Jugando a
hacerse daño
Gn.
17, 3-9 y Jn 8, 51-59 tienen un hilo conductor común: Jesús afirma que antes
que Abrahán, ya existía Él, y hasta quieren tirarle piedras por la blasfemia
que está ahí “oculta” bajo tal afirmación. Y sin embargo hay en la 1ª lectura
un cara afirmación que lo avala: Dios, anterior a Abrahán, y superior a él
hasta el punto de ser quien llama y conduce a ese hombre, le promete una
descendencia perpetua, de la que Dios será su
Dios. Ese Dios, del que Jesús “toma todo” y “hace lo que Él dice”. Esa
unión inseparable de Dios del Cielo y Dios en el Hombre Jesús, que el Evangelio
de San Juan ha tomado como leiv motiv
desde la primera frase de su evangelio.
Pilato ha
sentido miedo cuando los judíos acusaron a Jesús de “hacerse hijo de Dios”. Y Pilato sospechó que podía estar
metiéndose en un ataque directo a “los dioses”. Su pregunta ambigua al preso: “De dónde eres tú” revelaba ese temor,
ese estar entrando en terreno “sagrado”, y por tanto exponiéndose a una
venganza de cualquiera de los dioses del amplio “firmamento divino” pagano. La
respuesta de Jesús no lo sacaba de dudas muy claramente porque el mismo
silencio del que Pilato presentó como “pobre hombre” le superaba a él. Y en esa
paroxismo del miedo, pretende resolver con una bravata; no había sido capaz de
enfrentarse a los judíos, y ahora quiere crecer palmos con su advertencia
engallada ante Jesús.
El
resultado fue querer salvar “a toda costa” a ese incómodo preso, y declararlo
no culpable. Y así salió a comunicárselo a los acusadores y a un pueblo ya
exaltado de más en la plaza del pretorio. Ya sabían los sacerdotes lo que
podían responder para amedrentar al gobernador. Si no le habían valido a ese
hombrecillo las razones de “orden público”, ni “nacionalistas”, les quedaba una
tecla infalible para derrumbar al político. Pilato se les enfrentaba declaran
que en Jesús no había culpa y que lo va a soltar… Y ellos le espetan una
amenaza: Si sueltas a ese, no eres amigo
del César, porque todo el que se hace rey, está contra el César”. Y sabía
muy bien Pilato que no acabaría en amenaza, porque ya había sufrido alguna vez
la denuncia directa en Roma. Una denuncia de este calibre como lo que acaban de
espetarle, ni puede arrostrarla sacando pecho, sino metiendo el rabo entre las
patas como animal que huye.
Y
se fue macilento ante el trono o tribunal –como autoridad oficial- para dar los
últimos pasos…, pero pasos que reculan de una manera vergonzante. Casi las 12
de mediodía, víspera de la gran fiesta que paralizaría todo asunto. Y aquello
era demasiado engorroso para continuar intentando más salidas. Entonces como “primo
de Zumosol” venido a menos, dice: He aquí
vuestro rey. Y como aquello es un juego de niños, los sacerdotes gritan más
fuerte: Quita, quita; crucifícalo. No salía la jugada, pensó Pilato. Y
lo puso todavía más hiriente para el pueblo judío: ¿A vuestro rey judío, voy a crucificarlo yo, un romano? Era darles
en la línea de flotación… Era tocarles la fibra del nacionalismo, torpedeada
por un “invasor”…
Pero
como Pilato no merecía ya ningún respeto, y como había que seguir insistiendo
en la misma línea que habían empezado (y que para ellos era como escupirse
ellos mismos a la cara), hacen el “acto de sumisión” odiable de afirmar: No
tenemos más rey que al César. La verdad es que ellos mismos se habían
dado la sentencia de la propia muerte. Pero con tal de acabar ya con aquella
farsa, aquello les pareció un paso necesario.
La
frase que sigue es muy penosa: Viendo Pilato
que no adelantaba nada…
Pero
esto lo voy a dejar para mejor ocasión, porque lleva demasiado fondo…, o tan
inmenso vacío, que prefiero que sea “línea de salida” para una reflexión
posterior.
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