miércoles, 23 de abril de 2014

23 abril: La limosna que Dios quiere

Limosnas y “limosneo”
             Entraban Pedro y Juan al Templo por la Puerta Especiosa. Allí pedía limosna –su único medio de supervivencia- un tullido. (Hechos 3, 1-10). Naturalmente pidió también a Pedro y Juan. No sé si ya eran tan conocidos públicamente como para que supiera el paralítico quiénes eran aquellos, y que –por esa razón- le pidiera más expresamente. Pienso que no. Pienso que entre las muchas gentes que llegaban al Templo, fuero nos más, y unos más a quienes pedir limosna.
             Pedro y Juan se detuvieron con el enfermo, y entablaron con él una breve conversación. Por lo pronto, personalizar el momento: Míranos. Y como suele suceder, el paralítico no entiende más lenguaje que el de pensar que le van a dar una limosna. Y Pedro le dice: No tenemos ni oro ni plata. Por un instante pudo pensar el hombre a qué venía –entonces-  aquella parada con él. Él no necesitaba sermones sino dinero. Y sin embargo ya es un punto a pensar: no era una moneda o un sermón…; había un intento de humanizar…, de que el pobre no fuera un ser deshumanizado al que sólo le interesa que le limosneen…, y “pax Xti.” Pedro y Juan no querían ser el tipo de gentes que limosnean…, dejan caer la moneda (que les tranquiliza) pero prescinden del que pide. Incluso se tiene un fondo de conciencia de que aquella limosna no es una necesidad…, pero se echa en la cestilla y ya se puede ese día estar “tranquilo”. Esta “parada de escena” no deja de tener su “aquel”, porque representa un tanto por ciento muy amplio de “limosneos”.
             Los dos apóstoles no pararon la escena: se apresuraron a ir al fondo –al doble objetivo- que pretendían: “…, pero en el nombre de Jesús Nazareno, ponte en pie y echa a andar”. Pedro había ido por derecho a la necesidad. Y le ha dado la mano para ayudarle a sostenerse en ese primer instante, hasta que se consolidases sus tobillos… Aquel pedigüeño no tenía más medio de vida que pedir…: pedir para él, para su necesidad. No tenía otro medio. Nadie lo mandaba a pedir. Necesitaba. Pero si “la limosna” que le daban ahora era ponerlo en pie y que él pueda ganarse su vida, ¡esa era la verdadera limosna! Y él lo sabe agradecer entrando con Pedro y Juan al interior y glorificando a Dios y dando brincos de alegría. Ese era un verdadero pobre, y no se lo había “mermado de dignidad” el hecho de pedir. Y supo aprovechar su oportunidad, y acabó celebrando –ante Dios y ante los demás (que estaban desconcertados)- que ahora era nuevamente persona.
             No puedo menos que pensar en esos pobres, mucho más pobres, que no piden para sí; que no es para su propia real necesidad; que piden ya “por oficio”, y por esclavitud. Que hay detrás toda una “empresa” montada para aprovechamiento de uno  (la gente le llama “el chulo”), que vive sin trabajar, salvo hacer el recorrido de “sus empleados” (los pedigüeños) para irles recogiendo lo que van sacando del limosneo de muchas personas que tranquilizaron su conciencia dejando allí su óbolo. ¡Y ahí está la peor de las pobrezas!, la que no dignifica, la que no resuelve sino un mal vivir esclavizados y sin opciones de abandonar “la empresa”. Por eso cuando alguien se para ante uno, lo que menos entiende tal “pobre” es que se les intente hablar como personas, porque se saben “bajo vigilancia” y que en fon de cuentas sólo necesitan poder aportar a las arcas de “la empresa”, o sufrir determinadas vejaciones. Y muchas personas que se acercan es para querer razonar lo irrazonable con ellos: que a pocos pasos de allí tienen comedores sociales para comer caliente y comer bien. Pero no era ese el objetivo “empresarial”. Y ¡pobres los pobres que no pueden dejar de ser pobres, y esclavizados, y pasan a quedar de miserables humanos!
             Los dos discípulos de Emaús fueron también “muy pobres” cuando se negaron a aceptar razones, cuando se sumieron en sus ideas, cuando prefirieron huir de Jerusalén… Es la peor pobreza, aunque podían ser gentes acomodadas. Pero –bien se lo dijo el “peregrino”, “sois cabezones y duros de corazón”. Y el evangelista nos los describe como hombres “con los ojos presos” (incapacitados, “castrados” para razonar). También ahí fue la palabra, la comunicación, la acogida de esa palabra al cabo de reticencias y suspicacias, las que a aquellos hombres les hizo dejar caer sus “barrotes del alma”…, su “cárcel” de los ojos, y empezaron a encontrar que se estaba mejor abriendo el alma que encerrándose en sus ideas. Les ardía el corazón”. La limosna que recibían no era la moneda para salir del paso. Y tan no quisieron ya ellos salir del paso, que invitaron al compañero de camino a hospedarse esa noche con ellos. Y ¡ahora fue lo grande! Descubrieron a Jesús…, descubrieron su error, aceptaron su equivocación por cerrazón cerril…
             Por eso no es el limosneo rápido el que resuelve racionalmente una necesidad. Cuando hay Instituciones capaces de saber adónde y cómo se ha de orientar la ayuda, cuando hay medios para saber a ciencia cierta dónde alguien carece (que quizás ni pide a las puertas, pero no tienen nada), cuando hay comedores donde se vuelca la providencia y la verdadera caridad cristiana, mucho mejor se dirige nuestra LIMOSNA, y menos pie damos a “las empresas” que se montan para explotar la pobreza de los pobres.

             

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