sábado, 15 de septiembre de 2018

15 septiembre: Madre dolorosa


Liturgia: La Virgen de los Dolores
                      El Concilio Vaticano II suprimió el “viernes de Dolores” pero no la celebración de los Dolores de María, que vino a situarse en el 15 de septiembre, a continuación de la fiesta de la Exaltación de la Cruz. Es la fiesta que tenemos hoy delante, y a cuya liturgia nos vamos a referir en esta página del blog.
          La 1ª lectura está tomada de la carta a los hebreos (5,7-9) y como siempre ocurre en las conmemoraciones de la Virgen, hay mínimos textos que hablan expresamente del caso. Lo que la carta a los Hebreos nos pone delante se refiere a Jesucristo, y se ha de leer poniendo el pensamiento en María, comprendiendo que los sentimientos de Jesús fueron completamente participados por su Madre, sobre todo en aquellos momentos finales de Jesús en que ella estuvo más al tanto de los sucesos que se desarrollaban contra su Hijo, como muy lógicamente puede pensarse, pues María no se quedó al margen de todo el proceso que se estaba haciendo con Jesús. Ya en el antiguo y tradicional vía crucis la devoción popular hizo de una de sus estaciones un encuentro de Jesús con su madre. Y aunque ese hecho no está corroborado en los evangelios, es perfectamente imaginable como una realidad que tuvo que darse en el dolor de una madre que veía toda la injusticia que se cometía con el Hijo de sus amores.
          Lo que la carta a los Hebreos nos transcribe es que Cristo en los días de su vida mortal, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, y fue escuchado por su actitud reverente. Cómo fue escuchado no es precisamente liberándolo del suplicio y la afrenta y la tortura sino que Él, a pesar de ser Hijo, aprendió sufriendo a obedecer. Es la escucha que tiene Jesús. No se le libra de la muerte sino que la vive como un holocausto ofrecido al Padre, en obediencia suprema en el sufrimiento.
          La consecuencia a la que lleva el autor de la carta es que llevado a la consumación, se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación eterna. María, asociada plenamente a la obra de su Hijo, también aprende sufriendo a obedecer, y halla en la consumación del Hijo –en su muerte- la salvación eterna. Los dolores de María no son inútiles ni para ella ni para sus otros hijos, porque ella es constituida mediadora y partícipe de la obra de Jesús.
          El evangelio sí va directamente a la realidad de María, asistente al pie de la cruz, de todo lo que sufre su Hijo, y donde el dolor se hace más profundo cundo Jesús decide hacer testamento y lo hace donando a su Madre a los hombres. Es un cambio muy desventajoso porque supone que Jesús ya está abocado a la muerte y que en su lugar deja a su Madre el cuidado de los otros hijos, los hombres, representados en la persona innominada del discípulo que tanto quería el Señor: MUJER, ahí tienes a tu hijo. Y a la par, dirigiéndose al discípulo: Ahí tienes a tu madre.
          No cabe duda que era un cambio penoso para aquella Madre, que verdaderamente es Madre Dolorosa de esa ingente multitud de hijos que Jesús le ha encomendado, y que ella acoge y recibe con toda su alma, pero que eso no quita que la permuta es amarga.
          Creo que no hay que explicar de nuevo por qué Jesús utilizó el nombre de “Mujer”. Hay que elevarse a las páginas del Génesis en las que Dios se dirige a la serpiente y le dice: “Pondré enemistades entre ti y LA MUJER” refiriéndose precisamente a la mujer elegida por Dios para introducir en el mundo al Redentor. Por tanto “la Mujer” tiene ya unas connotaciones de anuncio mesiánico y queda elevada a la dignidad de colaboradora en la obra de la Redención, según aquellos planes eternos de Dios, que en nada merman la obra del Mesías, pero al que queda asociada LA MUJER. Así, con esa fuerza bíblica la nombra Jesús en un momento tan trascendental de la historia de la salvación.
          Simeón le anunciará a María que ser la Madre de aquel Niño que introduce en el templo, le va a suponer una espada que le traspasará el alma. Y la devoción popular le ha trasladado a María aquellas palabras de Jeremías: Escuchad los que pasáis por el camino y ved si hay un dolor como mi dolor.

          Al nombre de “Virgen de los Dolores” se une el de “Virgen de las Angustias”, “Virgen del mayor dolor”…

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