viernes, 11 de abril de 2014

11 abril: Sintiendo el dolor de Cristo

BARRUTANDO EL SENTIR DE CRISTO
          En las dos lecturas del día hay una directa referencia a la pasión de Jesús. Una, en la experiencia misma de Jeremías (20, 10-13) en que expresa el profeta su espanto ante la actitud de los que le acechan y acosan sin razón. En Jn 10, 31-42, Jesús llega a preguntar por qué buena acción le quieren apedrear.
          FELICITACIÓN A TODAS LAS QUE PERMANECEN CELEBRANDO SU ONOMÁSTICA en este día: Lola, Dolores, Mª. Dolores…
             No me deja a gusto estar contando una historia. Porque eso casi no sería necesario. Con más o menos viveza, puede contarla cualquiera. Y lo que yo pretendo es que sea Jesús el protagonista. EL VERDADERO HOMBRE –no sólo por su categoría humana sino por su mismísima realidad de plenamente humano-.
             Yo no sé si Jesús pudo pensar en todo este espantoso periplo desde la flagelación. Demasiado sabemos que en momentos de sumo sufrimiento, poco se puede pensar, más allá del suspiro y lamento que se puede hacer mirando al Cielo. Son demasiados aplastamientos de la persona, con padecimientos sobre lo soportable, para que Jesús pudiera pensar…, ni casi experimentar sentimientos más allá de su dolor.
             Y yo, que soy atrevido, voy a intentar imaginar los sentimientos más hondos de aquel Hombre que sufría y sufría, sin que le dejaran un instante de respiro. Jesús era “varón de dolores”, y bien que podría aplicarse aquello –que ya he citado en otro momento-: “vosotros, los que pasáis por el camino, mirad si hay un dolor semejante a mi dolor”.  Porque allí en el más íntimo sentir de Jesús, le tenía que estar llorando el alma. Aquellas palabras que cantamos el Viernes Santo, como Lamentaciones: “Pueblo mío: ¿en qué te he ofendido?, ¿en qué te he contristado? – Respóndeme”, estarían resonando con amplificación tremenda en su espíritu. Los golpes de la flagelación, ¿a qué venían?; ¿por qué lo “castigaban” a un terrible suplicio de esclavos? Pero es que ¡ni de esclavos!  Porque aquello era inhumano.
             Pero ¿por qué aquella saña del pueblo que gritaba en la plaza, o de aquellos soldados que la tomaron con él para burlarse tan brutalmente en la coronación de espinas, sin razón ni motivo? Todavía, de los sacerdotes, o de los mismos fariseos, podía explicarse el odio y el deseo de venganza, porque Él les había salido al paso de sus mentiras religiosas…, ¡y ahora ellos habían visto llegada su hora!, y que el que da último, da dos veces. Pero los demás, ¿por qué?. Y ese sentimiento atormenta: ¿qué te he hecho o en qué te he contristado…?  ¡Respóndeme!
             Pilato…, encima de todo tenía menos culpa, pero no es que no la tenía. Aquel personajillo no supo estar. Ni como gobernador (que debe gobernar), ni como juez (que debe administrar justicia), ni como hombre (que tiene que tener una honradez). Presentó a Jesús como hombre, que era lo que a él mismo le faltaba. Y Jesús sentía pena por ese pobre “hombre”. Eran sus sentimientos en medio de su tortura.
             Y fue ese “hombre” quien se achicó (o mostró su verdadero enanismo) cuando se encontró a Jesús, y estuvo miedoso para preguntarle: ¿De dónde eres tú? Jesús calló. Después de todo Pilato merecía lástima. Pero el silencio de Jesús me deja a mí la oportunidad para intentar “entrar en el fondo de su silencio”. ¿Qué fue aquel momento de Jesús… En principio la inutilidad de responder a Pilato. Y después, una larga “proyección” de la historia de la humanidad…, un tiempo para pensar en mí…, en cada uno…, en la realidad concreta de nuestro hoy.
             Nada de aquello que sufría tenía sentido humano. Y Jesús, MESÍAS REY, tuvo en ese instante sobre sí las “particulares respuestas” de cada uno de nosotros. Ahí estábamos, azuzando, con cada pecado. Eso era lo que movía aquellos flagelos, aquellas burlas y sarcasmos, aquellas humillaciones y sufrimientos.
Fue en ese silencio cuando Jesús fue recopilando todo lo que Él sabía: había venido al mundo para dar testimonio de la verdad y para que el mundo sea salvado por Él.  La “verdad” de los humanos –la mía- encierra demasiada mentira. Y había que salir contra eso. El mundo –y yo en él- se había abocado a la muerte. Y ahora “uno tenía que morir por todos, porque todos pecaron”, porque todos han quedado privados de la gloria de Dios, vacíos, hueros… El silencio de Jesús es el que llena todos esos huecos… ¿De dónde eres tú?, puede ser nuestra pegunta ante este silencio de Jesús, pero ahora con un deseo de que Él me diga, y –diciéndome- me conmueva. Y que yo no pregunto “porque otros me lo dijeron de ti” (como respondió Pilato), sino que mi pregunta me brota del fondo del alma, y porque necesito que su respuesta me cure…, aunque su respuesta sea este rico silencio… ¡Ay, Señor!, si yo supiera también callar…, pensar, meditar, dejar entrar mi vida en mi propio interior y en tu íntimo sentimiento…
             ¡Cuánto bien nos hiciste con callar! Pilato se “creció”, como buen cobarde que se ensaña con el débil. Yo quiero responder a tu silencio abajando mi cabeza con la humildad del pecador, del que movió aquellos hilos… Te agradezco que calles; sé que no me estás acusando de nada. Sé que me dejas a mí esta posibilidad de regenerarme y purificarme en tu Sangre. Y porque toda esa sangre brota de tu Corazón.

             Después de todo eso, ¡cómo te imagino con el alma partida cuando Pilato “jugó” a ser él el “bueno”!, y aquellos hombres religiosos le fueron cerrando todas las veredas, y hasta haciéndose “leales al César”, al que abominaban… Pero ahora mismo, entre el pagano y tú…, el grito que vale es “no tenemos más rey que al César”. ¿Cómo repercutió eso en tu corazón? Te imagino. Y más aún cuando veo que ese grito sigue ahí en el inmenso foro abierto del mundo, en el que cualquier artista, panfleto periodístico o televisivo, deportista o cantante…, cualquier político “a lo Pilato”, arrastra a las gentes –masas sin brújula- a quitarte a ti de en medio… No tenemos más rey que…

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