lunes, 31 de diciembre de 2018
31 diciembre: Es la última hora
LITURGIA
Empecemos el día con una inmensa acción de gracias por todo lo
que hemos vivido y se nos ha dado en el transcurso del año que acaba. Demos
gracias a Dios por lo bueno que pudo haber en nosotros, e incluso porque de los
menos bueno, él sacó la fuerza de su misericordia. Demos gracias por todas las
gracias que nos ha dado su amor.
Es curioso que esta 1ª lectura (1Jn.2,18-21) coincida con
el último día del año. A mí me impresiona siempre porque es como una
advertencia muy seria al llegar a la culminación de un año civil: Hijos míos, es la última hora. Nos invita a un balance, un inventario, una
parada de retiro espiritual. “Es la última hora” suena a aldabonazo en las
postrimerías de un período de la vida que se va. Y nos ayuda a preguntarnos
cómo fue ese año que ahora llega a su final, a su “última hora”.
Yo sé que se presta a un cierto examen pesimista, que
recordara solamente lo que no se ha hecho, las oportunidades perdidas, los
fallos no corregidos… Y aunque eso debe ser también materia de ese
“inventario”, no debe quedarse en la visión negativa, sino debe ser la
catapulta que nos haga reaccionar. Es una “última hora” que da paso a una
primera hora, a una nueva oportunidad.
Por otra parte, ¿por qué no vamos a reconocer también los
pasos adelante que dimos en el año que se acaba? Porque seguro que hay aspectos
que se han desarrollado bien en este periplo de 365 días. Y reconocerlos es una
manera de dar gloria a Dios, que estuvo siempre “detrás” de ese proceso de
renovación. O que lo está ahora mismo para hacernos dar el paso que no llegamos
a dar todavía, pero al que no hemos renunciado. A mí me gusta decir que no renuncio a ser como Dios me quiere. Y
aunque hay tanto lastre en la vida personal que parece dejar alejado ese ideal,
sigo aspirando, sigo no renunciando. Sigo queriendo de corazón que lo que no di
en el pasado, quede como una llamada interna en mí para dar el paso adelante.
San Juan explica que ha surgido de entre su comunidad un
anticristo…, muchos anticristos, por lo
que nos damos cuenta que es la última hora. Es verdad que mirando el mundo
que tenemos delante, nos acucia el pensamiento de que “muchos anticristos” están
ahí haciendo la guerra a la venida del Señor, y a que aparezca a las claras la
fuerza de su Reinado.
Confiesa Juan que “no son de los nuestros” aunque salieron de entre nosotros. Si hubieran
sido de los nuestros no se habrían apartado de la verdad y de la luz.
Por eso, en cuanto a
vosotros, estáis ungidos por el Santo y todos vosotros lo sabéis. Conocéis la
verdad y ninguna mentira viene de la verdad. He ahí la piedra de toque:
proceder con la sinceridad de quienes se han situado de cara a Jesucristo, que
es la Verdad por excelencia, y buscar día a día el modo de seguir sus planes y
proceder con la limpieza de alma que corresponde a los que estamos “ungidos por
el Santo”.
El evangelio nos vuelve al Prólogo de San Juan (Jn.1-15),
en el que el evangelista une el extremo del nacimiento de Jesucristo, según su
humanidad, con el nacimiento eterno del Verbo/Palabra de Dios, que no tiene
principio, que existe junto al Padre y que es Dios. Que es palabra de Luz
verdadera que alumbra a todo hombre.
Al mundo vino –nacimiento de Jesús en la plena humanidad- y
en el mundo estuvo. Ese mundo fue hecho por él. Y a ese mundo vino él, aunque
el mundo no lo conoció. Vino a su casa –el mundo que él había creado- y el
mundo no lo recibió. Es la historia real que nos puede contar ya Juan cuando
escribe al cabo de muchos años, y tiene constatada la experiencia de un mundo
que ha rechazado a su autor: un pueblo judío que lo llevó a la cruz; un mundo romano
que mata a los seguidores de Jesucristo. Y si Juan habló en lenguaje profético,
un mundo de hoy que se aleja progresivamente de la fe cristiana, y sigue
persiguiendo y matando a muchos seguidores de Jesús. Esos a los que él hizo
hijos, no nacidos de la carne y de la
sangre sino de Dios. Y a otros muchos los anestesia para que no tengan el
valer verdadero de la fe y de la fuerza de arrastre apostólica y testimonial
que se requiere en los creyentes. Y cediendo hoy un poco de aquí y mañana otro
criterio de allá, va dejando un mundo amorfo que cada día tiene menos capacidad
de reacción frente a la realidad destructora a la que nos somete el ambiente
del mundo.
domingo, 30 de diciembre de 2018
30 diciembre: SAGRADA FAMILIA
LITURGIA
La liturgia del día de la SAGRADA FAMILIA tiene un centro
especial en la 2ª lectura (Col.3,12-21), que es un verdadero himno al amor
familiar, y una pauta de conducta que ojalá tuviera eco en la realidad de cada
persona y de cada familia.
Establece San Pablo unas actitudes generales que requiere
toda convivencia para que fluya debidamente: sea vuestro uniforme la misericordia entrañable, la bondad, la
humildad, la dulzura, la comprensión. Solamente eso ya resuena en el
corazón de cada uno y le hace pensar que
eso es el modo de poder vivir en paz y armonía la vida familiar.
Luego baja a concreciones diversas: Sobrellevaos mutuamente. Y como en la vida hay situaciones que así
lo requieren, perdonaos cuando alguno
tiene quejas del otro. La razón es muy fuerte: El Señor os ha perdonado, haced vosotros lo mismo.
Otra pauta de acción, que las resume todas: Sobre todo esto, el amor, que es el ceñidor
de la unidad consumada. Que la paz de Cristo actúe de árbitro en vuestros
corazones. Es condición básica para el amor sincero: que en el corazón no
se alberguen resentimientos. Que viva la paz y no una paz de compromiso sino la
paz de Cristo, esa que actúa como
filtro para todo: como árbitro, que detiene la jugada cuando ha habido infracción,
y restaura el orden para continuar la partida.
Y sed agradecidos,
que significa que toda esa buena actitud de dentro se exprese también por
fuera…; que haya reconocimiento expreso de las bondades de la otra persona.
Y todo eso deberá estar avalado por una vida espiritual: por el rezo en común, por la participación
en la Eucaristía, y por el sentido de la vida que traspasa las minucias
humanas.
Entre la 1ª lectura –Ecclo.3,3-7.14-17- y el final de la
lectura 2ª hay una serie de recomendaciones concretas a los hijos, a las
esposas, a los maridos, que no son meras normas sociales sino el efecto de todo
lo dicho antes: los hijos respecto de sus padres (y eso les toca a todos los
hijos, no sólo a los jóvenes), donde ha de haber un respeto y un cariño, aun
cuando los padres mayores puedan ya no tener sus facultades perfectas.
También recomendaciones a las esposas y a los esposos para
que se viva en orden en la familia, donde cada uno tiene su puesto y se ha de
cuidar con verdadera delicadeza para que fluya el sentido familiar.
En el evangelio de Lucas (2,41-52) tenemos un caso
excepcional del que hay que aprender. Es natural que María y José habían
cuidado mucho del niño, y que no hubo en ellos descuido alguno para que el hijo
pudiera perderse. Ellos situaron al niño en el lugar que correspondía en la
caravana de regreso a sus hogares tras la celebración de la Pascua.
Por su parte el Niño se deja llevar del impulso superior
por el que debe permanecer en el Templo. Y de hecho se queda sin que sus padres
lo supieran. Cuando hacen la jornada y
van a recoger al Niño, no está donde tenía que estar. El Niño, por su
parte queda en el Templo escuchando las explicaciones de los rabinos y
sacerdotes.
Y cuando al tercer día sus padres lo encuentran, María
ejerce su autoridad responsable llamándole la atención al hijo porque lo ha hecho así con nosotros; mira que tu
padre y yo te buscábamos angustiados. Y el hijo da una respuesta
misteriosa: ¿No sabíais que yo tenía que
ocuparme en las cosas de mi Padre? Evidentemente no lo sabían y de ahí el
sufrimiento de la búsqueda. Y el misterio que desvela el evangelista para que
quede claro: su padre no es José. Su Padre es el del Cielo, y Jesús ha dejado
claro que debe ocuparse de sus cosas.
Cada uno en la familia ha cumplido su papel. Y la
conclusión es volver otra vez a la realidad de una familia normal: Él bajó a Nazaret y siguió bajo su autoridad.
Pero como el misterio ha quedado patente, María tiene que
meter todo aquello dentro de su corazón y meditar
todas esas cosas y conservarla en su corazón, que es el arca de los
secretos y de los misterios que le ha tocado vivir. El Niño por su parte, como
cualquier niño, iba creciendo. Crecía en
conocimientos, en estatura y en gracia
ante Dios y ante los hombres.
Quiera Dios que la EUCARISTÍA nos ponga hoy de cara a
nuestros comportamientos familiares para purificar y para crecer en el proceso
de la vida de cada día.
Pongamos a las familias bajo la mano del Señor.
-
Para que la Iglesia sea una gran familia que cobija a las iglesias
domésticas familiares, Roguemos al Señor
-
Para que cada familia sea un reflejo de la santidad de la Iglesia, Roguemos al Señor.
-
Para que la relación de esposos, padres e hijos, fluya con sencillez,
comprensión y recíproco amor, Roguemos
al Señor.
-
Para que la paz de Cristo sea la forma que marque el comportamiento de
los miembros de la familia, Roguemos al
Señor
Concede, Señor, a las familias el don de ser agradecidos, y
que se sepan reconocer y alabar las cualidades y esfuerzos de los otros miembros.
Lo pedimos por medio de Jesucristo N.S.
sábado, 29 de diciembre de 2018
29 diciembre: En esto conocerán
LITURGIA
Sigue la 1ª carta de San Juan (2,3-11). Al estilo de esta
carta estamos ante una afirmación
repetitiva de una misma verdad, vista desde varios ángulos. En realidad es una
lectura para leerla a solas en silencio y meditarla, y hacer cada cual su
propio balance personal. Por eso, copio y dejo al lector la reflexión.
En esto sabemos que conocemos a Jesús: en que guardamos sus mandamientos.
Quien dice: «Yo le conozco», y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso, y
la verdad no está en él. Pero quien guarda su palabra, ciertamente el amor de
Dios ha llegado en él a su plenitud. En esto conocemos que estamos en él.
Queda clara la
argumentación de Juan. Conocer a Jesús y no ser fiel a enseñanza, revela una
mentira. Para más de uno será fácil decir que conoce y ama a Dios. Pero a la
hora de vivir acorde con lo mandado por el Señor, no surgen actitudes serias
consecuentes. Es aquello que ya avisó el Señor de quienes le dicen mucho:
“Señor, Señor”, pero no hacen la voluntad del Padre del cielo. Y la cosa no es
de poco más o menos: es la señal
inequívoca de estar en él o no estarlo, de vivir su amistad o no vivirla. Y el
que la vive, vive la plenitud total del amor.
Quien dice que permanece en él debe
caminar como él caminó.
Por lo demás, Queridos míos, no os escribo un mandamiento
nuevo, sino el mandamiento antiguo que tenéis desde el principio. Este
mandamiento antiguo es la palabra que habéis escuchado. San Juan vive
empapado de aquel momento de la Cena en que Jesús se desvistió de la túnica y
se puso a los pies de sus apóstoles, para enseñarles que cada uno tiene que
amar a su hermano como él ha amado. Y que si él, Maestro y Señor, les lavaba
los pies a ellos, ellos tenían también que lavársela entre ellos y a los otros
hermanos. Es mandamiento, pues, “antiguo” pero a su vez es moderno y actual: Y, sin embargo, os escribo un mandamiento
nuevo - y esto es verdadero en él y en vosotros -, pues las tinieblas pasan, y
la luz verdadera brilla ya.
Junta ahora esa
idea del amor al prójimo con esa otra que ya había iniciado: vivir en la luz o
no vivir en la luz sino en las tinieblas: Quien dice que está en la luz y aborrece a su
hermano está aún en las tinieblas. Quien ama a su hermano permanece en la luz y
no tropieza. Pero quien aborrece a su hermano está en las tinieblas, camina en
las tinieblas, no sabe a dónde va, porque las tinieblas han cegado sus ojos.
En el relato evangélico, a la breve reseña de Lucas sobre
el nacimiento de Jesús sigue la también muy breve reseña de la circuncisión del
Niño, a los 8 días de su nacimiento, de acuerdo con lo prescrito por la Ley.
Ese relato se dejará para el día 1 en que se cumplen los 8 días desde la
Navidad. Y sigue por lo ocurrido ya a los 40 días del nacimiento: (Lc.2,22-35),
que se repetirá con todo detalle cuando llegue esa fecha de la Presentación del
Niño en el Templo: era el final de la cuarentena de María, y había que hacer el
rescate del primogénito, de acuerdo con la ley.
Pero el relato se detiene en la figura de Simeón, anciano
venerable que vivía en la esperanza de ver al Mesías antes de morir él. Y
cuando los padres de Jesús traen al Niño, inspirado Simeón por el Espíritu, lo
reconoce y toma al Niño en sus brazos y hace una doble profecía: respecto del
Niño, que va a ser signo ante quien las
gentes se van a dividir, por la aceptación o el rechazo. Realidad que ya se
cumplió en vida del Señor y que sigue siendo una realidad patente en la
historia de la humanidad y en nuestra historia contemporánea.
La otra profecía es consecuente con la primera, y va
dirigida a María, que –como madre- una
espada le atravesará el alma.
Por lo demás, Simeón dice a Dios que ya puede morir en paz porque sus ojos han visto al Salvador, que es luz
de las naciones y gloria de Israel.
viernes, 28 de diciembre de 2018
28 diciembre: Los Santos Inocentes
LITURGIA
Adelantándose a los acontecimientos que suceden propiamente tras
el paso de los Magos, hoy se celebra la fiesta de los Santos Inocentes,
aquellos niños de Belén que, según cuenta San Mateo, fueron masacrados por el
tirano Herodes, por la sospecha de que entre ellos estuviese el “recién nacido
rey de los judíos”, que podía arrebatarle el trono.
Herodes era un sanguinario o un obseso. Por su temor a que
pudieran arrebatarle su trono había matado a 30 personas, una tras otra, en cuanto
sospechaba que podían aspirar a mandar. Incluso la esposa adorada por la que
sentía pasión, cayó bajo el ataque de celos del monarca.
En esa tesitura se presentan los magos de Oriente
preguntando por el recién nacido rey de los judíos. ¿Dónde podían preguntar
mejor que en el palacio del Rey? Pero aquello perturbó la tranquilidad de
Herodes quien puso a los sabios a investigar “para dar respuesta a sus
visitantes”, desconocedores de la realidad que se cocía en el corazón del rey.
Averiguado que era en Belén, allí encaminó a los magos, con
el encargo de que, tras adorarle, volviesen al Palacio para informar
detenidamente dónde estaba. Su perversa intención fue la de matarlo y acabar
así con su pesadilla. Pero los magos fueron advertidos por Dios y se volvieron
a sus tierras por otro camino.
Herodes se sintió burlado y tomó su venganza particular.
Como el tiempo de aparición de la estrella databa de cerca de dos años antes,
él daría la orden de matar a todos los niños menores de dos años, y ahí caería
el “recién nacido rey”.
Dios tuvo otros planes y José, con María y el Niño
escaparon huyendo a tierras de Egipto, y la muerte sentenciada para los niños
no le cogió a él.
Obsérvese la segunda intención del evangelista San Mateo,
que quiere hacer un paralelismo con Moisés, el caudillo que condujo al pueblo
de Dios en la antigüedad. Un Faraón que da la orden de matar a todos los niños
judíos. La madre de Moisés que salva a su hijo escondiéndolo en un cestilla de
mimbre a la orilla del Nilo, y que tras diversos avatares en su vida tiene que
huir perseguido de muerte. Y precisamente volverá a Egipto sano y salvo, desde
donde emprenderá la salvación de su pueblo. Murieron los demás niños y él se
salvó. Y fue el salvador de su pueblo. Por eso, cuando Mateo narra el episodio
de la huida, y posteriormente el aviso del regreso, se le aplica la frase: De Egipto llamé a mi hijo, que
corresponde a la liberación que hizo Moisés.
Estamos en el evangelio de hoy ante la muerte de aquellos
niños inocentes, que mueren sin culpa de nada, bajo la saña del tirano.
(Mt.2,13-18)
La 1ª lectura sigue la exposición continuada de la primera
carta de san Juan, 1,5-2,2 en el que el autor lleva adelante ideas
fundamentales: que lo que él enseña lo ha aprendido de Jesucristo, que es luz
sin ninguna oscuridad. Y los que estén con él no pueden vivir en oscuridad
alguna.
Y la luz nos enseña algo básico: que somos pecadores. Y el
que dijere que no ha pecado, no es sincero. Y quien se reconoce pecador,
resalta la bondad y la misericordia de Dios, que será quien nos purifique y
lave nuestros pecados.
El que dice que no peca, hace a Dios mentiroso y no vive su
palabra. No nos avergüence ser pecadores. Tenemos un abogado en Jesucristo, que
ruega por nosotros al Padre. Y así también, por los pecados del mundo entero.
jueves, 27 de diciembre de 2018
27 diciembre: San Juan Evangelista
LITURGIA
Otra celebración en días de Navidad, la de San Juan Evangelista,
que nos lleva a otro contexto que nada tiene que ver con las celebraciones
principales de la octava de la Navidad.
Comienza la 1ª carta de san Juan, que nos acompañará
estos días. El prólogo (1,1-4) nos hace
rememorar el del evangelio de este autor, y encierra connotaciones emocionadas
de parte de este testigo directo. Si en el evangelio nos eleva a la mirada a la
eternidad, en que la Palabra de Dios está ya con el Padre “en el principio”,
ahora lo personaliza porque lo hemos
visto, lo hemos contemplado con nuestros propios ojos, y lo que contemplamos lo
palparon nuestras manos. Es una unión entre lo divino y humano, porque la
Palabra de la Vida, hecha Hombre, ha podido ser tocada y tratada desde la
cercanía de su humanidad. Y Juan es testigo de ello: puede hablarlo en primera
persona: nosotros lo hemos visto, os
damos testimonio y os anunciamos que la Palabra que estaba junto al Padre, se
nos manifestó. Y eso es lo que ahora Juan puede manifestarnos a todos ,
y pretende con ello que estemos todos unidos con esa unión que supone un Padre
común y su Hijo Jesucristo. Os escribimos
esto para que vuestra alegría sea completa.
Con razón el Salmo nos presenta una antífona clara y breve,
que incita a la alegría: Alegraos, justos
con el Señor.
Al escoger la liturgia el evangelio que ha tomado para esta
fiesta, da por hecho que el “otro discípulo” que acompaña a Simón Pedro al
sepulcro es el evangelista. (Jn.20,2-8). Seguiremos esa idea para estar acordes
con la intención del liturgo que escogió ese texto.
Cuando la resurrección del Señor y ante las alarmantes
noticias de María Magdalena, dos discípulos se deciden a subir al sepulcro y
comprobar los datos que ha traído la discípula. Y aunque el texto no nombra
para nada a Juan, se da aquí por supuesto que Juan fue uno de los dos que
subieron, y el discípulo que corría más que Pedro, aunque con la delicadeza de
no adelantársele en entrar en la sepultura, sino esperando a que llegara Pedro.
El discípulo que observó más con la cabeza y con la fe que
con la emoción, y que pudo por eso reflexionar que si el cadáver hubiera sido
robado, no estarían allí las sábanas plegadas (caída la parte superior
sobre la inferior) y el sudario de la cabeza doblado en un sitio aparte. Ese
discípulo piensa que allí hay algo más que un robo del cuerpo, y por eso
conforme vio, creyó, se encendió de
fe, tuvo la convicción de que allí se había cumplido lo que tantas veces Jesús
había anunciado, y ellos lo pasaban por alto: Para el discípulo innominado (que
aquí se identifica con Juan), el hecho real era que Jesús había resucitado,
como lo dijo. Se constituía en el primer testigo de la fe en la resurrección.
Con razón en su primera carta, que abre la lectura primera
de hoy, San Juan puede decir que sus manos palparon a la Palabra de la Vida.
Mi principal visión de este relato es que el evangelista
procuró no identificarse porque su evangelio tiene otros vuelos y nos quiere
llevar a que seamos nosotros –cada uno de nosotros- quien se acerque al
sepulcro vacío y descubra desde la fe que JESUCRISTO HA RESUCITADO. Que, por
tanto, nosotros también tenemos la dicha de “tocar la Palabra de la Vida”
porque la Vida se nos hace visible en nuestra fe. Y nosotros hemos de ser así
los testigos válidos de la resurrección, que comunicamos a los demás nuestra
experiencia de fe.
miércoles, 26 de diciembre de 2018
26 diciembre: San Esteban
LITURGIA
Hoy celebra la Iglesia el martirio de San Esteban, el primer
partir de la Iglesia, y que por eso está su celebración unida al día de
Navidad, para expresarnos la relación entre Jesús y el martirio de un hombre
que le fue fiel hasta derramar su sangre.
Viene dada la historia en la 1ª lectura –Hech.6,8-10 y
7,54-59)-. Esteban era un cristiano lleno
de gracia y poder, que realizaba grandes prodigios y signos en medio del
pueblo. Eso atraía a muchas gentes a la nueva fe de la Iglesia, y –por lo
mismo- concitaba muchos odios por parte de los judíos.
Los que constituían la llamada “sinagoga de los Libertos”
discutían con él pero no podían hacer frente a la fuerza de Esteban y sus
argumentaciones a favor de la fe. No
lograban hacer frente a la sabiduría y al espíritu con que hablaba, y oyendo
sus palabras se recomían por dentro y rechinaban los dientes de rabia.
Esteban, lleno de
Espíritu Santo, fijó la mirada en el cielo, vio la gloria de Dios y a Jesús de
pie a la derecha de Dios, y dijo: Veo el
cielo abierto y al Hijo del hombre de pie a la derecha de Dios.
Aquello les sonó a blasfemia a los judíos que le
escuchaban, y dando un grito estentóreo, se taparon los oídos, y como un solo
hombre se abalanzaron sobre Esteban, lo empujaron fuera de la ciudad y se
pusieron a apedrearlo. Era el castigo a los blasfemos. Y no sólo aquellos que
le habían empujado, sino otros que estaban presentes, también se pusieron a
arrojar piedras contra él, que repetía
esta invocación: -Señor Jesús, recibe mi espíritu. Luego, cayendo de rodillas,
lanzó un grito: ¡Señor, no les tengas en cuenta este pecado! Y con estas
palabras, expiró.
El evangelio está tomado de San Mateo (10,17-22) y pone las
palabras de Jesús en su instrucción a sus apóstoles, a los que les advierte que
serán entregados a la sinagoga de los judíos, que les harán comparecer ante
tribunales y reyes por causa de la fe. Pero que no se preocupen de cómo han de
proceder y cómo han de responder porque el Espíritu Santo pondrá en sus actos
la manera en que han de comportarse, y las palabras que han de responder. El Espíritu hablara por vosotros.
Y aquí es donde Jesús hace el retrato de la vida real, en
el que los que se pongan en contra serán los de la propia casa: todos os odiarán por mi nombre. El que
persevere hasta el final, se salvará.
Es la lección que nos deja este día el contenido de las
lecturas: la necesidad de la fidelidad a la palabra y a la vida predicada por
Jesucristo…, la necesidad de la
perseverancia…, de seguir siempre adelante aun en medio de las
contrariedades y de los ataques que puede recibir nuestra fe, nuestros
criterios cristianos, atacados por los cuatro costados por un mundo hostil a
todo lo que suena a religión católica. Ataques que provienen de los medios de
comunicación, de los dirigentes políticos sin conciencia, de muchos docentes…, que
van minando la misma base de las familias y de la religión de la familia. Por
eso Jesús advierte que es en esa realidad familiar donde el padre y los hijos
se ponen en contra, los hijos se rebelan contra los padres y los anularán y los
humillarán. Jesús lo dramatiza diciendo que los
matarán. Porque muchas veces las actitudes de oposición y ridiculización
contra la fe de los mayores, acaba equivaliendo a una muerte en vida.
martes, 25 de diciembre de 2018
25 diciembre: NAVIDAD
MUCHAS
FELICIDADES EN EL SEÑOR
LITURGIA

En el umbral del día 25, La Misa de Medianoche, que se suele nombrar como MISA DEL GALLO. En
el evangelio (Lc.2,1-14) se recoge el relato escueto del nacimiento, y sus
circunstancias. Dios no quiere nacer en terreno de “alguien” porque quiere ser
para todos. Y elige ese “lugar” indefinido: “mientras estaban allí”…, dice el texto, sin más detalles que la
existencia de un pesebre, lo que da pie a situarlo en un establo de animales. Y
situarlo a medianoche está dependiendo de aquella expresión antigua: Cuando un silencio profundo lo llenaba todo
y la noche llegaba a la mitad de su carrera. Incluye el anuncio del ángel a
los pastores, que se hallaban cerca velando a sus rebaños.
La aparición de Jesús entre los hombres es luz que brilla
en las tinieblas (1ª lectura: Is.9,2-7), y es gracia y presencia de Dios, una
gracia que salva y enseña (2ª lectura: Tit.2,11-14), pero que aparece en
pobreza como señal que se da a los pastores, gente muy humilde, que son los
primeros en recibir la buena noticia.
Al amanecer, la Misa
de la Aurora, formulario centrado en la venida y adoración de los pastores
(Lc.215-20) que alaban a Dios por lo que ven y oyen. María por su parte, como
cofre sagrado, va almacenando todas estas experiencias profundas en su corazón,
que la 2ª lectura resume en dos expresiones riquísimas: ha aparecido la bondad de Dios y su amor al hombre, que San
Jerónimo traduce en la Vulgata como “la
humanidad de nuestro Dios” y su cercanía al hombre. Es así la palabra que
Dios pronuncia tan elocuente: “El Señor
hace oír su voz hasta el confín de la tierra” (1ª lectura: Tit3,4-7).
Desemboca finalmente la liturgia de Navidad, dando un salto
mortal, en la Misa del día, que ya
nos lleva al nacimiento del Verbo de Dios en el seno del Padre, en la
eternidad. Ese Verbo de Dios, que es Dios igual al Padre, en la eternidad, y
que es autor de todo cuanto existe y sin él no se ha hecho nada de lo que
existe (Jn.1,1-18) es también ese Niño indefenso de Belén.
Es el formulario que generalmente encuentran los fieles el
día de Navidad, y en cierto modo deja un poco empinados porque llegan a la Misa
con el espíritu navideño, y se encuentran con unas alturas insospechables de la
teología, las que nos dio San Juan en su evangelio, como inicio de la vida de
Jesús sobre la tierra: Vino a los suyos y
los suyos no le recibieron A los que les reciben les da el poder ser hijos de
Dios, no nacidos de la carne sino de Dios.
Dios se había manifestado a los hombres de muchas maneras a
través del tiempo. Pero ahora lo hace en totalidad, en una sola Palabra que lo
abarca todo y lo dice todo. Esa PALABRA viva y que resonará en adelante, es
Jesús (2ª lectura: Heb.1,1-6).
¡Qué hermosos los
pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la buena noticia, que pregona
la victoria! (Is.52,7-10), apostilla la 1ª lectura.
Queda completado el rico contenido de esta liturgia, que
pretende hacernos vivir en profundidad el misterio de la aparición de Dios
visiblemente en nuestra tierra.
Luego resulta que los creyentes asistimos al nacimiento
real eucarístico, en el que el Dios hecho hombre, hecho niño, pero siendo Dios,
baja al altar en la consagración de las sagradas especies, y lo recibimos
nosotros en nuestro propio corazón, en ese misterio de nuestra fe en el que
quiso quedar encerrado el propio Señor Jesús.
lunes, 24 de diciembre de 2018
24 diciembre: A las puertas de la Nochebuena
LITURGIA
Se está preparando el terreno para el nacimiento de Dios en la
tierra. Y lo primero que hace falta es que en el mundo esté establecida la paz.
Por eso la lectura primera de 2Sam.7,1-5.8-11.16 nos trae el momento del
reinado de David en que se han pacificado todas sus guerras, y el mundo judío
vive en paz.
Es el momento en que el rey puede pensar que él vive en
palacio mientras que el arca de Dios está en una tienda de campaña, y le
consulta al profeta Natán sobre si ha llegado el momento de construir un
templo. El profeta asiente y le anima a construirlo.
Pero esa noche el profeta recibe la comunicación de Dios:
No es David quien construya el templo, ni lo importante está en el templo de
piedra y madera que pueda construir el rey... Y dando un salto vertiginoso en
la historia, se anuncia otra realidad mucho más grande, que llegará también
cuando el mundo esté en paz, y Dios dé a David una dinastía que durará siempre en presencia de Dios y su trono durará
por siempre. Es evidente que esas condiciones no se pueden cumplir en un
hombre. ¡Se está anunciando la llegada de Jesús!, que es el templo de Dios en
quien Dios habita, y cuyo reino no tendrá fin.
El evangelio es el himno de gozo y alabanza que sale de los
labios de Zacarías cuando ha vuelto a poder hablar, tras la imposición del
nombre a Juan. Es el Benedictus, un
himno glorioso que proclama la obra de Dios, y va desgranando la historia que
se realiza en esa obra. Copiémosla y demos ocasión a rezar ese himno en nuestra
exaltación espiritual de este momento ya previo al nacimiento del Hijo de Dios.
«”Bendito sea el Señor, Dios de
Israel”, porque ha visitado y “redimido a su pueblo”, suscitándonos una fuerza
de salvación en la casa de David, su siervo, según lo había predicho desde
antiguo por boca de sus santos profetas.
Es la salvación que nos libra de
nuestros enemigos y de la mano de todos los que nos odian; realizando la
“misericordia que tuvo con nuestros padres, recordando su santa alianza” y “el
juramento que juró a nuestro padre Abrahán” para concedernos que, libres de
temor, arrancados de la mano de los enemigos, le sirvamos con santidad y
justicia, en su presencia, todos nuestros días.
Y a ti, niño, te llamarán profeta
del Altísimo, porque irás delante “del Señor a preparar sus caminos”,
anunciando a su pueblo la salvación por el perdón de sus pecados.
Por la entrañable misericordia de
nuestro Dios, nos visitará el sol que nace de lo alto, para iluminar a los que
viven en tinieblas y en sombra de muerte, para guiar nuestros pasos por el
camino de la paz».
Nos
disponemos ya a cerrar el adviento y entrar en la liturgia de la Navidad, que
se abrirá con una Misa de Vísperas y luego la Misa de Nochebuena. Dispongamos
nuestro espíritu a gozar profundamente de esta rica liturgia que ya llama a la
puerta.
NOTA:
La
realidad de las exigencias de una inseguridad ciudadana, ha dejado
prácticamente sin espacio a la “Misa de la Vigilia”, ya que suele adelantarse
la “Misa de Nochebuena=Misa del Gallo” al final de la tarde, para hacer posible
que los fieles participen de ella sin el riesgo de la medianoche.
También
es verdad que la vida social ha dado a la Cena de navidad un empaque exagerado,
y que mucha gente ha de dedicar más tiempo del que haría falta para llegar a la
medianoche con posibilidad de haber dejado la hora de ayuno eucarístico. La
intromisión de Papá Noel, la entrega de regalos, y todo lo que lleva consigo
esta nueva manera de enfocar ese momento, ha acabado por aconsejar
pastoralmente la celebración temprana –a la caída de la tarde- de la Misa del
gallo, dejando luego rienda suelta a los añadidos que poco tienen que ver ya
con la celebración de la nochebuena desde un fondo verdaderamente imbuido por
el espíritu cristiano.
Deseamos a todos nuestros seguidores una
verdadera celebración del misterio del nacimiento del Hijo de Dios en nuestro
mundo.
domingo, 23 de diciembre de 2018
23 diciembre: 4º domingo C de adviento
LITURGIA
Llegamos al último domingo de adviento. La lectura que marca el
sentido de esta fiesta es la 1ª –Miq.5,2-5, que nos habla de Belén de Efrata, pequeña entre las aldeas de
Judá, pero desde donde está anunciado que va a salir el jefe de Israel, cuyo origen es sin tiempo (eterno). En pie pastoreará con la fuerza del Señor, y
se mostrará grande hasta los confines de la tierra. Es un anuncio concreto
del misterio que va a suceder en Belén. Está puesto ya en los umbrales del
nacimiento como el último aviso que nos
señala la liturgia para prepararnos a la Navidad.
Pero no se pretende en el conjunto de estas lecturas dejar
a la noticia de la venida del Mesías toda la atención. Por eso el evangelio nos
lleva a la forma en que María preparó el tiempo de su parto: no encerrada en sí
misma, no replegada sobre su acontecimiento, sino yendo a prestar un servicio
(Lc.139.45). Precisamente la manera de recibir al Señor, que ella lleva en sus
entrañas, es marchando a la casa de Isabel y sirviéndola en sus necesidades en
aquellos tres meses previos al nacimiento de Juan.
Su llegada provoca la inesperada admiración de Isabel que
recibe el Espíritu Santo y descubre bajo su influencia que María es portadora
del Mesías esperado. El hijo de Isabel da saltos en el vientre de su madre, y
ella prorrumpe a voz en grito: -Bendita
tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre
Se admira de que la madre de su Señor haya venido hasta
ella, y la alaba: Dichosa tú que has
creído, porque lo que te ha dicho el Señor, se cumplirá. La fe no es sólo
creer en unas verdades, cuanto entregarse a la voluntad de Dios, que tiene
predilección por los más necesitados. Y María lo ha cumplido exactamente así.
Precisamente la 2ª lectura, de la carta a los Hebreos
(10,5-10) nos presenta el verdadero valor de hacer la voluntad de Dios. Cristo
en su sacerdocio en favor de los hombres, no quiere holocaustos ni sacrificios.
No quiere el mundo ritual externo, que hasta puede ser contraproducente. Lo que
él ofrece al Padre es un: Aquí estoy, oh
Dios, para hacer tu voluntad, que vale más que todos los holocaustos y
sacrificios que se ofrecen según la ley externa.
Y precisamente por ese hacer Cristo la voluntad de Dios, quedamos todos santificados por la oblación
del cuerpo de Jesucristo, hecha de una vez para siempre.
Es la gran enseñanza que se nos ofrece a dos días del
nacimiento de Jesús, queriendo prepararnos esta liturgia a una salida de
nosotros mismos y de nuestras propias devociones, para entregarnos a la vida
profunda de hacer lo que a Dios le agrada, que no está en las formas externas
sino en la disposición profunda del alma, y en su proyección en el servicio de
los que nos pueden necesitar.
A ello nos conduce la EUCARISTÍA. San Pablo recriminó a la
comunidad de Corinto que se reunía para celebrarla, pero sus disposiciones
interiores no eran las buenas. Y les advierte que eso no es celebrar la cena del Señor. Entonces les exhorta a
analizarse interiormente para que se dispongan a vivir el momento de compartir
y comulgar como acto de una asamblea que participa de los mismos ideales
espirituales y comunitarios.
Concédenos prepararnos al misterio del nacimiento de Jesús con un
corazón desprendido del propio yo.
-
Para que recibamos con alegría la llegada del Señor Jesús a cada uno de
nosotros. Roguemos al Señor.
-
Para que, con espíritu generoso, compartamos la alegría, el gozo, y
bienes personales. Roguemos al Señor.
-
Por la santidad de la Iglesia y el respeto hacia ella, Roguemos al Señor.
-
Porque la Eucaristía nos levante el sentido de participación
comunitaria. Roguemos al Señor.
Danos un sentido de felicitación interior para vivir con
espíritu cristiano las fiestas pascuales.
Por Jesucristo N.S.
sábado, 22 de diciembre de 2018
22 diciembre: Acción de gracias
LITURGIA
Un día que no es fácil casar las dos lecturas, salvo en la acción
de gracias, tanto de Ana como de María de Nazaret.
La historia de Ana venía de lejos. Había rezado en voz
baja, cosa no normal para un israelita, y el Sacerdote de Silo la ha juzgado
ebria. Ella explicó entonces su amargura por no tener hijos y el sacerdote y
ella rogaron juntos al Señor. En la lectura de hoy (1Sam.1,24-28) Ana viene ya
con el hijo a presentarlo al sacerdote y a dejarlo al servicio de Dios, como había
prometido, y a dar gracias por ese hijo que Dios le ha concedido. Y
adoraron a Dios.
Éste es el punto de contacto con el texto evangélico
(Lc.146-36). María ha quedado anonadada por las alabanzas de Isabel, y María
ADORA A Dios, remitiendo hacia él toda esa alabanza. A ella no se le debe nada.
Ella no ha hecho nada para tales alabanzas recibidas. Pero tampoco puede negar
que el Señor ha hecho en ella maravillas. Y entonces se vuelve hacia Dios y
remite todas las alabanzas y las acciones de gracias a Dios, que es quien ha hecho cosas grandes en la pequeñez de su
esclava. Y María rememora datos de la historia de Israel, y va poniendo de
manifiesto que Dios se complace en levantar al pobre, en alimentar al
hambriento, y en hacer cosas maravillosas en la pequeñez de su sierva.
El MAGNÍFICAT es un bella oración que podremos saber de
memoria y que es bueno saberla rezar en acción de gracias a Dios, unidos a la
acción de gracias de María.
Concluye el tema San Lucas adelantándose 3 meses al final
de los hechos, y diciendo que María permaneció en la montaña tres meses (los
que faltaban para el parto de Isabel), y realizada su misión, se volvió a
Nazaret.
De mi libro: ¿Quién es Este?
La misión de María había acabado, una vez que
pasaron los primeros días y primeras atenciones y ayudas. Y María les comunicó
que ya debía regresar. Sus padres la
esperaban…, y era su boda que se había quedado por celebrar. Zacarías
dio los pasos necesarios para el regreso de María en buena seguridad y él mismo
la acompañó a Jerusalén, desde donde partían las caravanas. Con alguna persona
de fiar se envió recado a Nazaret de que María regresaría en unos días –ya muy
concretados- para que esperaran a María en el cruce del camino hacia Nazaret.
Querer explicar el camino es repetir lo poco
más o menos que puede haber ocurrido a la venida. Aunque para María era mucho
más. Y no mucho más porque era el regreso a casa, sino porque ahora será su
boda e irá a casa de José. Y pienso que sería muy seráfico imaginar que María
ya se sabe de antemano lo que eso vaya a ser. Están por ver los planes de Dios,
los planteamientos de aquella boda, el futuro que supondría en una pareja
hebrea. Interrogantes los había a
puñados. Y junto a cada uno de ellos, una respuesta muy clara: “Dios dirá”.
La llegada de la caravana a la encrucijada del
camino de Nazaret se realizó al cabo de varios días, cuando ya había habido esa
sintonía entre los componentes de la misma, a través de varias jornadas. Y
aunque María se mantenía en el círculo femenino, su finura grácil, su alegría
juvenil contagiosa, su servicialidad, su naturalidad…, eran más que apreciadas
por todos. De ahí que la parada de la caravana en el punto convenido tuviera
emoción, gratitud, nostalgia, gozo, y su poquito de pena. María, aquella
muchacha antes tan desconocida por todos, hoy era familiar. Y dejar ya en el
camino y en la despedida –seguramente para no encontrase más-, les resultó a
todos más sensible. María tuvo con ellos esos gestos suyos tan delicados y
agraciados. A más de una de las compañeras de viaje, le había quedado dentro
algo. El encuentro con María no había quedado estéril en el sentir de muchas.
viernes, 21 de diciembre de 2018
21 diciembre: Isabel y María
LITURGIA
Hay una 1ª lectura del Cantar de los Cantares (2,8-14) que está
tomada aquí en lenguaje figurado para adaptarla al evangelio del día, que es el
que lleva la voz cantante. Indiscutiblemente, el Cantar de los Cantares que es
un libro de los místicos, tiene muchos otros sentidos que no son el que hoy le
aplica la liturgia. Hoy se pone esta lectura para significar que María se
acerca a casa de Isabel y que los efectos de ello son sublimes, porque viene
oculto el Hijo de Dios en el seno de su madre, y provoca una reacción de
transformación en Isabel y en el hijo de Isabel. Dicho esto para entender una
lectura que parecería fuera de sitio, pasamos al núcleo del evangelio
Tomado de Lc.139-45, nos cuenta cómo María, cuando ha
conocido –por las palabras del ángel de la anunciación- que su pariente anciana
Isabel está encinta, se ha puesto en camino desde Nazaret a la montaña de Judea
para prestarle a su prima la ayuda que puede necesitar.
Pero apenas saluda María, Isabel entra en emocionado
paroxismo movida por el Espíritu Santo, y empieza a gritar: De dónde a mí que venga a visitarme la madre
de mi Señor. Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre.
El Espíritu Santo le ha revelado a ella que el hijo de las
entrañas de María es “el Señor”. Y su emoción es que María –“la madre de su
Señor”- haya venido a visitarla. Y es que en
cuanto llegó a sus oídos la voz de María, el hijo de Isabel dio saltos de gozo
en su seno.
Y el hijo de Isabel queda santificado en el vientre de su
madre.
De mi libro: Quién es Este
Isabel se calmaba.
María estaba con los ojos bajos, entre extasiada y pudorosa. Y cuando ya pudo
hablar, lo que más me encanta es que María no dijo a nada que no… No podía
decirlo. (Existen personas que parecen quererse como quitar de encima las
alabanzas que reciben. Por supuesto María no es así). Cuanto Isabel le ha dicho
es verdad. ¿Qué es bendita y agraciada entre todas las mujeres? - Es verdad.
¿Qué es bendito el fruto de su vientre? - ¡Sin la menor duda! ¿Qué la llamarán
bienaventurada todas las generaciones? - Lo más seguro. ¿Qué el niño de Isabel
dio saltos en el seno de su madre al saludar Ella, que llevaba dentro al propio
Hijo de Dios? - Pues no le extraña nada…
¿Qué hace entonces
María? Sentirse Ella más nada, más pequeña, y llevar hasta Dios todas las
alabanzas juntas: proclama mi alma la grandeza del Señor,
y mi espíritu se goza profundamente en Dios, mi Salvador. Ahí se vuelve a
Dios todo su ser. Ahí ya pueden caer en Ella todas las alabanzas. Sabe muy bien
que no son de ella ni para Ella. Es el Dios inmenso que mira lo pequeño, que
tiene predilección por el pobre que no es nada…, como lo hizo siempre con
Israel, desde la promesa hecha a Abrahán y su descendencia.
María está sumida
en una inmensa admiración, y así se va desenvolviendo este momento tan
especialmente “explosivo” de su llegada.
Todo se calmó…
Comenzó la vida ordinaria. Comenzaba para ella aquello para lo que había ido… Y
casi a cada instante, como un suspiro de su alma, sentía que estaba proclamando
la grandeza del Señor, que fijó los ojos en Ella, tan pequeña…
Los días en el
pueblo de la montaña entraron en la normal monotonía de la vida cotidiana.
Zacarías, en su mudez, tuvo mucho tiempo para pensar, sopesar, redescubrir más
en profundidad a Dios, al Dios que él no había captado del todo antes de todo
esto.
Isabel y María
realizaban las labores de la casa. Isabel desde su pesadez natural; María desde
esa agilidad de sus pocos años. ¡Y luego, los ratos gozosos en que hablaban de
muchas cosas…, de “sus cosas”, que tanto coincidían en el misterio de Dios!
jueves, 20 de diciembre de 2018
20 diciembre: El misterio de la Encarnación
ESCUELA DE ORACIÓN, 5,30 Málaga.- Viernes 21
LITURGIA
Hoy llegamos en la liturgia prenavideña a uno de los dos grandes
misterios de la fe cristiana. El primero –misterio por excelencia- es el de la
Santísima Trinidad, que jamás se hubiera podido conocer si Dios no lo revela. Y
el segundo gran misterio, el de la Encarnación, esa realidad inaudita de Dios
haciéndose hombre. Realidad que tampoco hubiéramos podido nunca imaginar ni
conocer si Dios no nos lo hubiera manifestado, porque son dos términos tan
diversos –Dios y hombre- que no podríamos nunca haber concebido los humanos que
se juntaran en una misma persona. Pero para Dios fue posible.
Es tan misterio, tan inasequible a la posibilidad humana,
que cuando Dios le propone a Acaz –Is.7,10-14- que pida un signo imposible, le
dice que lo pida en lo alto del cielo, en
lo profundo del abismo, es decir, allí donde no tiene poder el hombre y
sólo puede hacerlo Dios. Acaz se resiste y Dios le da la señal: una virgen encinta que da a luz un hijo, que
es Dios-con-nosotros.
Esa prueba y promesa de Dios tiene lugar, llegada la plenitud
de los tiempos, en el misterio de la encarnación del Verbo, que se encarna en
el seno de una muchachita de una aldea de Palestina, llamada Nazaret. Y el nombre de la virgen era MARÍA,
prometida en matrimonio a un hombre bueno, llamado José.
Dado el dato, José ya no intervine en toda la secuencia.
María es visitada por un ángel de Dios (expresión utilizada en la Biblia muchas
veces para expresar a Dios mismo), que la saluda con unas palabras admirables
que hacen sentir turbación a la joven María. El ángel, entrando adonde ella estaba, le dice: Dios de salve,
agraciada (o pletórica de gracia de Dios); el Señor está contigo, bendita tú
entre las mujeres.
María no acertaba a pensar qué saludo era aquel. Y el ángel
continuó: No temas, María, porque has encontrado
gracia ante Dios (has encontrado su favor). Concebirás en tu seno y darás a luz
un hijo a quien pondrás por nombre JESÚS, Para una mujer hebrea todo esto
era muy significativo. Evocaba a Isaías, a Acaz, a la promesa de Dios, al
“signo en lo alto del cielo o en lo profundo de abismo”, algo muy divino y
especial, que se le estaba anunciando a ella.
Pero había un punto que necesitaba aclarar para ser fiel a
la palabra que se le comunicaba de parte de Dios: ¿qué es lo que el mensajero
divino le decía? ¿Qué se uniera a José para tener un hijo? ¿Qué había llegado
la hora de realizar formalmente su matrimonio? Y preguntó para saber lo que
Dios podía querer: ¿Cómo será eso pues yo
no vivo aun maritalmente con un varón? O lo que podría traducirse en lenguaje
llano: ¿Qué es lo que tengo que hacer?
Y el ángel le revela entonces el misterio: no tiene ella
nada que hacer por su cuenta, porque Dios es quien toma la iniciativa: El Espíritu Santo vendrá sobre ti y la
fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra. Otra imagen bíblica muy
familiar a un hebreo: la nube densa que cubría la Tienda del Encuentro y que
manifestaba así que Dios se había hecho presente. Los israelitas se salían
afuera de sus tiendas y se postraban mientras la nube cubría el santuario, adorando
la presencia de Dios.
Pues esa “nube” del Altísimo era la que iba a cubrirla a
ella, y Dios se le iba a entrar por las puertas de su seno para hacer que el
Hijo de Dios tomara carne en las entrañas purísimas de María. Ella se sintió
anonadada, y sin querer saber ya más –ya lo sabía todo- acogió de rodillas
aquella palabra: Yo soy la esclava del
Señor; hágase en mí según tu palabra No me digas más, no me expliques más.
Yo me siento esclava, y los amos no preguntan a sus esclavos. Sencillamente
hacen. Pues HÁGASE. Y María quedó sumida en un éxtasis, como si no viviera en
este mundo.
El ángel se retiró sin querer sacar a la muchacha de su
arrebato profundo, y sin hacer ruido se marchó. La misión estaba cumplida.
Luego, cuando al cabo de un largo rato se rehízo María,
rememoró las últimas palabras que le había dirigido el ángel de Dios, referente
a la situación de su pariente Isabel, que ya estaba de seis meses la que
llamaban estéril. Que fue como la delicadeza de Dios para “probar” que lo que
había sucedido era una realidad que María misma podría comprobar.
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