

1 comentario:

  1. Ana Ciudad5:00 p. m.

    Hoy conviene que meditemos esta escena recogida en el tercer misterio doloroso del Rosario.Ante este triste espectáculo,me siento inclinada a desagraviar al Señor y experimento la necesidad de gritar alto"CONVIENE QUE ÉL REINE",en nuestra vida,en nuestros corazones,en nuestras obras,en nuestros pensamientos,en nuestras palabras,en todo lo nuestro.

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