lunes, 22 de mayo de 2017

22 mayo: Los enfermos

Salud de los enfermos
          María es consuelo de tantos enfermos que padecen sus carencias, debilidades, dolores, sufrimientos… Para muchos de ellos es el ancla que les une a la eternidad; para otros es la unión a la que fue madre del martirizado del dolor, Jesús su Hijo.
          Cada día se construyen más hospitales. Cada día hay más personas necesitadas de atenciones médicas. Cada día se multiplican los geriátricos. Miles y miles de personas que sufren en la vida. Unos, desde su edad ya avanzada; otros, en edades en que la vida debiera sonreírles y depararles el gozo de cada mañana. Unos enfermos terminales y otros que aguardan su curación. Las “urgencias” repletas cada día, las enfermedades cada vez más raras y más resistentes.
          Para los que sufren cada situación de esas sin una mirada de fe, son realidades más desesperanzadas: sufrir para morir, sufrir para más sufrir. Para quienes tienen fe, la enfermedad les une a los padecimientos de Cristo, y a la esperanza en la fuerza sobrenatural. Siempre hay una puerta de salida que se vive con confianza y en paz. Ahí en esa puerta, está siempre María.
          Y está María en el grupo de muchos creyentes difusos, que han perdido o no han alcanzado una madurez en su fe, pero que siempre estuvieron acogidos a la figura de la Madre del Cielo. Ahí está María como “salud de los enfermos”, como consuelo, como agarradero, como invocación perenne: ¡Madre mía!
          Enfermos del cuerpo, que son más compadecidos. Enfermos de su ánimo, que son menos reconocidos, pero que son enfermos sufrientes en grados insospechables, tanto más cuanto que no se les puede consolar porque llevan dentro de su propio pensar la raíz de su enfermedad.
          Enfermos que a sí mismos se hacen enfermos por las drogas, el vicio, la maldad inoculada en sus sentimientos por una educación mala, por unos ambientes hostiles, por un desmembramiento de sus hogares… Enfermos humanamente irrecuperables porque les faltan los resortes donde poder acogerse para levantarles el sentido de los valores. Porque han perdido su conexión con el espíritu que eleva y da valor al alma. ¿No es ahí donde tenemos que recurrir a María, porque es ese hilo tenue que puede liberar a esas pobres criaturas desahuciadas de la vida?
          ¿Y los enfermos actuales, enfangados en el sexo, buscado alocadamente, sin contenido alguno que no sea la mera sensación egoísta? Sexo impersonal, encerrado en páginas pornográficas como penoso alimento de gentes que  no consiguen ya dominar su afán de sensaciones bajas? ¡Qué lejos de la limpieza del Corazón de María! ¡Y sin embargo en muchos se siegue manteniendo el lazo que les aferra a la Madre, verdadera salud de su enfermedad!
          Y los enfermos del alma, los “crónicos” del pecado, de la ausencia de lo espiritual, ignorantes de la Gracia, ajenos al valor de lo sobrenatural, alejados ya de todo valor ético, moral y religioso… Pues María no los ha dejado de su mano. María sigue siendo salud de los enfermos, y tanto más cuanto que ahí se juegan la salud eterna, y María no está por dejar perder a esos hijos que –de seguro- le rezaron de niños, le felicitaron con sus Avemarías, llevaron colgada su medalla o puesto el escapulario… Son verdaderas maromas que unen a María con esas almas hoy desgraciadas, pero que no han abominado de esa Madre…
          María salud de los enfermos, que todos necesitamos sentirnos muy cogidos de su mano, y a la que nos aferramos hoy en este día del mes de Mayo que le dedicamos con las mejores oraciones de que somos capaces. Que ella dirija a nosotros sus ojos misericordiosos en este valle de lágrimas, y después de este destierro nos muestre a Jesús, el fruto bendito de su vientre.

          El evangelio de hoy (Jn 15, 26 a 16, 4) es muy simple de explicar. Jesús ha prometido su Espíritu Santo, que Él enviará desde el Padre, el Espíritu de la Verdad que procede del Padre, que será el que dé testimonio de Jesús.

          Pero juntamente tenemos que dar testimonio nosotros por la fuerza de ese espíritu, sabiendo que la muerte de Jesús es presagio de nuestro morir, cuando los enemigos de la fe actúen contra los creyentes (porque primero han atacado a Jesucristo). Lo harán porque no han conocido al Padre ni a Jesús. Jesús nos lo avisa con tiempo para que no nos escandalicemos el día que la persecución se vuelva contra nosotros. Los mártires numerosos de final del Siglo XX y lo que va del XXI son un presagio de esa muerte que anuncia Jesús.

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