Liturgia del 17 diciembre:
Comienza la segunda parte del
adviento con unas lecturas muy difíciles de digerir. Nos retrotraen a los
orígenes de la fe del Mesías, presentándolo como Hijo de David, hijo se Abrahán. A través de una composición de
antepasados que se van enumerando en el evangelio de hoy (Mt.1,1-17), se
redondean las generaciones de manera que con una ficción de perfección
matemática de 14 generaciones: 14 de
Abrahán a David, 14 de David a la deportación y 14 de la deportación a
Babilonia hasta el Mesías, y ahí se hace aparecer al Mesías, hijo de María
–desposada con un descendiente por línea directa de Jacob-. De tal manera que
José, que no interviene en la maternidad de María, viene a ser legalmente el
que da a Jesús la razón mesiánica de su ascendencia.
La 1ª lectura (Gn.49,2.8-10) nos eleva a Judá, uno de los
de la serie genealógica, que tiene la alabanza de sus propios hermanos, sobre
los que ha recibido la línea de descendencia que desembocará en José. No se apartará de Judá el cetro ni el bastón
de mando, hasta que le traigan tributos y le rindan homenaje los pueblos.
Como puede verse todo es una composición para introducir ya
la historia en la que aparecerá el Mesías. No se presta a muchas explicaciones.
Sencillamente admitimos el modo de discurrir de aquel pueblo, para quienes
estas genealogías le eran casi substanciales.
De mi libro: ¿Quién es Este?
JOSÉ
Cuando vino José –no sé si ese día u otro (un
trabajador no dispone del tiempo que le pide su corazón)-, Joaquín se adelantó
y se fue a él. [Aunque también pienso si en la nobleza ejemplar de Joaquín, no
fue él quien marchó a casa de José, en un acto de inmensa cercanía y
familiaridad].
Con suma finura le fue entrando en el tema, que
bien sabía Joaquín lo difícil que era digerir. José fue primero atendiendo con
mucho interés aquella conversación cariñosa…, luego fue quedándose sin
palabras…, y acabó agachando la cabeza, mientras Joaquín observaba que gotas de
agua estaban cayendo al suelo. José se devanaba en un mar de preguntas, confusiones,
relámpagos fugaces, soluciones que no eran…, que podrían ser… Joaquín le echó
el brazo por encima: - “José; Dios es más
grande que todo esto”. Se despidió y se marchó. No sé si era José o era
Joaquín quien estaba en ese momento más destrozado.
La noche era como un fantasma. El sueño juega
de las suyas. Unas veces no llega; el dolor no deja conciliar; otras es el gran
aliado. El mismo golpe recibido acaba venciendo a la persona. José se retiró.
No pensó que pudiera dormir. El mazazo recibido era tremendo, se tomara por
donde se tomara… Pero se acostó…
¿Durmió
José aquella noche? ¿Durmió
María? José dio mil vueltas al comienzo de la noche. Ya no era que se sentía
varón burlado (aunque tal cosa la desechaba…, aunque lo que había, había). Pero
otra posibilidad mucho más profunda
había para él, varón justo y amante de Dios; otro aspecto que le erizaba
el cabello: su amor por María era indiscutible, pero él no “disputaría” a Dios
la posesión de aquella muchacha si Dios la hubiera tomado bajo su mano.
¿Quedarse parado como si nada? ¡No podía! Un
varón israelita, desposado con una muchacha sobre la que ya constaban sus
derechos de matrimonio, no podía quedarse, sin más, de brazos cruzados. María
parecería ante la sociedad judía como una adúltera que había traicionado su
compromiso… Eso no lo podía admitir José ni en pensamientos, porque él adoraba
a aquella muchacha.
-
¿Denunciarla? - Jamás. Aunque él hubiera de pasar por donde tuviera que
pasar. ¡HUIR! Era la única salida que tenía. - ¡Desaparecer
como un fugitivo o un cobarde! Dejaba a salvo a María. Él llevaría su pena y su
baldón toda su vida…, pero lejos de allí.
No se dio cuenta José que el sueño de su
tragedia lo vencía. Y se quedó dormido. Sueños que podríamos pensar SI SOÑÓ O
SI LE INVADIÓ LA FE
del que vive en manos de Dios.
José se sintió transportado “al país de las
maravillas”. Soñaba y gozaba. Gozaba y reía. Era un sueño reparador. Un sueño
que llenaba de luz. Un sueño del que costaba despertar… Pero tenía tal fuerza,
que José botó en su cama, se sentó aturdido y gozoso. Se restregó los ojos… ¿Había soñado solamente? ¿Había allí algo más, y Dios había venido a
él?
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