jueves, 19 de septiembre de 2019

19 septiembre: ¿Quién amará más?


LITURGIA
                      1ªTim.4,12-16 empieza con una advertencia de Pablo que hasta puede ser útil a nosotros: Que nadie te desprecie por ser joven. Claro que eso lleva una contrapartida en el joven, que también él ha de tomar en cuenta: sé tú un modelo para los fieles en el hablar y en la conducta, en el amor, la fe y la honradez. Derechos y deberes. En los mayores, ejemplo, madurez, actitudes y criterios firmes, para que los jóvenes tengan un punto de referencia y no piensen que ellos, por su juventud, vienen a cambiarlo todo, como si de lo anterior no valiera nada. En los mayores, capacidad de acogida de valores que también aportan los jóvenes, desde su situación en un mundo actual que no es el de siempre.
          Mientras llego –dice Pablo-  preocúpate de la lectura pública, de animar y enseñar. No descuides el don que posees de tu sacerdocio,  que se te concedió con indicación de una profecía y la imposición de manos de los presbíteros. Preocúpate de estas cosas y dedícate a ellas. Cuídate tú y cuida la enseñanza; se constante. Son consejos muy concretos de Pablo que Timoteo debe asimilar y practicar en su misma juventud. Si lo haces, te salvarás a ti y a los que te escuchan. Precisamente desde esa madurez que tienes que tener, tú progresas y das buen ejemplo. Pablo bascula, pues, entre la juventud de Timoteo y el consejo y la experiencia del mayor. Y eso acabará siendo un bien apostólico porque los que ven y escuchan van aprendiendo.

          Lc.7,36-50. Jesús ha sido invitado a comer en casa de un fariseo. Se lo ha rogado y Jesús no lo rechaza. Lo que no significa que esté de acuerdo con los modos de los fariseos ni vaya a reírles la gracia.
          El caso se concreta en aquella mujer pecadora que ha entrado en la sala del banquete y se ha puesto a sus pies a llorar, secar los pies de Jesús con su cabello y ungirlo con perfume al tiempo que se los besaba.
          El fariseo está escandalizado. ¿Cómo es que una persona como Jesús, con tanta fama, se deja tocar por una mujer pública? Si fuera un Profeta, sabría muy bien qué clase de mujer tiene a sus pies.
          Jesús ha visto la tensión que tiene el anfitrión y con delicadeza le dice: Simón, tengo algo que decirte A lo que Simón responde que se lo diga. Y Jesús le hace ahora las cuentas por las que no tiene razón con estar juzgando a aquella mujer y aquella situación. Y le cuenta una parábola que se le ha venido al pensamiento para bordar aquella situación.
          Un prestamista tenía dos deudores; uno le debía quinientos denarios y el otro cincuenta. Y como no tenían con qué pagarle, perdona la deuda a los dos. ¿Cuál de los dos crees tú que amará más? Respondió el fariseo: Pienso que aquel a quien le perdonó más. Ya estaba la lección dada, pero el fariseo no la ha captado. Y entonces Jesús entra por derecho y le presenta la realidad.
          Los dos deudores reales son el propio fariseo, que no se siente en deuda alguna con Jesús, fuera de la invitación al banquete. Y la mujer aquella que, por pecadora, acude confiada a Jesús y espera de él su benevolencia y misericordia. Las dos personas que actúan de modo muy distinto en esta ocasión concreta.
          El fariseo no ha ofrecido a Jesús, el invitado, el agua que se suele ofrecer al que llega de camino para que descanse sus pies. La mujer ha regado los pies de Jesús con sus propias lágrimas y se lo ha enjugado con su cabello. El fariseo no ha saludado a Jesús con el ósculo de saludo y paz. La mujer no ha parado de besar los pies del Señor, desde que entró. El fariseo no ungió la cabeza de Jesús como un huésped señalado. La mujer ha derramado su perfume en los pies de Jesús…
          Por eso te digo: sus muchos pecados le son perdonados porque ha amado mucho; al que poco se le perdona, poco ama. No estaba el fariseo en el ámbito del perdón de Jesús, porque el fariseo se consideraba puro. La mujer, en cambio, no ha parado de expresar su dolor por su vida pecadora.
          Todavía se les aumentó el escándalo a aquellos hombres por el hecho de que Jesús dijera que les eran perdonados los pecados a la mujer, porque ¿quién es este que hasta perdona pecados? Jesús prescinde ya de las opiniones de aquellos hombres. Ha centrado su atención en la mujer pecadora arrepentida, y le dice: Tu fe te ha salvado. Vete en paz.

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