Liturgia:
Los anuncios mesiánicos señalaban
datos concretos de lo que sería la llegada del Mesías. Y entre ellos,
repetidamente expresados, estaba que los ciegos verían y los sordos oirían.
Esas señales externas eran signos de algo mucho más importante, que era la
capacidad para captar la verdad de Dios: oír su palabra en actitud activa de
ponerla en práctica; ver las cosas de Dios con una visión de fe. En definitiva
se estaba anunciando el cambio de una situación, el momento trascendental en
que se recibiría la llegada del Mesías, que vendría a traer la salvación de
Dios.
Todo eso estaba representado por imágenes materiales, que
era lo que aquel pueblo podía captar y comprobar: la lengua del mudo hablará y
el desierto se convertirá en un manantial. Así la 1ª lectura, tomada de Isaías
(35,4-7).
Cuando llega Jesús (Mc.7,31-37) los anuncios se hacen
realidad y tenemos el relato del sordo que presentan a Jesús y que Jesús se
lleva aparte y tocándole los oídos, pronuncia la palabra: ¡Ábrete!, y el sordo empieza a oír.
Es curioso el gesto de Jesús: no hace la curación allí en
medio de las gentes. Se lleva aparte al hombre como en un gesto de intimidad y
de privacidad. Y allí le da la capacidad de oír y de hablar, cosa que
posiblemente no había podido hacer nunca.
Jesús pretendía que aquello no se comentase y dijo que no
lo comunicasen a nadie. Pero es de las cosas en las que no se puede obedecer,
porque por una parte la admiración de las gentes, y por otra la enorme alegría
del sordomudo que puede oír y hablar, hace imposible que se guarde silencio. Y
cuanto más pretendía Jesús que se callasen, más lo publicaban, con aquel
estribillo que la gente comentó: Todo lo
ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos. Quedaba
ratificado así que Jesús era el Mesías, que hacía real lo que en el Antiguo
Testamento era un anuncio y un presagio. Es frecuente que Jesús pretenda que no
se divulgue por emociones el reconocimiento de su mesianismo, pero la realidad
es que todos esos hechos venían a poner en claro que Jesús era el Mesías
esperado, y que lo mostraba con la realización de aquellas señales que venían
anunciadas de antemano.
Ya se sabe que la 2ª lectura de los domingos del año va por
sus propios caminos y que no está pensada para apoyar el mensaje litúrgico
correspondiente. Pero hay días en que puede ser un complemento útil para
concretar el argumento principal. Así ocurre en este domingo con la lectura de
la carta de Santiago (2,1-5), que es generalmente de tipo práctico.
Característica mesiánica es la preferencia por los más
pobres y necesitados. Los ciegos, cojos,
mudos…, eran una representación del mundo miserable de la época. Y Santiago
amplía el horizonte hacia la acogida al pobre económico, al hombre despreciado
por su inutilidad en la sociedad. Y propone el caso de una asamblea litúrgica
en la que entran un rico y un pobre; uno con sus ropajes y sus anillos, el otro
con sus andrajos. E imagina Santiago que al primero se le hace acogida y se le
reserva sitio, mientras que al pobre se le deja de pie y, poco más o menos,
marginado. Y con esa imaginación por delante, pregunta Santiago: Si hacéis eso, ¿no sois inconsecuentes y
juzgáis con criterios humanos?
Para concluir que Dios ha
elegido a los pobres del mundo para hacerlos ricos en la fe y herederos del
reino, que prometió a los que le aman.
Es una afirmación constante la preferencia evangélica por
los pobres. Es una constante en la predicación. Es algo que tenemos oído
siempre. Pero la realidad general es la que cuenta Santiago, y por tanto que
hay en nosotros una incongruencia entre el saber y el actuar, y que actuamos
con criterios humanos, quizás como asignatura pendiente que tenemos sin aprobar
en nuestro currículum de vida.
Ojalá que nuestra asamblea litúrgica no caiga –ni de
pensamiento- en aquello que nos señalaba Santiago. Y que por el contrario
dejemos que Jesús nos abra los sentidos para captar los verdaderos valores de
la participación eucarística, que tiene cada vez que hacerse más real y más
influyente en nuestro vivir y sentir diario.
Pronuncia,
Señor, sobre nosotros aquella palabra: “¡Ábrete!”, para que oigamos tu Palabra
y hablemos con criterio evangélico.
-
Sácanos, Señor, del tumulto diario y pon tu mano en nuestro oído para
que podamos entender tu enseñanza. Roguemos
al Señor.
-
Danos, Señor, hablar y vivir de acuerdo con tu Palabra y pensamiento. Roguemos al Señor.
-
Infunde en nuestro interior un sentido de atención al pobre. Roguemos al Señor.
-
Haznos vivir la Eucaristía como llamada constante que nos haces a
mejorar nuestras actitudes. Roguemos al
Señor.
Sabemos que
nos queda un trecho para asimilar tu Palabra, pero confiamos en que irás
tejiendo en nosotros una vida más acorde con tus principios evangélicos. Te lo
pedimos a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
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