viernes, 21 de septiembre de 2018

21 sepbre.: Los muertos resucitan


Comienza HOY en Málaga
la ESCUELA DE ORACIÓN,
con su formato habitual de TEMA, seguido de EUCARISTÍA,
a las 5’30 de la tarde en el Salón de actos de la casa de los jesuitas.
ABIERTO A TODO EL QUE QUIERA ORAR MEJOR.

Liturgia:
                      Seguimos con el capítulo 15 de la primera carta de Pablo a los fieles de Corinto, que es uno de los capítulos más  importantes de la fe cristiana. Ayer lo veíamos en la proclamación del kerigma, que abarca los puntos esenciales de la doctrina cristiana. Hoy, en 12-20 Pablo fundamenta la fe en el hecho de la resurrección de Jesús, porque si Cristo no hubiera resucitado, nuestra fe sería vana y seriamos los más desgraciados de todos los humanos porque habríamos puesto nuestra fe en lo que no existe.
          Pero hay que ir más a la base: algunos decís que los muertos no resucitan. Si eso fuera así, tampoco Cristo habría resucitado lógicamente. Y entonces, ¿nuestra fe dónde se apoyaría? ¿A quién estaríamos siguiendo? ¿A un muerto?
          Pero vamos a otras consecuencias: decimos que los cristianos somos testigos de Dios. ¿Testigos de qué? Damos testimonio de una resurrección que no sería realidad… Resultaríamos unos embusteros y en algo tan básico y fundamental.
          Y más todavía: si los muertos no resucitan y Cristo no ha resucitado, estamos en nuestros pecados sin haber sido redimidos, y los que murieron antes que nosotros se han perdido.
          Para una comunidad cristiana –y a ella se dirige Pablo- no cabe pensar –ni remotamente- que los muertos no resucitan, porque nuestra fe está fundamentada sobre la resurrección de Jesucristo. Y Jesucristo ha ido delante como primicia, y los demás seguimos sus pasos. Cristo resucitó de entre los muertos el primero de todos.

          Es curioso que el SALMO (16) escrito tantos siglos antes de Jesucristo, ya apunta la esperanza de la resurrección: Al despertar, me saciaré de tu semblante. Habrá ciertamente un “despertar” que no sólo será volver a la vida sino que pondrá de cara al encuentro de Dios, a ver el semblante de Dios. Para lo cual, ya ahora aquí en vida, necesita el salmista que Dios le guarde como a las niñas de sus ojos…, a la sombra de sus alas, de manera que haya un paso hacia ese despertar en la presencia de Dios.

          El evangelio de hoy no da mucho juego para un desarrollo. Lc.8, 1-3, nos narra con toda simplicidad que Jesús iba recorriendo pueblos y ciudades y aldeas predicando la Buena Noticia del reino de Dios. La novedad que nos ofrece el breve texto de hoy es que no era una obra que  desarrollaba él solo, y ni siquiera él con sus apóstoles, sino que se había formado un grupo más amplio en el que entraban unas mujeres que él había curado de malos espíritus y enfermedades. Esto es muy típico de Lucas, que suele meter a la mujer en muchas ocasiones en que ha contado algo de los varones. Aquí ha nombrado a los apóstoles que acompañaban a Jesús, y pone entonces a algunas mujeres que le servían y ayudaban. Aquellas mujeres, en las que Jesús había obrado sus obras de sanación, servían de testimonio abierto de la obra de Jesús. Y tiene un valor especial que el evangelista nombre a esas mujeres con sus propios nombres, porque eso da una prestancia a su presencia en aquel grupo. Iba María Magdalena, de la que Jesús había echado siete demonios; Juana, la mujer de Cusa, intendente de Herodes; y Susana. Y otras muchas de las que dice expresamente que ayudaban “con sus bienes”. La mujer, pues, tiene una misión en la obra de Cristo, y eso quedará patente a través de la historia en la vida de la Iglesia, donde la mujer ha tenido una importancia en ese papel de ayuda para la expansión del Reino de Dios.

          Otra línea de la LITURGIA iría por la fiesta de hoy, día del apóstol y evangelista San Mateo. Véase detrás.

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