LITURGIA Domingo 24-C, T.O.
En la 1ª lectura (Ex.32,7-11.13-14) se
manifiesta un pueblo duro de cabeza que a la primera de cambio se aparta del
camino de Dios. Aquí nos trae el momento en que Moisés ha subido al Monte para
orar y recibir las tablas de la Ley de manos del mismo Dios, y mientras tanto
el pueblo –a la vista de la tardanza de Moisés-, se ha construido una imagen de
Dios, al que ofrecen sacrificios y adoran. El pecado no es que hayan apostatado
de Dios sino que se han hecho una imagen que lo represente, muy en contra de lo
que Dios les había dicho que no se hiciesen
imágenes de Dios.
Dios se disgusta y le pide a Moisés que le deje actuar
contra ese pueblo. Que ya es un detalle, porque la fidelidad de Moisés lleva a
Dios a contar con él para poder castigar al pueblo: déjame; mi ira se va a encender contra ellos hasta consumirlo. Y de ti
haré un gran pueblo.
Moisés “no deja a Dios” irritarse contra el pueblo
idólatra, y le suplica que lo perdone, y le pone razones para ese perdón: el
recuerdo de Abrahán, Isaac y Jacob, a quienes les prometió un pueblo numeroso
como las estrellas del cielo, y toda esta
tierra se la daré a vuestra descendencia para que la posea por siempre.
Y el Señor se arrepintió del mal que había anunciado.
Aparece el pecado. La reacción de Dios ante el pecado. La
oración de Moisés pidiendo el perdón. Y Dios que lo concede. La historia que
muy bien podríamos decir que se repite tantas veces en la historia de la
humanidad: hay pecado, intercesión y perdón de Dios.
El evangelio –que podría leerse completo con la parábola
del padre bueno (Lc.15,1-32)- nos muestra en comparaciones el Corazón de Dios.
Y Jesús lo hace poniendo delante al pastor de cien ovejas, a quien se le pierde
una, y deja las 99 y se pone a buscar a la perdida, hasta que la encuentra. Y
no es sólo que la encuentra y ya hay bastante, sino que aquello le produce tal
alegría que convoca a los amigos y les pide que lo feliciten, porque se le
había perdido una oveja y la ha encontrado. Y eso es una alegría inmensa en el
corazón del pastor.
También la mujer que ha perdido una moneda de entre diez, y
enciende una lámpara y barre la casa hasta que la encuentra. Pero no basta que
la ha encontrado. Su alegría es contagiosa y convoca a vecinas y conocidas para
que se alegren con ella porque ha encontrado la moneda que se le había perdido.
Lo importante de las dos narraciones es la conclusión de
Jesús a esos dos hechos: Os digo que la
misma alegría habrá entre los ángeles de Dios por un solo pecador que se
arrepienta. Ahí es donde quiere llegar Jesús: a la alegría de Dios mismo
cuando el pecador vuelve a la casa paterna, arrepentido y dispuesto a recibir
el perdón.
Me contaron el caso de un consagrado que vivía mala vida, y
que seguía, por otra parte, haciendo sus Ejercicios Espirituales y demás
compromisos ascéticos y pastorales. Pero no se convertía de su mala vida por
muchas meditaciones que había recibido sobre el infierno y los castigos del
pecado. En uno de aquellos Ejercicios Espirituales le presentaron tan al vivo la
parábola del Padre Bueno, que lejos de castigos y de infierno es un corazón
abierto a la misericordia y al perdón, y allí cayó redondo en una conversión
profunda de su vida. O experimentó la alegría de Dios por el pecador que se
arrepiente, y que sale en defensa del arrepentido frente al puritanismo del
hermano mayor que no quiere aceptarlo porque ha vivido mala vida.
El corazón de Dios es distinto del corazón del hombre. Es
muy corriente escuchar el “perdono pero no olvido”. En Dios se da el perdón
total, con el olvido de lo que ha sucedido antes. Eso que expresa la Sagrada
Escritura con la expresión de que “Dios se echa a las espaldas el pecado de los
hombres para no verlos más”. No es la idea de “cargarse Dios a las espaldas” el
pecado de los hombres, sino la idea de que lo que está a la espalda, no se ve
ya. Y Dios perdona y olvida aquello que fue el pecado de la persona. De ahí el
absurdo el escrúpulo de quienes no se creen nunca totalmente perdonados, y dan
vueltas continuamente sobre sus propios fallos.
Vivamos la EUCARISTÍA con ese sentimiento agradecido de
Dios perdonador, de Jesucristo redentor, y vivamos la alegría de sentirnos
perdonados, y objeto de la alegría de Dios porque hemos regresado a su Corazón.
A Dios, que acoge a los pecadores y come con ellos, elevamos nuestras
peticiones.
-
Para que sintamos a la alegría del perdón que Dios nos otorga, Roguemos al Señor.
-
Para que sepamos perdonar y olvidar las ofensas recibidas, Roguemos al Señor.
-
Para que haya una vuelta a Dios por parte de los que se han alejado, Roguemos al Señor.
-
Para que la Eucaristía sea la fuerza que nos mueva a una vida acorde
con los deseos de Dios, Roguemos al
Señor.
Pon luz en nuestras conciencias para reconocer nuestros
pecados y defectos y acercarnos a ti para obtener el perdón.
Lo pedimos por medio de Jesucristo N.S.
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