domingo, 15 de septiembre de 2019

15 septiembre: Alegría del perdón


LITURGIA        Domingo 24-C, T.O.
                      En la 1ª lectura (Ex.32,7-11.13-14) se manifiesta un pueblo duro de cabeza que a la primera de cambio se aparta del camino de Dios. Aquí nos trae el momento en que Moisés ha subido al Monte para orar y recibir las tablas de la Ley de manos del mismo Dios, y mientras tanto el pueblo –a la vista de la tardanza de Moisés-, se ha construido una imagen de Dios, al que ofrecen sacrificios y adoran. El pecado no es que hayan apostatado de Dios sino que se han hecho una imagen que lo represente, muy en contra de lo que Dios les había dicho que no se hiciesen  imágenes de Dios.
          Dios se disgusta y le pide a Moisés que le deje actuar contra ese pueblo. Que ya es un detalle, porque la fidelidad de Moisés lleva a Dios a contar con él para poder castigar al pueblo: déjame; mi ira se va a encender contra ellos hasta consumirlo. Y de ti haré un gran pueblo.
          Moisés “no deja a Dios” irritarse contra el pueblo idólatra, y le suplica que lo perdone, y le pone razones para ese perdón: el recuerdo de Abrahán, Isaac y Jacob, a quienes les prometió un pueblo numeroso como las estrellas del cielo, y toda esta tierra se la daré a vuestra descendencia para que la posea por siempre.
          Y el Señor se arrepintió del mal que había anunciado.
          Aparece el pecado. La reacción de Dios ante el pecado. La oración de Moisés pidiendo el perdón. Y Dios que lo concede. La historia que muy bien podríamos decir que se repite tantas veces en la historia de la humanidad: hay pecado, intercesión y perdón de Dios.

          El evangelio –que podría leerse completo con la parábola del padre bueno (Lc.15,1-32)- nos muestra en comparaciones el Corazón de Dios. Y Jesús lo hace poniendo delante al pastor de cien ovejas, a quien se le pierde una, y deja las 99 y se pone a buscar a la perdida, hasta que la encuentra. Y no es sólo que la encuentra y ya hay bastante, sino que aquello le produce tal alegría que convoca a los amigos y les pide que lo feliciten, porque se le había perdido una oveja y la ha encontrado. Y eso es una alegría inmensa en el corazón del pastor.
          También la mujer que ha perdido una moneda de entre diez, y enciende una lámpara y barre la casa hasta que la encuentra. Pero no basta que la ha encontrado. Su alegría es contagiosa y convoca a vecinas y conocidas para que se alegren con ella porque ha encontrado la moneda que se le había perdido.
          Lo importante de las dos narraciones es la conclusión de Jesús a esos dos hechos: Os digo que la misma alegría habrá entre los ángeles de Dios por un solo pecador que se arrepienta. Ahí es donde quiere llegar Jesús: a la alegría de Dios mismo cuando el pecador vuelve a la casa paterna, arrepentido y dispuesto a recibir el perdón.
          Me contaron el caso de un consagrado que vivía mala vida, y que seguía, por otra parte, haciendo sus Ejercicios Espirituales y demás compromisos ascéticos y pastorales. Pero no se convertía de su mala vida por muchas meditaciones que había recibido sobre el infierno y los castigos del pecado. En uno de aquellos Ejercicios Espirituales le presentaron tan al vivo la parábola del Padre Bueno, que lejos de castigos y de infierno es un corazón abierto a la misericordia y al perdón, y allí cayó redondo en una conversión profunda de su vida. O experimentó la alegría de Dios por el pecador que se arrepiente, y que sale en defensa del arrepentido frente al puritanismo del hermano mayor que no quiere aceptarlo porque ha vivido mala vida.
          El corazón de Dios es distinto del corazón del hombre. Es muy corriente escuchar el “perdono pero no olvido”. En Dios se da el perdón total, con el olvido de lo que ha sucedido antes. Eso que expresa la Sagrada Escritura con la expresión de que “Dios se echa a las espaldas el pecado de los hombres para no verlos más”. No es la idea de “cargarse Dios a las espaldas” el pecado de los hombres, sino la idea de que lo que está a la espalda, no se ve ya. Y Dios perdona y olvida aquello que fue el pecado de la persona. De ahí el absurdo el escrúpulo de quienes no se creen nunca totalmente perdonados, y dan vueltas continuamente sobre sus propios fallos.

          Vivamos la EUCARISTÍA con ese sentimiento agradecido de Dios perdonador, de Jesucristo redentor, y vivamos la alegría de sentirnos perdonados, y objeto de la alegría de Dios porque hemos regresado a su Corazón.

          A Dios, que acoge a los pecadores y come con ellos, elevamos nuestras peticiones.

-         Para que sintamos a la alegría del perdón que Dios nos otorga, Roguemos al Señor.

-         Para que sepamos perdonar y olvidar las ofensas recibidas, Roguemos al Señor.

-         Para que haya una vuelta a Dios por parte de los que se han alejado, Roguemos al Señor.

-         Para que la Eucaristía sea la fuerza que nos mueva a una vida acorde con los deseos de Dios, Roguemos al Señor.


          Pon luz en nuestras conciencias para reconocer nuestros pecados y defectos y acercarnos a ti para obtener el perdón.
          Lo pedimos por medio de Jesucristo N.S.

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