jueves, 10 de abril de 2014

10 abril: Pelea de gallos

Jugando a hacerse daño
             Gn. 17, 3-9 y Jn 8, 51-59 tienen un hilo conductor común: Jesús afirma que antes que Abrahán, ya existía Él, y hasta quieren tirarle piedras por la blasfemia que está ahí “oculta” bajo tal afirmación. Y sin embargo hay en la 1ª lectura un cara afirmación que lo avala: Dios, anterior a Abrahán, y superior a él hasta el punto de ser quien llama y conduce a ese hombre, le promete una descendencia perpetua, de la que Dios será su Dios. Ese Dios, del que Jesús “toma todo” y “hace lo que Él dice”. Esa unión inseparable de Dios del Cielo y Dios en el Hombre Jesús, que el Evangelio de San Juan ha tomado como leiv motiv desde la primera frase de su evangelio.

Pilato ha sentido miedo cuando los judíos acusaron a Jesús de “hacerse hijo de Dios”. Y Pilato sospechó que podía estar metiéndose en un ataque directo a “los dioses”. Su pregunta ambigua al preso: “De dónde eres tú” revelaba ese temor, ese estar entrando en terreno “sagrado”, y por tanto exponiéndose a una venganza de cualquiera de los dioses del amplio “firmamento divino” pagano. La respuesta de Jesús no lo sacaba de dudas muy claramente porque el mismo silencio del que Pilato presentó como “pobre hombre” le superaba a él. Y en esa paroxismo del miedo, pretende resolver con una bravata; no había sido capaz de enfrentarse a los judíos, y ahora quiere crecer palmos con su advertencia engallada ante Jesús.
             El resultado fue querer salvar “a toda costa” a ese incómodo preso, y declararlo no culpable. Y así salió a comunicárselo a los acusadores y a un pueblo ya exaltado de más en la plaza del pretorio. Ya sabían los sacerdotes lo que podían responder para amedrentar al gobernador. Si no le habían valido a ese hombrecillo las razones de “orden público”, ni “nacionalistas”, les quedaba una tecla infalible para derrumbar al político. Pilato se les enfrentaba declaran que en Jesús no había culpa y que lo va a soltar… Y ellos le espetan una amenaza: Si sueltas a ese, no eres amigo del César, porque todo el que se hace rey, está contra el César”. Y sabía muy bien Pilato que no acabaría en amenaza, porque ya había sufrido alguna vez la denuncia directa en Roma. Una denuncia de este calibre como lo que acaban de espetarle, ni puede arrostrarla sacando pecho, sino metiendo el rabo entre las patas como animal que huye.
             Y se fue macilento ante el trono o tribunal –como autoridad oficial- para dar los últimos pasos…, pero pasos que reculan de una manera vergonzante. Casi las 12 de mediodía, víspera de la gran fiesta que paralizaría todo asunto. Y aquello era demasiado engorroso para continuar intentando más salidas. Entonces como “primo de Zumosol” venido a menos, dice: He aquí vuestro rey. Y como aquello es un juego de niños, los sacerdotes gritan más fuerte: Quita, quita; crucifícalo. No salía la jugada, pensó Pilato. Y lo puso todavía más hiriente para el pueblo judío: ¿A vuestro rey judío, voy a crucificarlo yo, un romano? Era darles en la línea de flotación… Era tocarles la fibra del nacionalismo, torpedeada por un “invasor”…
             Pero como Pilato no merecía ya ningún respeto, y como había que seguir insistiendo en la misma línea que habían empezado (y que para ellos era como escupirse ellos mismos a la cara), hacen el “acto de sumisión” odiable de afirmar: No tenemos más rey que al César. La verdad es que ellos mismos se habían dado la sentencia de la propia muerte. Pero con tal de acabar ya con aquella farsa, aquello les pareció un paso necesario.
             La frase que sigue es muy penosa: Viendo Pilato que no adelantaba nada…

             Pero esto lo voy a dejar para mejor ocasión, porque lleva demasiado fondo…, o tan inmenso vacío, que prefiero que sea “línea de salida” para una reflexión posterior.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¡GRACIAS POR COMENTAR!