sábado, 21 de septiembre de 2019

21 septiembre: San Mateo


LITURGIA
                      Celebramos la fiesta de San Mateo, apóstol y evangelista. A él se le aplica el texto de la carta a los Efesios que vamos a comentar: 4,1-7.11-13. En ese texto la liturgia encuentra un modo de expresar el valor del apostolado, a cuya realidad fue elegido Mateo doblemente por Cristo. Primero, la llamada, que comentaremos en el evangelio. Después la elección para apóstol.
          Os pido que andéis como pide la vocación a la que habéis sido llamados. Sed siempre humildes y amables, sed comprensivos; sobrellevaos mutuamente con amor; esforzaos por mantener la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz. Punto de arranque para expresar la realidad del discípulo de Jesús. Para cualquier discípulo. Y por tanto un tema de examen muy práctico para nosotros para calibrar nuestra actitud ante la vida cristiana, y hasta materia útil para nuestro examen de conciencia en orden a las confesiones.
          Y continúa el texto de Pablo: Un solo cuerpo y un solo espíritu, como una sola es la meta de la esperanza en la vocación a la que habéis sido convocados: Un Señor, una fe, un bautismo. Un Dios,  Padre de todo, que lo trasciende todo y lo penetra todo y lo invade todo. He ahí el punto a que somos llamados y en el que tenemos que vivir. Exigencia de unidad entre los diferentes miembros de la Iglesia e hijos de Dios. Y nueva materia de análisis interior porque en esa actitud de unidad hemos de desenvolver nuestra vida sin que se de el tuyo y el mío, y esos recelos que son tan fáciles entre unos grupos cristianos y otros. Hemos de tener la alegría de que haya otros hermanos nuestros que han encontrado su camino de vida cristiana, que no camina “contra el mío” sino todos a favor de la gloria de Dios.
          Porque a cada uno de nosotros se le ha dado la gracia según la medida del don de Cristo. Cristo ha constituido a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y doctores, para el perfeccionamiento de los fieles, en función de su ministerio y para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que lleguemos todos a la unidad en la fe y en el conocimiento del Hijo de Dios, al Hombre perfecto, a la medida de Cristo en su plenitud. En efecto: Cristo es el Hombre completo, perfecto. Hay mil caminos en la Iglesia para intentar llevar a cabo la perfección del Cristo total. Y como eso es una labor imposible en una sola persona o en un solo modo de imitar a Jesucristo, hay mil formas de ir acercándose a esa estatura del Hombre perfecto. De ahí la variedad de carismas que se dan en el seno de la Iglesia en familias religiosas y en movimientos cristianos.

          En el evangelio, tenemos la descripción del propio Mateo sobre su encuentro con Jesús: 9,9-13. Vio Jesús a un hombre llamado Mateo, sentado al mostrador de los impuestos. Debía recordar Mateo con verdadera emoción aquel encuentro, máxime cuando su oficio era tan vituperado por el pueblo y sobre todo por los fariseos. Ahora Jesús se detenía frente a él y contaba con él: Jesús le dijo: “Sígueme”. Debió mirar Mateo a derecha e izquierda para ver a quién se dirigía el Maestro, y sintió la emoción de comprobar que era a él.
          Por eso, Mateo no lo pensó dos veces, y se levantó y lo siguió. Sabía él que se lanzaba a una aventura desconocida, pero aquella palabra personal del Maestro le era suficiente para abandonarse en su seguimiento.
          Mateo estaba agradecido a Jesús. Pero tenía también sus otros compañeros de trabajo. Y optó por una comida de despedida, en la que invitaba de una parte a Jesús y sus discípulos, y de otra parte a los publicanos. Y Jesús aceptó de buen grado.
          No fue bien visto por los fariseos, que se presentaron allí para meter cizaña entre los discípulos, con una pregunta maliciosa: ¿Cómo es que vuestro maestro come con publicanos y pecadores? No tuvieron que responder los discípulos porque se adelantó el propio Jesús a responder: No tienen necesidad de médico los sanos sino los enfermos. Hubiera bastado aquella respuesta para hacer caer en la cuenta de que él acudía donde había una necesidad y una buena fe.
          Pero completó la respuesta con una invitación a la reflexión personal: Andad, aprended, lo que significa: “misericordia quiero y no sacrificios”; que no he venido a llamar a los justos sino a los pecadores. Evidentemente que Jesús vino a llamar a todos. Pero los había falsos justos que se consideraban una casta superior impecable y que juzgaba  desde su punto de vista las acciones de los demás. Ellos, santones. El resto, pecadores. Pues a esos pecadores se dirige Jesús, y se siente más a gusto con un pecador que humildemente se reconoce pecador que a uno que se considera justo con toda su autosuficiencia

2 comentarios:

  1. Que yo escriba aquí un comentario puede no ser entendido por alguna persona. Para alguien, es una intromisión. Para otro, un intento de corregir al sacerdote que escribe. Para otro, una muestra de soberbia, de querer ser más que el padre Cantero. Para otra persona, una osadía querer añadir a lo ya dicho. Para otro...

    ¿Y cuál es la verdad de todo eso? Ahí lo dejo.

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  2. ... Y por supuesto a otros les gustan mis comentarios.

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