sábado, 7 de septiembre de 2019

7 septiembre: El hambre de los discípulos


LITURGIA
                      Los colosenses habían vivido antes sin tener conocimiento de Cristo y del evangelio (1,21-.23) y tenían malas acciones porque vivían al margen de Dios. Pero han aceptado a Jesucristo quien, por su muerte, los ha salvado y los ha reconciliado con Dios que los acepta en su presencia como a pueblo santo.
          Lo que ahora les recomienda es no perder ese cimiento y a permanecer arraigados en la fe e inamovibles en la esperanza que les pone de manifiesto el evangelio. Es el evangelio que se proclama en todo el mundo, y Pablo es mensajero del mismo.
          La insistencia en el evangelio es algo que debe constituir una obsesión apostólica en todos los creyentes y mensajeros de Dios, con la seguridad de que en todas partes se anuncia la misma Palabra y se trasmite la misma fe.
          Hay que aclarar dos puntos: uno, que “evangelio” es el Evangelio (los 4 evangelios) y no es otra forma de piedad o de rezos. Porque es muy corriente que cuando se pregunta a alguien si maneja el evangelio, responde con naturalidad que “si” porque reza el rosario y tiene tales o cuales devociones o escucha Radio María. Todo son opciones muy buenas y loables pero no son concretamente EL EVANGELIO.
          El otro punto es quien afirma que “todos los días lee el evangelio”. Pero se limita a leerlo o escucharlo en Misa. No lo medita, no lo profundiza, no llega a “entenderlo” en clave personal. No lo MANEJA, lo cual supone tener el libro del evangelio en la mano y rumiarlo para tratar de personalizar su enseñanza.
          Una tercera opción que no merece la pena comentase es la de quien afirma muy ufano que lo tiene en la mesita de noche. Pero de ahí no pasa.
          Pablo, a los fieles de Colosas les habla de un evangelio que crea en ellos esperanza. Es decir, es un principio activo en la vida espiritual de la persona.

          Una de las objeciones que sacan a relucir algunos es que “ya se lo saben de memoria” Es lo que podríamos decir nosotros ante el texto que tenemos hoy por delante: Lc.6,1-5, tantas veces tratado y del que –en principio- parece que no tiene uno nada nuevo que añadir. Y sin embargo es la labor de la oración encontrarle al texto una nueva explanación…, o un profundizar en la que ya conocemos y “sabemos de memoria”.
          No suelo fijarme habitualmente en el tema del hambre de los discípulos. En otros evangelistas se hace acento en ese punto, y de hecho Jesús argumenta contra los fariseos con el hambre de David. Pues vamos a ver lo que puede darnos este tema si lo tomamos desde ese punto de vista.
          Que los discípulos tuvieron hambre y que mataron el gusanillo cogiendo esas espigas del sembrado, sería un punto de partida. Quiere decir que es una realidad que “el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar su cabeza”, y de esa situación participan aquellos hombres. Y realmente tienen los estómagos vacíos, y aquellos granos que se llevan a la boca, palian un poco esa sensación.
          Es lo que menos importa a los fariseos, que únicamente intervienen desde la exigencia del Sábado. Han visto a los discípulos triturar entre sus manos las espigas, y ese “trabajo” es el que ellos ven como violación del descanso sabático: ¿Por qué tus discípulos hacen lo que no está permitido hacer en sábado?
          Jesús no hace mucho hincapié en aquella objeción y sale por la parte del hambre, para elevar la mentalidad de los fariseos: Lo que hizo David cuando él y sus hombres sintieron hambre. Quiere poner Jesús el acento en algo principal, básico, e incluso para el aspecto caritativo, por aquello de que “quiero misericordia más que sacrificios”. David entró en casa de Dios, tomó los panes presentados, que sólo podían comer los sacerdotes y comió él y sus compañeros. Hasta se puede llegar a eso cuando hay una necesidad.
          Al lado de una situación así, ¿qué valor tiene haber frotado unas espigas en las palmas de las manos? ¿Acaso el “Sábado” puede prevalecer sobre necesidades mayores?
          Luego, hay una razón por encima de todas las razones, que es con la que concluye Jesús su conversación con los fariseos: El Hijo del hombre es señor del sábado. Si no querían otras explicaciones, ahí llevaban la definitiva, aunque les escandalizara.

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