lunes, 7 de abril de 2014

7 abril: Hasta dónde se puede llegar...

Misericordia e inmisericordes
             Un sólo punto de plena coincidencia encuentro en las dos lecturas de hoy [Dan 13, 1-6; Jn 8, 1-11]: la pasión desbocada. Un final, que también tiene su punto común: Dios sale por las dos, aunque una vez en la forma de un chiquillo; la otra, el mismo Jesús. En ambos casos, sobresale la misericordia: en la defensa de la persona inocente; en el “yo no te condeno” , dicho a la adúltera culpable.
En cierto grado, también coincidiendo “los más viejos”, aunque en el evangelio, no sólo ellos. En el centro del huracán, dos mujeres, pero y también muy diferentes: una, inocente de lo que se le acusa. La otra, plenamente culpable.
Para la Cuaresma es un mensaje común: Dios siempre está dispuesto a perdonar.

No sabemos si Jesus estuvo más o menos tiempo en aquel interregno de flagelación y corona de espinas. Jesús estaba jadeante tras aquella carnicería; la fiebre altísima, su cuerpo inflamado por el traumatismo. Al pasar unos minutos, las llagas se hacen más dolorosas al estar al aire. Aunque Jesús –en medio de todo aquel espantoso dolor y casi sin fuerzas, se puso su túnica. Yo quiero pensar que yo, en esa presencia mística mía que voy viviendo, pude ayudarle –cuanto era posible, y a sabiendas que cada roce de la tela era renovarle todo el sufrimiento. Pero San Mateo nos da el dato de que los “soldados lo desnudaron” para llevárselo a la falsa “parada militar” que iban a tener, burlescamente, “dentro del Palacio” (Mc)
             Aquellos hombres sin piedad, aquella soldadesca sin sentimientos, aquella chusma de gentes que juegan con una criatura impotente y sin defensa, es una bofetada a la humanidad, porque representan el grado de deshumanización que sea posiblemente el más flagrante en toda la pasión. Porque los que prendieron en el Huerto, iban expresamente a eso. Porque los criados que se burlaron aquella pasada noche, estaban en su salsa  azuzados por un compañero, y una noche en la que había que matar el tiempo… Porque en los azotes cumplían ordenes y oficio aquellos verdugos. Pero  ahora no hay razón alguna para pisotear la dignidad de un preso, ni para esta barbarie en el modo de actuar.
             Empezaron por desnudarlo de nuevo, y sin miramiento. Siguieron con aquella farsa del manto de púrpura como el color de los mantos reales, y le pusieron en las manos una caña, a modo de cetro de mando. Y como en aquella “broma” trágica le quedaba un detalle por rellenar para hacerlo más vivo, tejieron una corona o casquete de espinas (dicen los entendidos que era espinas cambroneras. Yo reconozco que me pareció demasiado distante lo que habitualmente se dice y lo que trajo hasta nuestros ojos la exposición de la Sábana Santa que tuvimos en Málaga, en la que se exponían todos los instrumentos y objetos que reproducían los que se utilizaron en aquel momento histórico. Y no es que yo quite la importancia del efecto destructor de la corona (no casquete) que allí expusieron, pero que -evidentemente- era de púas más pequeñas, sino que intento siempre no “exagerar” los datos por el hecho estar hablando de la Pasión de Jesús.
             Los estudiosos tienen más que demostrado que –en cualquier caso- estos tormentos eran más que sobrados para que el condenado muriese de dolor y desesperación.
             Siguiendo los evangelios, tranzada esa corona, empieza la que yo llama “parada militar” (sarcástica), en la que los soldados rinden honores al “rey”, lo saludan arrodillándose grotescamente, y le tomaban la caña de la mano para golpearle la cabeza coronada… Una auténtica checa de dolor, ruido…; algo que podría provocar la locura del que sufría todo aquello. Y otros, le escupían al rostro… [¡Cuántas veces me dijeron a mí: “judío”, por esa mala costumbre de los niños que no agreden pero cobardemente escupen a otro! El hecho es que ahora no eran judíos sino romanos]. Y al par que saludaban con un burlón: Salve, rey de los judíos, le daban también bofetadas.  De verdad que con los tres sinópticos delante, se queda uno pasmado de que tales actitudes se dieran en esta ocasión, provocando dolor y más dolor, sufrimiento y más sufrimiento, y humillación hasta aplastar.
             Pero Pilato, ¿dónde estaba?, ¿qué hacía?  ¿Cómo es que a Pilato se le esté pasando por alto todo esto? Difícil se me hace pensar que estaba al corriente de estos sucesos, y difícil se me hace pensar que ignoraba todo… Verdaderamente que aquí ocurren cosas que si no estuvieran descritas con tanto detalle por los evangelistas –en la parte más histórica de todos los evangelios- será imposible de dar crédito a tanta barbaridad y a tanta irresponsabilidad del juez. El hecho quedó ahí.

             Lo que no queda dicho, ni casi barruntado es el interior de Jesús, ese corazón rasgado por la pena más inmensa que puede imaginarse, porque por mucho que pensemos, ¿cómo podríamos entrar en esos sentimientos, que –además- está bloqueados por el simultánea dolor, los quejidos sordos o más brotados a borbotón por el insufrible suplicio que padece. La verdad es que en este momento me aturde la sola contemplación de los hechos, y que no me siento capaz –de momento- de adentrarme en el interior de Jesucristo, así padeciendo tanto…

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