lunes, 3 de septiembre de 2018

3 septiembre: Jesús en su pueblo


Liturgia:
                      San Pablo tiene especial interés por manifestar a los fieles de Corinto que no es su sabiduría ni sus cualidades lo que viene a poner ante las conciencias. 1Cor 2, 1-5. Ni sabiduría humana ni poderío humano, y que toda la fuerza de su predicación está en Jesucristo, y no en los milagros de Jesucristo sino en JESUCRISTO CRUCIFICADO.
            En consecuencia me presenté ante vosotros débil y temeroso; mi palabra y mi predicación no fue con persuasiones de sabiduría humana, sino en la manifestación del Espíritu, para que vuestra fe no se apoye en la sabiduría de los hombres sino en el poder de Dios. Es lo que interesa a Pablo recalcar. Seguimos, pues, en la línea de la humildad, la pobreza… Máxime cuando lo que trae es el evangelio, que no depende de la fuerza de los hombres porque en él actúa la gracia y la fuerza de Dios, que así confunde a los sabios y fuertes de este mundo.

            El Evangelio de hoy (Lc 4, 16-30) es la visita que Jesús hace a su pueblo, que bien podemos imaginar que iba con muchas ilusiones, pensando en esa oportunidad que tenía de llevar a sus conocidos y paisanos el tesoro de su mesianismo… Había salido de allí sin ser otra cosa que el hijo del carpintero, y volvía pudiendo darles el tesoro del reino de Dios. Aparte de su gusto de volver a ver a su madre y pisar aquella casa que le había visto crecer y vivir.
            Jesús venía precedido de esa fama que le habían dado sus milagros en Cafarnaúm, lugar cercano a Nazaret y que por eso mismo había trascendido su peculiar hacer después de haber salido del pueblo no hacía tanto tiempo.
            Llegó el sábado. Fue religiosamente a la sinagoga como hacía cada sábado como buen judío, y el jefe de la sinagoga lo invitó al estrado, como solía hacerse con alguien que destacaba por su vida. Y le entregó el rollo del profeta Isaías que tocaba en aquella ocasión. Jesús, puesto en pie leyó: El Espíritu del Señor sobre mí. Me ha enviado para dar la buena noticia a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista. Para dar la libertad a los oprimidos, para anunciar el año de gracia del Señor. Omitió un versículo que no estaba en la misma línea que el resto del texto. Enrolló el pergamino y se sentó, ante la expectación de sus paisanos, que tenían toda la atención centrada en él.
            Jesús comenzó aplicándose a sí mismo aquel texto, definiéndose como Mesías anunciado por Isaías: Hoy se  cumple esta Escritura que acabáis de oír. Y todos expresaban su aprobación y estaban admirados de que había leído las palabras de gracia. Lo que significaba que aprobaban que hubiera omitido el verso que no eran palabras de gracia. Por decirlo así, se había ganado el beneplácito del auditorio.
            Pero simultáneamente se plantean los asistentes una cuestión  sobre Jesús: ¿No es éste el hijo de José? Podía tener doble sentido. Uno, creciendo la admiración de que ese Jesús de Nazaret hubiera adquirido aquella sabiduría desde que salió de allí. Y lo que para unos era motivo de admiración y atención, para otros suponía una fuente de dudas: ¿qué podía decir el hijo de José?
            El hecho fue que en el murmullo que se produjo en la sinagoga Jesús quiso poner en claro que no son las apariencias lo que cuenta, y que poner la fe en él y en lo que él decía, era exactamente un tema de fe en la Escritura y en el proyecto de Dios.
            Y les puso delante dos casos en los que el plan de Dios iba por otros derroteros que los de la lógica israelítica. Dos momentos en los que Dios se volcó fuera de Israel, haciendo su obra con dos paganos, una vez con el gran profeta Elías y otra con Eliseo. Para Dios, pues, no cuentan los planteamientos de supremacía de Israel.
            Y esto los puso furiosos y cambiaron la admiración por el despecho, y del despecho pasaron a la protesta y de la protesta a la violencia. Lo echaron de la sinagoga, le empujaron, y pretendieron acabar con él. Jesús corrió delante de ellos para librarse de sus iras, hasta que se detuvo y se volvió a sus perseguidores y los miró con tal fuerza que se quedaron parados. Entonces se fue hacia ellos, pasó por medio y se alejaba…, en un movimiento de abandonar su pueblo para no volver más a él.

            Habían tenido el tesoro en sus manos… Lo habían despreciado. Y ya no volverán a tenerlo.

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