lunes, 26 de agosto de 2013

26 agosto: Ayes de Jesús 1

26 agosto: ¡Ay de vosotros…!
A mi me encanta y seduce el Evangelio. Todo el Evangelio. No distingo entre “temas bonitos” y “temas feos”. La BUENA NOTICIA, la Palabra de Dios,  siempre me es hermosa.  Sé que no se escribió para halagar sentimientos y que el Espíritu Santo inspiró a los evangelistas para que nos trasmitieran una verdad a nosotros, que unas veces nos será más apacible y otra nos puede levantar ampollas. Claro: siempre que veamos en ese Libro Sagrado no una historia (a veces reducida a historieta piadosa), sino esa Palabra viva y eficaz que viene a nosotros con toda la fuerza necesaria para que nos penetre hasta la médula y los tuétanos de los huesos. Si así no fuera, vaciamos el contenido a mera narración de un libro piadoso de la antigüedad.
Hoy llega Jesús al último escalón de la corrección. Cierto que lo que Él enseño en ese aspecto, una dirigido a una comunidad de hermanos. Pero en su buena fe también lo aplicó a sus enemigos declarados, los doctores, fariseos,  sacerdotes y senadores (o ancianos) del pueblo.  Ante el acoso permanente a que lo sometían, Jesús respondía en el momento concreto a unos grupos concretos. Otras veces –El se quitaba de en medio para evitar males mayores en una “incultura” en la que las divergencias se zanjaban con la muerte del oponente.
No valieron explicaciones, respuestas, parábolas reflexivas… Aquella casta iba directamente contra Jesús, en parte por motivos religiosos (por cuanto Jesús presentaba el Reino, que no coincidía con los planteamientos farisaicos). Y por otra parte era una cuestión de hegemonía en el poder y en la economía, puesto que la gente sencilla se iba tras Jesús, admirada, y Jesús les prevenía de las trampas “religiosas” de aquellos mentores que se habían adueñado del “saber” para provecho propio.
Hoy Jesús opta por “decirlo a la comunidad”…, por hablar más públicamente y más en general, como casta.  Y Jesús no se anda con sordinas para expresar la verdad de la situación que provocaban los fariseos y los doctores de la Ley. Y pone esa batería de “ayes” en los que les hace un examen de conciencia de sus muchas hipocresías.
¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que cerráis a los otros el Reino de los cielos, y vosotros no entráis en él! ¡Ay de vosotros, farsantes, que devoráis los bienes de las viudas con pretexto de largas oraciones! ¡Ay de vosotros que recorréis tierra y mar para hacer prosélitos, y cuando los tenéis, los hacéis peores que vosotros! ¡Ay de vosotros, ciegos, que veis más importante el oro que el Templo o el altar!  [Hay que decir: “continuará”].
Feo, feo, ¿verdad?  Pero ¿qué pasaría si Jesús viniera por aquí y nos viera en algunas de nuestras salsas religiosas y espirituales? Porque lo pienso en nuestros actos, cuando parece que nos hemos apropiado el “reino”, el “derecho adquirido”, el plan de “buenos pero sin que me pisen el terreno”, o cuando devoramos a los que nos “estorban”, o “hacen sombra”…, o luchamos por “liderazgos” que no avalan precisamente el haber venido a servir y no a medrar. Cuando parece que buscamos comunicar unos bienes espirituales atrayendo a otros, y luego mostramos un rostro que más espanta que atrae. Cuando la “religión” se convierte y reduce (y se denigra) con puras formas externas que nada tiene que ver con una relación con Dios. Cuando hay una sorda intención de que el mundo “eclesial” se convierta en “cortijillo particular”, y en tanto felices en cuanto “mandamos”.
Verdaderamente no es para tildar de “feo” un evangelio que HOY es tan actual como entonces. Más bien en un texto que tenemos que hacer saltar hacia afuera y ayudarnos en el conocimiento de nuestro mundo personal. Jesús corrigió y reprendió (como la carta a los Hebreos decía ayer que debe hacer un buen padre).

Hoy agradecería yo que Jesús se pusiera delante de mí y me ayudara a hacer mi propio examen…, porque bien sé lo “suave” que soy para analizarme yo… Y a veces, tan poco veraz… Quizás por cierta hipocresía con la que busco cubrirme las espaldas y quedarme con “mis razones”,
Me gustaría un Jesús que me dijera cómo son mis verdaderas actitudes de relación…: con Dios---, con los otros.  Claro que bastaría lo segundo porque ahí está el termómetro de qué oración hago. Me gustaría que Jesús me dijera ¿qué dicen los hombres de mí?..., porque sin que fuera todo verdad –posiblemente- sí que habría muchas cosas reales que yo no me veo…, o me niego a ver.  Me gustaría que Jesús me pusiera delante un espejo de la verdad…, que me desmonte mis mentiras de vida o de palabras…

Claro que yo comprendo que Jesús no se va a poner tan delante salvo que mi oración fuera profundamente verdadera. Entonces me podría conformar con que un “Jesús” en forma de amigo o enemigo mío, me dijera lo que está viendo en mí…, y que me corrigiera con ese: ¡ay de ti, ciego, que eres el único que no ves lo que cualquiera está viendo!  Y mi agradecimiento iría ya de antemano, porque me ayudaría a ser más verdadero. En unas cosas no llevaría razón, no sería objetivo. Pero en otros detalles –no pocos- sería el JESÚS PRESENTE A MÍ PARA ENDEREZAR REALIDADES DE MI VIDA.

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