sábado, 5 de abril de 2014

5 abril: LOS AZOTES EN EL ALMA

Dolor como mi dolor
             Siguen siendo las primeras lecturas las que marcan el rumbo. Expresando hoy el sentimiento del que padece, y ayudándonos a barruntar el dolor y la tortura que supone el pensamiento de lo que ocurre tan fuera de toda ley y de toda humanidad. Silencios de Jesús, en su camino de la cruz, que vienen a enseñar que las cruces (en cualquier género de sufrimiento) requieren de mucha vida interior silenciosa: como cordero que es llevado al matadero y no bala. Alrededor, ese coro de los verdugos…, el comentario maldito: “Talemos el árbol en su lozanía, arranquémosle de la tierra jugosa, y que su nombre no se pronuncie más”.

                Prefiero detenerme en Jesús. Sus dolores físicos y el terror que invade ante un dolor inminente… Ha decidido Pilato “castigarlo” y lo ha enviado al tormento de los azotes. Sólo pensarlo, destroza, Y Jesús, llevado al matadero, sin abrir la boda, sí lleva el pavor en la mirada. Y sus sentimientos son tremendos. Empezando por ese despojarlo de sus vestidos (la mente de Jesús se va al Cielo…, que es el único lugar adonde le proyecta su fe).
                Y le atan las manos o se las meten en las argollas, ¡y más espanto le causa a Jesús…! Y comienzan los golpes; un movimiento instintivo de apartar sus carnes a esa lluvia de golpes…, pero cuanto más se mueva Él, peor le van cogiendo sus apóstoles en zonas más dolorosas. Por eso ofrecí mis espaldas…, metieron el arado haciendo surcos…… Todo eso era lo que Jesús llevó en plana conciencia. Luego fue notando Él que se le iba la cabeza…, que se mareaba… acabó perdiendo el conocimiento. Jesús dejaba de sufrir, los verdugos dieron algunos golpes más…, y dieron de mano cuando ya “no tenían sujeto” [estaba inconsciente] porque colgaba péndulo de sus propias manos, sujetas por las ataduras. Desataron o abrieron las argollas… Y Jesús se desplomó totalmente. En estos momentos no sufre Jesús, al menos en su plena conciencia. Y conforme va recuperando el sentido, lo que muestra a las claras es lo espantoso de su dolor. No se le oye una palabra, aunque no puede menos que dejar escapar esos “¡ay!” que son quejidos instintivos por el cumulo de dolores que le llega a los huesos.
                ¿Qué quisiera yo poder hacer en este momento? La verdad que quisiera hacerlo todo, pero que no puedo hacer casi nada; me hago cargo que pretender levantarlo es poner las manos sobre cualquier zona de su cuerpo, que está hecha una llaga. Me acerco, siquiera porque sepa Jesús que estoy a su lado… Él hace el ademán de tenderme un brazo, y yo quiero limitarme a acercarme para que Él se aferre y pueda levantarse. Pero lo cierto es que no tiene ni fuerzas para ello. Como buenamente puedo, consigo el modo de ayudarle, aunque un nuevo “ay” se escapa porque, sin yo querer, le he tocado alguna de sus heridas. Y apoyándose Él en mí, dentro de sus pocas fuerzas, puedo llevarlo a un asiento de piedra que hay allí, adosado al muro del patio. Sus ojos hundidos por el dolor, bien expresan aquel lamento de la Sagrada Escritura: Mirad los que pasáis por el camino, si hay dolor semejante a mi dolor… La mente de Jesús, aunque obnubilada parcialmente por su mismo dolor, está pensando con miedo muy fuerte qué le espera ahora… Y me va contando cómo ha vivido ese paso tan horroroso que acaba de pasar. Que no rehúye ese sufrimiento, y que más quiere Él por llevar a todos a la salvación…, aunque confiesa que en este momento el sufrimiento le desborda.
                Yo sé que mucho tiempo no debió transcurrir entre los azotes y los soldados que vienen a burlarse y maltratar al preso desgraciado… Más bien pienso que ese “paso” que yo he imaginado de acercarme a Jesús para ayudarle a levantarlo (procurando no pisar apenas su sangre salpicada), lo más seguro es que no se dio, porque apenas Jesús tuvo un mínimo movimiento de estar “despertando” de su suplicio, aparecieron por allí los soldados que iban a llevarlo a situaciones crueles y sin miramiento…
                Pero a mí me pide el alma ese rato de serenidad…, en que pueda rehacerse de sus agudos dolores, y que sienta Él que alguien tiene a su lado. Y bien sé que su mirada me está proyectando hacia alguna realidad más inmediata, mucho más cercana y posible. Porque cuerpos y almas azotados por el dolor –muy vario-, los tengo constantemente a mi alcance. A los que me puedo acercar sin dañar…, y a los que daño cuando no me acerco y rehúyo. Y los que tienen todo el tiempo delante.
                No puedo menos que ponerme delante el pensamiento de los Santos Padre de la Iglesia, que vieron en los azotes sobre el cuerpo inocente de Jesús, la porción de “redención” que tocaba a nuestras sensualidades, en cualquier modo y forma…; a la dependencia de los sentidos…, a esos afectos que no se quedan en su parte absolutamente noble del espíritu…; a aquella fina expresión de Juan XXIII (si mal no recuerdo), que llamó la atención sobre la lujuria larvada que puede darse bajo formas de espiritualidad…, y todo el modo sutil de los sentidos que tienen mil maneras de expresarse en el mismo interior (o exterior) de la persona.

                ¡Y ya podemos hacernos cargo cómo descargaron aquellos azotes que llevaban la furia de un mundo enfermo de sexo, carente de sentido en el desbocamiento del goce por el goce y sin más proyección hacia nada…! Si a Jesús los azotes le dejaron hasta los huesos al descubierto, bien podemos comprender hasta dónde estuvo allí presente la gama de pecados de la carne que se dieron siempre, y que ahora han llegado al desmadre desmedido.

1 comentario:

  1. Una reflexión más
    Meterse de lleno en una escena evangélica es seguir ahondando en un pozo sin fondo. Me he centrado en Jesús, porque es –evidentemente- el centro de mi contemplación. Pero pueden encontrarse flecos en aquellos hombres que fueron “verdugos”, porque tal era su profesión.
    Ya he comentado que no los pienso ni más feroces ni más inhumanos en la causa de Cristo. Es que no tenían por qué, salvo que hubiera alguna animadversión hacia Jesús. Eso podía pensarse en los criados de la Casa del Sumo Sacerdote, por aquello de la repercusión que pudo haber en ellos por el ambiente tenso que los jefes habían provocado en la causa de Jesús. Pero al saltar al tema civil, no había razón para imaginarlos más brutales con Jesucristo. Eran hombres que ejercían su labor y cobraban su sueldo. Quizás más insensibles porque estaban demasiado acostumbrados a ver sufrir y a hacer sufrir, “por oficio”.
    Cuando dejaron de azotar, dejaron sus flagelos en la alcayata de aquel patio de tortura, y se marcharon tranquilamente. Habían cumplido con su cometido. Y –por decirlo así- se marcharon a la cantina a reponer fuerzas con algún refresco de la época. Y no volvieron a comentar más. Aquello era un momento más de su “carrera”…, y aquel “castigado” era uno más de los que pasaban por sus manos…
    Así lo dejaríamos… Pero se me ha puesto delante que esto no ocurrió y yo me quedo imaginando. Lo que necesito es verlo en mi realidad actual. Hay muchos Cristos azotados por el dolor, la necesidad, la explotación, la miseria de su misma psicología maltrecha por la desgracia. Y sé perfectamente que yo no puedo hacer nada en ese “ejército” de pedigüeños, mendigos, “engañadores”, víctimas de las mafias, estafadores, etc., con los que me topo casi a diario. Y no me recrimino por el hecho de tener conciencia de las muchas veces que me engañaron con sus “preguntas” (modo tan actual de pedir…).
    Lo que me duele dentro es que todo eso –como en los verdugos aquellos- me ha insensibilizado…, ¡incluso me ha creado animadversión…! Y lo que me duele es que tras librarme de uno y otro, yo sigo mi camino como si nada ocurriera, y me entro en el bar siguiente a tomarme un refrigerio. El dolor, la miseria de cuerpo y alma, el abuso del que ellos mismos son víctimas, se queda en esa zona de deshumanización en la que nos “liberamos” del peso de lo desagradable.
    Y me he quedado afectado. Porque también ahí siguen “los verdugos” quedándose ajenos a las víctimas, aunque no sea el caso de verdugos que las hayan provocado. Y como analgésico –que no sé hasta qué punto es válido- esa convicción de que no puedo solucionar nada. Pero ¿no tendría que hacerse –siquiera- más humano mi modo de sentir, mi mirada misma más acogedora, mi gesto menos distante…? No dejo de pensarlo.

    ResponderEliminar

¡GRACIAS POR COMENTAR!