LITURGIA
Comienza la carta a los fieles de Colosas
(1,1.8). Pablo da gracias por esa comunidad, porque se ha enterado de su fe en
Cristo Jesús y su amor a los otros miembros del pueblo de Dios, a los que Pablo
llama “el pueblo santo”.
[No es extraño que hoy día hay gentes buenas que se sienten
ajenos a la santidad. Consideran que eso son realidades que superan toda la
vida normal de las gentes, y llegan incluso a decir que ellos no han sido
llamados a esa santidad. ¿En qué sitúan la santidad? ¿Cómo la conciben? ¿La
identifican con arrobamientos místicos? ¿Consideran que es algo inasequible?].
Pablo habla con sencillez del pueblo santo y sabe muy bien lo que dice: un pueblo que vive su fe,
que practica las buenas obras, que se trata de adaptar al evangelio, y que
lucha en su vida, con caídas y levantamientos. Sencillamente la vida de tantos
fieles cristianos que viven decorosamente sus exigencias de conciencia, y que
buscan agradar a Dios en los mismos pequeños detalles. Eso es un pueblo
santo. Y eso lo viven los colosenses, porque les anima a esto la esperanza de lo que Dios os tiene reservado en los
cielos, que ya conocisteis cuando llegó a vosotros por primera vez el
evangelio, la Buena Noticia, el mensaje de la verdad. Ésta se sigue propagando
y dando fruto en el mundo entero.
Otra vez hay que echar la mirada sobre el pueblo santo actual, ese amplio conjunto
de almas fieles, que trabajan cada día por descubrir el mensaje del evangelio,
en una oración sencilla que busca descubrir los entresijos de la Palabra, para
ir incorporando a la propia vida aquello que descubren en la meditación del
evangelio.
En el texto evangélico de hoy continuamos el día que
comenzaba con el evangelio de ayer en la sinagoga de Cafarnaúm. De la sinagoga
se dirige Jesús a la casa de Simón, puesto que es sábado y no puede hacer nada.
Establece allí el descanso sabático, junto al grupo de discípulos que le
acompañan.
Pero resulta que la ama de casa, la suegra de Simón, está
en cama con fiebre alta: una buena gripe que le ha dejado fuera de combate.
Simón le pasa la noticia a Jesús, porque al fin y al cabo dependían de la buena
mujer para la comida de ese día.
Jesús se dirige a la alcoba, le bromea, y la acompaña,
hasta que en un momento determinado, Jesús decide que ya es el momento de
actuar y la toma de la mano y le dice que se levante, que ya está curada. Y en
efecto la mujer se siente consolidada. Jesús se sale a la otra habitación para
departir con sus discípulos, y le comunica a Simón que la suegra ya está en
planta y que ya no le pasa nada.
La mujer se pone a cocinar y a hablar por la ventana con
las otras vecinas, haciéndoles saber lo que le ha pasado. Bien sabían ellas que
estaba mala, y ahora se encuentra estupendamente, así de repente. Claro: por la
acción de Jesús, que lo tiene albergado en su casa ese día.
La voz se corre de casa en casa. Ya había sido llamativo lo
ocurrido en la sinagoga, y las gentes se hacían eco de la “autoridad de Jesús”,
no sólo en sus palabras sino también en sus hechos.
La suegra, ya sana, les sirve la comida, y Jesús con sus
hombres permanece en la sobremesa con las preguntas propias de una situación
así, y lo que Jesús por su parte quería hacerles saber.
Así se pasaron las horas con aquellos hombres embelesados a
la escucha de las muchas cosas y tan amenas que Jesús les comentaba, con
parábolas que les iluminaban las ideas.
A las 6 de la tarde, momento en que acababa el descanso
sabático, las gentes se pusieron en movimiento y trajeron hasta la puerta de la
casa a sus enfermos, poseídos y lisiados. Y Jesús hubo de salir a la puerta
para atenderlos. Y se metió entre todos y fue imponiendo las manos –y curando-
a todos los necesitados, y aprovechando ya el momento de tener allí a tantas
gentes para exponerles las verdades del Reino.
Un sueño reparador durante la noche, aunque Jesús se salió
muy de madrugada al descampado para dedicar así su tiempo a Dios en una oración
en la que le pondría por delante todos los momentos vividos el día anterior, y
cómo había gozado de poder hablarles de Dios y del Cielo, de esperanzas y de
Reino, ese que tenían que vivir ahora, para finalmente encontrarse con el Dios
en el que tanto esperaban.
Tuvieron que avisarle que la gente le esperaba de nuevo.
Pero él se disculpó: tenía que ir a otros
pueblos a anunciarles el Reino de Dios.
En mis experiencias vitales también tengo algo con respecto a la santidad. Yo hace unos años estaba totalmente identificado con el "Sed santos porque yo soy santo" pronunciado por la boca del mismo Dios.
ResponderEliminarTrataba de tomarlo muy en serio, hasta el punto de que solía intentar inculcarlo a mi alrededor, en la familia y dentro de la Iglesia principalmente a las personas con las que la Providencia para unos o la casualidad para otros, me cruzaba. La santidad para mi, era el tratar de vivir de verdad la fe cristiana de manera auténtica.
Generalmente encontraba una especie de extrañeza. Sentía como si los que recibían de mi ese mensaje no me entendieran o incluso alguien me ha llegado a llamar "extremista". Por supuesto, no faltaba el tópico de que "ser santos es imposible" o "ser santos es muy difícil". De modo que tras un tiempo fui dejando de usar esa expresión y de hacer hincapié en la santidad hacia afuera, para tratar de vivirla hacia dentro sin obsesiones, sabiendo que soy limitado, pero también sabiendo que hay que luchar por actuar según mi fe. Sabiendo que si soy cristiano hay ciertas cosas que no debo hacer porque no son buenas. Sabiendo que hay que obedecer a Dios porque es bueno para mi.
Si es verdad, he oído en algunas homilías a lo largo de los años, eso de que tenemos que ser santos. De hecho la carta a los Hebreos dice que sin santidad nadie verá a Dios. Textual.
Y antes, mucho antes de que viera todo esto, vi que para San Pablo, los fieles cristianos de sus comunidades ya eran considerados santos por su dignidad cristiana, al igual que la Iglesia es santa en virtud de que Cristo es santo, y no deja de ser santa a pesar de estar compuesta de pecadores. Todo eso me animaba y anima a seguir en el camino.
En fin, esta es mi experiencia Señor, tu lo sabes todo.