domingo, 9 de septiembre de 2018

9 septiembre: Los sordos oyen


Liturgia:
                      Los anuncios mesiánicos señalaban datos concretos de lo que sería la llegada del Mesías. Y entre ellos, repetidamente expresados, estaba que los ciegos verían y los sordos oirían. Esas señales externas eran signos de algo mucho más importante, que era la capacidad para captar la verdad de Dios: oír su palabra en actitud activa de ponerla en práctica; ver las cosas de Dios con una visión de fe. En definitiva se estaba anunciando el cambio de una situación, el momento trascendental en que se recibiría la llegada del Mesías, que vendría a traer la salvación de Dios.
          Todo eso estaba representado por imágenes materiales, que era lo que aquel pueblo podía captar y comprobar: la lengua del mudo hablará y el desierto se convertirá en un manantial. Así la 1ª lectura, tomada de Isaías (35,4-7).

          Cuando llega Jesús (Mc.7,31-37) los anuncios se hacen realidad y tenemos el relato del sordo que presentan a Jesús y que Jesús se lleva aparte y tocándole los oídos, pronuncia la palabra: ¡Ábrete!, y el sordo empieza a oír.
          Es curioso el gesto de Jesús: no hace la curación allí en medio de las gentes. Se lleva aparte al hombre como en un gesto de intimidad y de privacidad. Y allí le da la capacidad de oír y de hablar, cosa que posiblemente no había podido hacer nunca.
          Jesús pretendía que aquello no se comentase y dijo que no lo comunicasen a nadie. Pero es de las cosas en las que no se puede obedecer, porque por una parte la admiración de las gentes, y por otra la enorme alegría del sordomudo que puede oír y hablar, hace imposible que se guarde silencio. Y cuanto más pretendía Jesús que se callasen, más lo publicaban, con aquel estribillo que la gente comentó: Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos. Quedaba ratificado así que Jesús era el Mesías, que hacía real lo que en el Antiguo Testamento era un anuncio y un presagio. Es frecuente que Jesús pretenda que no se divulgue por emociones el reconocimiento de su mesianismo, pero la realidad es que todos esos hechos venían a poner en claro que Jesús era el Mesías esperado, y que lo mostraba con la realización de aquellas señales que venían anunciadas de antemano.
         
          Ya se sabe que la 2ª lectura de los domingos del año va por sus propios caminos y que no está pensada para apoyar el mensaje litúrgico correspondiente. Pero hay días en que puede ser un complemento útil para concretar el argumento principal. Así ocurre en este domingo con la lectura de la carta de Santiago (2,1-5), que es generalmente de tipo práctico.
          Característica mesiánica es la preferencia por los más pobres  y necesitados. Los ciegos, cojos, mudos…, eran una representación del mundo miserable de la época. Y Santiago amplía el horizonte hacia la acogida al pobre económico, al hombre despreciado por su inutilidad en la sociedad. Y propone el caso de una asamblea litúrgica en la que entran un rico y un pobre; uno con sus ropajes y sus anillos, el otro con sus andrajos. E imagina Santiago que al primero se le hace acogida y se le reserva sitio, mientras que al pobre se le deja de pie y, poco más o menos, marginado. Y con esa imaginación por delante, pregunta Santiago: Si hacéis eso, ¿no sois inconsecuentes y juzgáis con criterios humanos?
          Para concluir que Dios ha elegido a los pobres del mundo para hacerlos ricos en la fe y herederos del reino, que prometió a los que le aman.
          Es una afirmación constante la preferencia evangélica por los pobres. Es una constante en la predicación. Es algo que tenemos oído siempre. Pero la realidad general es la que cuenta Santiago, y por tanto que hay en nosotros una incongruencia entre el saber y el actuar, y que actuamos con criterios humanos, quizás como asignatura pendiente que tenemos sin aprobar en nuestro currículum de vida.

          Ojalá que nuestra asamblea litúrgica no caiga –ni de pensamiento- en aquello que nos señalaba Santiago. Y que por el contrario dejemos que Jesús nos abra los sentidos para captar los verdaderos valores de la participación eucarística, que tiene cada vez que hacerse más real y más influyente en nuestro vivir y sentir diario.



Pronuncia, Señor, sobre nosotros aquella palabra: “¡Ábrete!”, para que oigamos tu Palabra y hablemos con criterio evangélico.

-         Sácanos, Señor, del tumulto diario y pon tu mano en nuestro oído para que podamos entender tu enseñanza. Roguemos al Señor.

-         Danos, Señor, hablar y vivir de acuerdo con tu Palabra y pensamiento. Roguemos al Señor.

-         Infunde en nuestro interior un sentido de atención al pobre. Roguemos al Señor.

-         Haznos vivir la Eucaristía como llamada constante que nos haces a mejorar nuestras actitudes. Roguemos al Señor.

Sabemos que nos queda un trecho para asimilar tu Palabra, pero confiamos en que irás tejiendo en nosotros una vida más acorde con tus principios evangélicos. Te lo pedimos a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.

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