sábado, 22 de septiembre de 2018

22 sepbre.: ¿Cómo resucitan los muertos?


Liturgia:
                      Una vez defendido el hecho de la resurrección de los muertos, como algo que implica la misma resurrección de Jesucristo y, por tanto, nuestra fe y nuestra propia resurrección, San Pablo se mete ahora en explicar lo que él puede afirmar sobre esa resurrección nuestra: 1Co.15,35-37.42-49. ¿Cómo resucitarán los muertos?¿Qué clase de cuerpo traerán? La verdad es que no es una pregunta ajena a la manera de pensar de muchos actualmente, que querrían tener respuesta muy concreta a ese modo de resurrección que habremos de tener. Y lo cierto más cierto es que no hay respuesta a ello porque entra dentro de otras dimensiones que no está en nuestra mente poder captar. San Pablo lo explica con una comparación: el grano de trigo que muere, resucita de una forma muy distinta a como se enterró. Y es el mismo grano pero con toda la variedad de una vida nueva.
          Y lo quiere concretar con unas contraposiciones: se siembra lo corruptible, resucita incorruptible: se siembra lo miserable, resucita glorioso; se siembra un cuerpo animal, resucita un cuerpo espiritual.
          Y en forma rabínica se va a la comparación del primer Adán, que fue terreno y pecador y destruyó el plan de Dios, pero de esa estirpe nació el nuevo Adán que fue celestial y causa de la santidad. Pues nosotros que somos imagen del Adán terreno, ahora somos ya imagen de este nuevo Adán celestial.
          Todo ha de desenvolverse por vía de comparaciones porque lo que sea la realidad de ese mundo nuevo no lo sabemos ni lo podemos captar con nuestras categorías humanas. Lo que tenemos seguro es que resucitaremos, y que esta resurrección será a otra realidad que nos pone en el campo de lo celestial.

          El evangelio ya es hasta difícil de comentar cuando es un tema tan conocido y tratado como la parábola del sembrador: Lc.8,4-15. Por eso no puede esperarse que yo vaya a dar muchas ideas nuevas sobre el caso. Mi pensamiento está siempre en esa aplicación personal que hemos de tener para no hacer de la parábola una distinción maniquea de buenos y malos sino una reflexión profunda sobre cada uno de nosotros, en quienes se dan o se pueden dar esos diversos “terrenos” donde cae la semilla de la Palabra, y sin embargo tiene tan diversas respuestas. Porque hay temas que los hemos asimilado y los estamos llevando decentemente adelante, con una respuesta del ciento por uno (Lucas no pone situaciones intermedias del 30 o del 60), y temas que los tenemos en la recámara, de lo que somos más o menos conscientes, pero parece que nunca aterrizamos sobre el modo concreto de vivir aquella Palabra, aquella llamada del Señor.
          Pero yo apunto siempre a más todavía: en cada uno de nosotros hay zonas que han quedado como terreno duro en el que la Palabra ha rebotado y se la llevan “los pájaros”…, que Cristo explica por la acción del demonio que arrebata la Palabra que tendría que asimilarse. Ya conocéis mi dicho: Son “zonas no bautizadas”, zonas a las que no ha llegado el bautismo santificador que tiene que ablandar esas durezas que se dan en nuestro inconsciente profundo. Zonas que no es que no se tengan conocidas y concretadas, pero a las que no les toca el Espíritu y quedan impermeables a la conversión.
          Jesús lo explicaba con parábolas a la gente del pueblo porque eran así más capaces de enterarse de lo que Jesús quería trasmitir. Y no cabe duda que nos sirve también a nosotros la parábola y nos deja la imagen para rumiarla en nuestra oración.
          A los discípulos se la explicaba para que comprendieran con más profundidad y porque así ellos podían también darla a las gentes. A los discípulos les es concedido penetrar en los secretos del Reino con la influencia directa de las explicaciones de Jesús. Las gentes que, tantas veces ven sin ver y oyen sin oír, hay que dosificarles la enseñanza.

          Quiera Dios que encontrarnos con esta parábola, y pese a ser tan conocida, la afrontemos con valentía del alma para plantearnos la llamada de Jesús con toda la fuerza. Que echemos raíces y no nos agoste el fruto la superficialidad de la vida, ni que las preocupaciones y temas del mundo nos ahoguen esa siembra de Dios en nuestros corazones. Sabemos que hay muchos cardos y brozas que nos están estorbando nuestro caminar, pero de ello hemos de salir victoriosos por la decisión de un corazón blando, permeable a la acción de Dios, capaz de dar el ciento por uno. El que tenga oídos para oír, que oiga.

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