viernes, 4 de abril de 2014

4 abri: Barbarie de la mentira

Critica, critica…, ¡que algo queda!
             Eso es lo que queda patente en la 1ª lectura de hoy (Sab, 2, 1, 12-22). Si lo leyéramos con simple mirada humana, estaríamos encontrando una táctica constante en la vida de muchas personas: alguien no me cae bien…, a alguien quiero echar abajo…, o simplemente yo quiero quedar por encima de todos…,  y destruyo desde mi crítica al que se me antoja. Y mi conversación se hace pura crítica, puro negativismo. ¿Por qué? –Porque el buen hacer del otro se me antoja un reproche para mi modo de hacer… ¿Qué arma me queda –supuesto que yo no voy a cambiar de mis maneras? –Destruirlo a él. Y si es que lleva razón, ¡que venga Dios y lo salve.
             ¿No será demasiado humano, real y contemporáneo este modo de actuar?  Por lo pronto la Cuaresma nos lo propone como reflexión y mirada a Jesucristo, que va a padecer porque otros, incapaces de la verdad, optaron por eliminarlo a Él. “Y si es Hijo de Dios…, ¡que Dios lo baje de la cruz!
             En Jn 7, 1-2,25-30, evangelio de hoy, Jesús llega a expresarse a gritos en el Templo: A mí me conocéis y conocéis de dónde vengo. Y sin embargo yo vengo del que es veraz; Él me ha enviado. ¿Solución de los que escuchaban? -Ver el modo de matarlo. Exactamente lo que había presentado la 1ª lectura.

             Exactamente lo que nos van trayendo los diversos pasos de la Pasión. Pilato calculó mal. Pensó librarse de aquel caso peliagudo que le habían traído los sacerdotes, apoyándose en un grupo de gentes que estaban al margen del proceso. Pero los ancianos eran más ladinos y cuando Pilato quiso acudir, ya le habían ganado la partida, y fue ese pueblo el que sirvió a “la causa” con sus griteríos y amenazas. Y Pilato quedó “desnudo”, sin saber cómo cubrirse.
             Por si le faltaba algo, su esposa le envía un recado: No te metas con ese hombre justo; que esta noche tuve muchas pesadillas por él. Y Pilato se diría a si mismo: ¿Y qué más quisiera yo?  Lo malo era su condición de político que quiere nadar y guardar la ropa, y por eso nunca afronta el casi con la sinceridad que debe. Siempre busca el resquicio para salvarse él, lo primero, y –si puede- salvar al inocente.  Y se encontraba con ese frontón de quienes ya no admiten el diálogo…, muy típico de quien no tiene razón y quiere tenerla. Y Pilato declara una vez más que no hay causa de muerte para condenar a ese hombre… Pero lo pondré en libertad después de castigarlo. ¡No se lo creía ni él!
             Todo eso que ocurre en la historia tiene una caja de resonancia en el propio interior de Jesús. Ha quedado patente que no hay ni uno sólo que lo defienda. Que aquella plaza es un hervidero de injusticias. Que va a tiro hecho a matarlo, y que ni el aviso de la mujer de Pilato sirve para nada. ¿Cómo se vive desde dentro del propio paciente? ¿Cómo resuena cada grito de aquellas gargantas –tan fuera de razones- en el Corazón más noble y más verdadero? No quiso Pilato saber qué es la verdad…, y está cayendo en la total mentira…, la del populacho exaltado y azuzado por los ancianos senadores, y la propia mentira del juez sin leyes, del gobernador sin decisión ni criterio… ¡Cómo me trae al pensamiento al dirigente que es incapaz de una decisión pausada y sensata, y acaba siempre “aportando autoridades” para tener un punto de apoyo! ¡Es el ridículo público! Luego se quejará Pilato de no adelantar nada… ¿Cómo va a adelantar si está mostrando las espaldas a toda verdad, a toda responsabilidad de su cargo? [Y así sucesivamente…]
             Y Pilato se retiró y mandó “al castigo” al que no tenía culpas… Y el tal “castigo” era la horrenda flagelación…, la que en el Antiguo Testamento se advertía decididamente que –cuando se diera entre los judíos- había que cuidar que no quedara infamado el castigado. No digamos: ¡no podía ponérsele al borde de la muerte”. Y en la época de dominación romana, no fueron pocos los que dejaron de existir en ese suplicio. ¡Ese es el castigo por “hombre justo”! De verdad que sólo escuchar esa palabra de boca de Pilato, ya estremeció las carnes de Jesús.

             Luego vino la preparación… Desnudarlo, atarle las manos a una argolla alta para que así quedase todo el cuerpo diáfano para los azotes. Y la elección del flagelo, que podía tener dos tiras largas de cuero… o de cuerda y, en este caso, con 4 o 6 nudos cada fleco de aquellos. Eso suponía 4 ó 6 puntos duros en cada golpe…, que –cayendo uno sobre otro, desde las dos posiciones a derecha e izquierda de los verdugos- suponían llagas que se acumulaban, que abrían las carnes, que dejaban las espaldas como un mapa de dolor y de sangre. Jesús tensó instintivamente los músculos como una defensa del organismo… Conforme el dolor arreció, ya no hubo esa tensión…; el cuerpo se entregaba sin fuerzas de resistencia. Y los golpes seguían cayendo y –lo más probable- es que obnubilaron el sentido, porque la capacidad de sufrimiento tiene su límite, y el organismo se defiende con la pérdida del conocimiento, como una “anestesia general” porque no puede sufrir más. Y Jesús debió desplomarse al cabo de una lluvia de azotes hasta que los verdugos decidieron que ya era suficiente. Le desataron las manos de la argolla, y Jesús cayó como un fardo sobre el pavimento.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¡GRACIAS POR COMENTAR!