sábado, 27 de mayo de 2017

27 mayo: La fidelidad de María

Virgen fiel
          Cuando San Ignacio de Loyola sitúa la aparición de Jesús a su Madre como única contemplación desarrollada de la Vida Gloriosa, abre el cauce de la aparición del Resucitado a toda el que crea. Los evangelios no traen esa aparición porque no era una prueba para la fe de los destinatarios de los relatos evangélicos. Y porque –como dice el propio Ignacio- basta con tener entendimiento para dar por sentado que María fue la primera persona que vio a su Hijo resucitado.
          Pero lo que está debajo de esa aparición es el encuentro de la Iglesia con Jesucristo triunfador del pecado y de la muerte, vencedor de los enemigos que pretendieron acabar con su obra. La “aparición” que tenemos ahí es la aparición a María como PRIMERA CREYENTE, y por tanto la aparición de Jesús a todo creyente. Se está condensando en ese punto la expresión de Jesús de que son bienaventurados los que creen sin haber visto. Ahí estamos nosotros, todos nosotros.
          María es así la Virgen fiel y en su abrazo al Hijo resucitado está provocando la fe de todos los creyentes, y trasmitiendo el abrazo de todos. Esa oración de la liturgia de la celebración eucarística: no mires nuestros pecados sino la fe de tu Iglesia, debe ser para nosotros un punto que acentuar porque es la Iglesia entera la que cree y la que pone su tesoro de fe a disposición de los fieles. Cada uno somos un pecador y no tenemos méritos que presentar para poder vivir el misterio eucarístico. Pero juntos, somos LA IGLESIA, y en ella está depositada la fe misma de María, que nos enseña a creer por su misión de madre y maestra.
          Nuestra fe está bajo la protección de María. Sabe ella muy bien que su Hijo le dio el encargo de esos hijos, y que todos juntos son la prolongación de su Hijo Jesús, quien se marcha de este mundo pero se queda todos los días hasta el final de los tiempos… Y ahí sabe ella que tiene su misión. Esa Iglesia que dura mientras el mundo sea mundo, está encargada a su Corazón de Madre, y en esa Iglesia acaricia ella a sus hijos, como el encargo del HIJO que así se ha querido quedar y estar presente a ella misma y a esos creyentes que somos nosotros. Estamos bajo la protección de la VIRGEN FIEL a través de los siglos. Además se encierra bajo esa advocación toda la personalidad de María, que fue fiel a Dios en los más mínimos detalles. Fiel a la voluntad de Dios, fiel a los extraños caminos de su Hijo, fiel en los momentos de alegría y en los duros de la Pasión. María no falló a Dios y no nos falla a nosotros, porque su vida es la vida de la persona que se ha tomado en serio la fe plena en el misterio de Cristo y en el mismo misterio de la Iglesia.

          El momento que recoge San Juan en el evangelio de hoy (16,23-28) está centrado en el tema de la oración de petición como oración eficaz cuando pidamos al Padre en el nombre de Jesús. Pedid y recibiréis para que vuestra alegría sea completa. Incitación a la oración en la que el fiel se dirige al Padre en el nombre de Cristo. Y les dice que ahora va a hablarles del Padre sin comparaciones. Y la gran afirmación (que muchos tendrán que coger muy en serio) es que ya vayamos directamente al Padre en nuestra oración, porque ya no os digo que yo rogaré al Padre por vosotros, pues el Padre mismo os quiere. Digo que esta afirmación de Jesús la tienen que tomar en serio muchos devotos, que todavía sienten recelo de ir a Dios para hacerle sus peticiones o presentarle sus necesidades. Jesús ha afirmado claramente que él no tiene que intervenir necesariamente. Él ha hecho ya su obra de intercesión. Ahora EL PADRE OS QUIERE y podéis ir directamente al Padre.

          Evidentemente no es que Jesús se quita de en medio. Razona la fuerza de esa oración al Padre que podemos hacer y nos explica que “vosotros ya me queréis y creéis que yo salí de Dios. Salí del Padre y he venido al mundo; ahora dejo el mundo y me voy al Padre”. Por tanto la obra de Cristo como el intercesor necesario en la obra de la redención queda patente. Pero supuesta esa redención ya realizada por Jesús –que se ha ido al Padre-, nosotros podemos acudir a uno u otro porque es la misma oración. Nos escucha el Padre, nos escucha el Hijo. Nos mueve el Espíritu Santo desde el interior de nosotros mismos, como ese Espíritu de Dios que Jesús nos ha dejado para que el Espíritu nos vaya conduciendo a la verdad plena. Es el Dios habitualmente presente en el corazón del creyente que vive en Gracia de Dios, y que ha hecho de nosotros su “sala de estar”, su “templo”, para ser ese Dios presente que nos mueve a orar, nos inspira el bien y nos previene contra el mal.

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