viernes, 13 de septiembre de 2019

13 septiembre: Ser conducidos


LITURGIA
                      Salta la 1ª lectura desde Colosenses a la 1ª Timoteo (1, 1-2) con el saludo de Pablo como “apóstol de Cristo” a Timoteo “verdadero hijo en la fe”. Le desea gracia, misericordia y paz de Dios y de Cristo. Y da gracias a Dios porque se fió de él cuando estaba en el bando contrario y era un perseguidor y un violento. Pero Dios tuvo compasión de él, que no era un creyente, y derrochó su gracia en Pablo dándole la fe y el amor cristiano.
          No hay nada de tipo doctrinal en este párrafo, aunque deja caer una serie de características que constituyen una enseñanza para todo el que lea despacio esa breve lectura.

          En Lc.6,39-42 sigue el “sermón del llano” y lo primero que pone delante es la afirmación de que un ciego no puede guiar a otro ciego porque ninguno puede avisar al otro de las dificultades y peligros. Quiere decir que cuando se va a guiar a otro que es ciego, el acompañante debe poder ver. Cada persona tiene el peligro de ser ciega cuando se tata de sus propias cosas. El acompañante es el que está viendo con más indiferencia lo que hay por delante, y el que puede ayudarle a no caer en el hoyo, o a emprender un camino sin el riesgo de tropiezos.
          En ese sentido el discípulo es menor que su maestro, aunque el discípulo puede aprender tan bien la lección que acabe sabiendo como su maestro. Se habrá dejado acompañar y habrá asimilado bien las advertencias. A esto es a lo que se le llamaba “dirección espiritual” y ahora se le llama “acompañamiento”, no por el prurito de camuflar un sentido sino por el realismo de la función del acompañante.
          El “director” es el que toma las decisiones, el que de alguna manera impone el camino. En el plano espiritual acaba creando una dependencia respecto de él, que –en cierto modo- se hace responsable indirecto. El acompañante es como el instructor de uno que aprende a conducir. El volante y los mandos principales los lleva el aprendiz. El Instructor orienta y en caso de peligro corrige con sus mandos supletorios, pero él no es el que lleva el coche. Por eso el “acompañado” en el plano espiritual es el que tiene que avanzar y manejar su propia vida. El “acompañante espiritual” va orientando en lo necesario, y en caso de error manifiesto, actúa para evitar que el “acompañado” sufra “un accidente”.
          Un caso concreto en que se advierte de posible error: el que se fija en la mota del ojo del hermano y no en la viga que tiene en el suyo. Hay que llamarle la atención porque primero tiene que quitarse la viga propia para poder ver la paja que ha entrado en el ojo del otro. Porque es muy fácil ver los defectos ajenos (o lo que uno juzga defecto ajeno) y que no se corrija uno a sí mismo en sus propios defectos.
          Esto sería muy de tomar en cuenta en la crítica y murmuración a la que se es tan proclive. Porque mirados a distancia, suelen tener los mismos defectos que critican. Pero los propios se justifican…, se hacen “por un motivo”. ¿Y no tendrán sus motivos los otros para proceder de una manera? La crítica en realidad es más el fruto de un complejo de inferioridad, o de su contrario: tan sublime se ve uno a si mismo, que no le encaja nada de lo que hace el otro.
          Jesucristo les llama ¡hipócritas!, “ciegos guías de ciegos”, porque primero deben corregirse a sí mismos, antes que lanzar su juicio sobre los otros.

          No veo más en este texto. La teoría está clara. Jesús la ha expresado a su estilo y la ha hecho diáfana. Somos ahora nosotros los que tenemos que asumirla como realidad de nuestras vidas, en las que tenemos que purificar muchas actitudes.

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