jueves, 6 de septiembre de 2018

6 septiembre: Pescadores de hombres


Liturgia:
                      Pablo insiste a los corintios que constituyen la comunidad cristiana para que sean sencillos. (1ª,3,18-23). Que nadie os engañe; si alguno de vosotros se cree sabio en el mundo, que se haga necio para llegar a ser sabio. Parece un trabalenguas pero es fácil de entender. No  vale la sabiduría que usa el mundo. Por eso, si alguno se viera por ese aspecto como más entendido, que se renuncie a esa sabiduría del mundo y así se haga necio a los ojos de ese mundo, que será la manera de entrar en la otra sabiduría de Dios y de los valores cristianos.
          La picardía del mundo es necedad y Dios “caza  a los sabios en su astucia” y penetra su sabiduría que es vana, vacía, huera. Así, pues, que nadie se gloríe en los hombres. Y la razón es ya de orden mucho más alto: Todo es vuestro, vosotros sois de Cristo y Cristo es de Dios. Todo es vuestro: Dios ha puesto en las manos del hombre toda su riqueza, la cual depende de “ser de Cristo”, de acoger la vida de Cristo y los pensamientos de Cristo. Y esos pensamientos son nada menos que los pensamientos de Dios. Por lo que “ser todo nuestro” supone acoger el pensamiento de Dios y actuar acordes con Dios.

          Lc.5,1-11 es un momento básico en la vida de Jesús, y en definitiva en la vida misma de la futura iglesia. Es el momento en que Jesús comienza a reclutar gentes para estar a su vera. Aquí comienza lo que será un día el colegio apostólico, y en definitiva el germen de la Iglesia de Jesucristo.
          Jesús predicaba. Se ha venido de Cafarnaúm y lo tenemos en la ribera del Lago de Genesaret. Hablaba a las gentes, que se entusiasmaban tanto con él que ya lo atosigaban y apenas podía hacerse escuchar de las gentes.
          Vio dos barcas que estaban en la orilla, porque sus propietarios habían bajado a la arena y se dedicaban a recomponer sus redes. Jesús, para tomar un poco de distancia y poder dirigirse a la gente, se subió a una barca, que venía a ser la de Simón, ya viejo conocido. Y pidió a Simón y Andrés que la apartaran un poco de la orilla para así poder dominar mejor con su voz al amplio auditorio que le había seguido. Se sentó en la barca y habló a la gente. Y podemos pensar que Simón disfrutaba de ver que su barca servía al Maestro para su enseñanza. No podemos perder de vista el carácter de Simón, un tanto simple y deseoso de figurar.
          Jesús dejó de hablar. Y lo que menos imaginaba Simón era el paso siguiente: Jesús le pide que reme un poco mar adentro, y que eche las redes para pescar. La verdad es que pasaba de ser el Maestro a un hombre un tanto curioso y que se mete en el terreno del pescador. Y ahí Simón le sale al paso y le advierte que no hay pesca; que han pasado toda la noche intentándolo y que esa noche no hay pesca alguna. Con todo, Simón no quiere desairar al predicador y, bajo su palabra, echará las redes, aunque a sabiendas de que es inútil.
          Y la sorpresa surge cuando hay una pesca abundantísima, que casi hace reventar la red, y que tiene Simón que llamar a los otros pescadores, sus socios, los hijos de Zebedeo, para que vengan a ayudar y a aprovechar el fruto de aquella inesperada pesca. Lo que se traduce en alegría, admiración y temor. Aquel predicador le ha ido a la mano, y Simón teme que eso puede suponer algo más que la pesca. Y entonces, pretendiendo curarse en salud, se arroja a los pies de Jesús y le pide que se aleje…, que lo deje tranquilo…, que le deje sus pescas y su independencia… El asombro se había apoderado de Simón y de los que estaban con él, al ver la redada de peces que habían cogido.
          Pero ya era tarde… Jesús, tanto a Simón como a Andres, como a Santiago y a Juan, les augura otro porvenir que el de la pesca. Y dirigiéndose directamente a Simón, Jesús le dice: No temas; desde ahora serás pecador de hombres. En realidad era para los cuatro ese presagio. De tal manera que ellos sacaron las barcas a tierra y dejándolo todo, le siguieron.
          Debió ser un momento emocionante, una aventura que se les abría ante los ojos… Que dejaron barcas, jornaleros y familia, y que se lanzaron a un misterio total que era el irse tras aquel hombre que les había subyugado, y que lo que les prometía era igualmente misterioso: ser pescadores de hombres.

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