Liturgia:
Como decía ayer, el libro de los
Proverbios es un conjunto de máximas, afirmaciones y, en el fondo, juicios que
lo que hay es que leerlos y entenderlos y aplicarlos. 21,1-6.10-13 sigue esa
línea, que yo opto por copiar y hacerles a las frases algún que otro
comentario.
El corazón del rey es una acequia que el Señor canaliza adonde quiere. Diremos
que ¡ojalá fuera así!
El hombre juzga recto su camino, pero el Señor pesa los corazones. El que
procede de una manera, cree llevar razón, pero Dios es quien ve realmente dónde
está la verdad.
Practicar el derecho y la justicia el Señor lo prefiere a los
sacrificios. Es una afirmación fácil de entender
Ojos altivos, corazón ambicioso; faro de los malvados es el pecado. El pecado
es todo eso. Quien vive sumergido en una situación de pecado, quiere llevar la
razón; está henchido de su soberbia.
Los planes del diligente traen ganancia, los del atolondrado, indigencia. Otra
expresión que firmaríamos todos.
Tesoros ganados con boca embustera, humo que se disipa y trampa mortal. La
mentira acaba descubriéndose, No se sostiene, Y acaba siendo una trampa contra
el mentiroso.
El malvado se afana en el mal, nunca se apiada del prójimo.
Castigas al cínico y aprende el inexperto, pero el sabio aprende oyendo
la lección. El hombre prudente aprende estudiando,
escuchando a los maestros. El cínico requiere de castigos.
El honrado observa la casa del malvado y ve cómo se hunde en la
desgracia. Sería aquello de la casa construida sobre arena.
Quien cierra los oídos al clamor del pobre no será escuchado cuando
grite. Una afirmación de mucha importancia, y muy rayando ya en el evangelio de
Jesús. El pobre que clama es voz de Dios mismo que se nos hace presente desde
la necesidad.
Un breve
evangelio (Lc.8,19-21) y muy conocido y mil veces tratado. Un texto que cae mal
a algunas personas porque interpretan que Jesús deja en menos atención a su
madre. Aunque entendido en su realidad no es menos aprecio de nadie, pero sí
profundo aprecio de la voluntad de Dios.
Jesús se hallaba enfrascado
en su predicación a un gentío de personas que le escuchaban y recibían el
mensaje del reino. En esa circunstancia vienen a él su madre y sus parientes
con el deseo de verlo, y le mandan recado: Tu
madre y tus hermanos están fuera y quieren verte.
Podríamos imaginar a Jesús
que suelta su manto y deja a las gentes con tres palmos de narices y él se va a
ver a sus parientes y a su madre. ¿Nos gustaría esa escena? ¿Nos resultaría
ejemplar? Es claro que no. Si Jesús está en una labor y con un auditorio, lo
normal es que siga en aquello hasta que concluya normalmente su obra.
Hace unos días estábamos
dos hablando y resolviendo temas. De pronto mi interlocutor saca el whats-aap y se pone a escuchar sus cosas
y me deja con la palabra en la boca. ¡Eso es lo que no hizo Jesús con sus
oyentes, a pesar del aviso que le daban!
Entonces, con una de esas
salidas que a él le gustan en orden a dejar clara una posición, señala al
auditorio y afirma que en ese momento su
madre y sus parientes son aquellos que tiene delante, que escuchan la
palabra de Dios y la ponen por obra.
Hay quienes consideran que
la importancia de María es ser Madre de Jesús y Madre de Dios. Otros lo sitúan
en su privilegio de ser Inmaculada en su concepción. La realidad que Jesús nos
deja muy clara es que la grandeza de María fue la de la mujer que escuchó la
palabra de Dios, y se dispuso toda entera a llevarla a la práctica.
El anuncio del ángel era
muy bonito, elevaba la vida de aquella muchacha y a nosotros nos parecería un
sueño. Pero más allá del anuncio de la maternidad divina, María –mujer hebrea
que tenía en su mente la Sagrada Escritura, como cualquier judío- sabe que el
anuncio que se le está haciendo encierra todo el sufrimiento del Siervo de
Yawhé anunciado por Isaías, y tantos detalles mesiánicos que no anunciaban un
camino de rosas. Y no obstante, si Dios se dirigía a ella en este momento y
contaba con ella, no le quedaba más respuesta noble que la del SÍ. Y María, que escuchó la voz de
Dios, aceptó de plano todo lo que se venía con aquel fiat incondicional.
Pues eso exactamente es lo
que Jesús dejó claro en aquella respuesta. Y todo el que escucha la palabra de
Dios y la cumple, es la madre y los hermanos de Jesús.
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