lunes, 2 de septiembre de 2019

2 septiembre: El hijo del carpintero


LITURGIA
                      En la 1Tes.4,13-17, Pablo enfrenta a los fieles al tema de la muerte, y quiere que no se aflijan por ese pensamiento, porque en realidad para un creyente es el momento de salir al encuentro del Señor, lo que es el ansia y el deseo de todo el que vive la fe. Todo lo contrario del que vive sin esperanza, los paganos, que se afligen por el pensamiento de la muerte.
          Todavía con un pensamiento un poco primitivo sobre el momento cercano de la muerte, Pablo establece un tiempo: para los que han muerto, el encuentro inmediato: los muertos en Cristo, resucitarán en primer lugar. Los que están vivos, nosotros, seremos arrebatados con ellos en la nube, al encuentro del Señor en el aire. Y así estaremos siempre con el Señor.

            El Evangelio de hoy (Lc 4, 16-30) es la visita que Jesús hace a su pueblo, que bien podemos imaginar que iba con muchas ilusiones, pensando en esa oportunidad que tenía de llevar a sus conocidos y paisanos el tesoro de su mesianismo… Había salido de allí sin ser otra cosa que el hijo del carpintero, y volvía pudiendo darles el tesoro del reino de Dios. Aparte de su gusto de volver a ver a su madre y pisar aquella casa que le había visto crecer y vivir.
            Jesús venía precedido de esa fama que le habían dado sus milagros en Cafarnaúm, lugar cercano a Nazaret y que por eso mismo había trascendido a sus paisanos, que lo recibían al cabo de un tiempo de haber salido del pueblo.
            Llegó el sábado. Fue religiosamente a la sinagoga como hacía cada sábado como buen judío, y el jefe de la sinagoga lo invitó al estrado, como solía hacerse con alguien que destacaba por su vida. Y le entregó el rollo del profeta Isaías que tocaba en aquella ocasión. Jesús, puesto en pie leyó: El Espíritu del Señor sobre mí. Me ha enviado para dar la buena noticia a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista. Para dar la libertad a los oprimidos, para anunciar el año de gracia del Señor. Omitió un versículo que no estaba en la misma línea que el resto del texto. Enrolló el pergamino y lo devolvió al encargado, y se sentó, ante la expectación de sus paisanos, que tenían toda la atención centrada en él.
            Jesús comenzó aplicándose a sí mismo aquel texto, definiéndose como Mesías anunciado por Isaías: Hoy se  cumple esta Escritura que acabáis de oír. Y todos expresaban su aprobación y estaban admirados de que había leído las palabras de gracia. Lo que significaba que aprobaban que hubiera omitido el verso que no eran palabras de gracia. Por decirlo así, se había ganado el beneplácito del auditorio.
            Pero simultáneamente se plantean los asistentes una cuestión  sobre Jesús: ¿No es éste el hijo de José? Podía tener doble sentido. Uno, creciendo la admiración de que ese Jesús de Nazaret hubiera adquirido aquella sabiduría desde que salió de allí. Y lo que para unos era motivo de admiración y atención, para otros suponía una fuente de dudas: ¿qué podía decir el hijo de José?
            El hecho fue que en el murmullo que se produjo en la sinagoga Jesús quiso poner en claro que no son las apariencias lo que cuenta, y que poner la fe en él y en lo que él decía, era exactamente un tema de fe en la Escritura y en el proyecto de Dios.
            Y les puso delante dos casos en los que el plan de Dios iba por otros derroteros que los de la lógica israelítica. Dos momentos en los que Dios se volcó fuera de Israel, haciendo su obra con dos paganos, una vez con el gran profeta Elías y otra con Eliseo. Para Dios, pues, no cuentan los planteamientos de supremacía de Israel.
            Y esta referencia a personas paganas los puso furiosos y cambiaron la admiración por el despecho, y del despecho pasaron a la protesta y de la protesta a la violencia. Lo echaron de la sinagoga, le empujaron, y pretendieron acabar con él.
            Jesús corrió delante de ellos para librarse de sus iras, hasta que se detuvo y se volvió a sus perseguidores y los miró con tal fuerza que se quedaron parados. Entonces se fue hacia ellos, pasó por medio y se alejaba…, en un movimiento de abandonar su pueblo para no volver más a él. Es muy expresivo el texto original griego porque usa un modo y un tiempo (desconocidos en castellano) pero que indican una acción que se comienza y que ya no tiene fin, no tiene vuelta de hoja. Es lo que se ha traducido históricamente por “se alejaba”, y que hoy ha mitigado la traducción oficial. Pero el sentido es precisamente -como puede comprobarse por el resto del evangelio-, una ausencia para siempre de su pueblo de Nazaret.

1 comentario:

  1. Cuando mi padre murió hace unos años, me sorprendió la manera en que lo afronté. Sólo desde la fe se puede afrontar la muerte con tranquilidad y sin que la pena te consuma. Recuerdo perfectamente las sensaciones que tuve durante el funeral, en el que incluso subí a hacer las lecturas y algo más, gracias al sacerdote que vino a acompañarme y me ofreció sin pensarlo su ayuda. Miraba desde el ambón el cuerpo de mi padre allí presente, y leía las lecturas y sentía una gran paz. ¡Humanamente eso es imposible! Me tocó consolar, porque tenía la paz suficiente para hacerlo, y era mi propio padre el que estaba allí. Nunca olvidaré esa tremenda experiencia.

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