jueves, 18 de mayo de 2017

18 mayo: La alegría

Causa de nuestra alegría
          La Virgen María es causa de nuestra alegría. La gran alegría del católico es vivir en unión a Jesús, gozar de su vida y ejemplo y participar de su resurrección. Evidente es que María es la persona que más ha vivido cada momento de esos, y que el gozo de María era el gozo de Jesús. A María no la podemos imaginar nunca sumida en la tristeza. Que sufrió, y mucho, y que no hay dolor como mi dolor, es verdad. Pero nunca fue la tristeza que hunde y el dolor que aplasta. Hasta en el momento de la cruz, se nos dice expresamente que estaba de pie. Permanecía erguida. Hecha polvo en sus sentimientos y abierta a Dios en su alma.
          Pero a la hora de imaginar el devenir diario de María, no la podemos imaginar una mujer cabizbaja, melancólica, entristecida. Todo lo contrario: imaginamos a María con un semblante alegre, atrayente, que inspira cercanía, que atrae la relación de los que la tratan. Aquella mujer de Nazaret que se sale a compartir ratos de costura a la puerta de las casas de sus vecinas y parientes, necesariamente la vemos con su porte risueño, su buen humor, su visión optimista de la vida. En el semblante de María se dibuja siempre la sonrisa. Pararnos ante María y querer observarla, nos tiene que ganar el alma y levantarnos una alegría, como la del niño que se queda fijo en el rostro de su madre y eso le basta para sentirse feliz.
          María hace mucha falta en el mundo de hoy. ¿No observamos en las gentes –y en nosotros mismos- un entrecejo que da a conocer que nos falta la alegría? ¿No observamos por la calle que las personas van ensimismadas en sus preocupaciones y que falta la alegría contagiosa del saludo, del pararse a conversar con el conocido? ¿No nos da envidia cuando observamos a unos jóvenes sanos que ríen abiertamente o dibujan unas facciones de satisfacción? Yo confieso que me causan mucha envidia (en el sentido vulgar de la palabra: que echo de menos reír, sonreír, llevar las comisuras de los labios más cerca de las orejas). Es una envidia que no desdeña esa alegría de otros, y que quisiera ver de pronto cambiarse el mundo por la alegría que se rezumara de todos los semblantes.
          Echo de menos saber mirarme en el espejo de María y que María pudiera verse reflejada en mi sonrisa abierta y franca. Echo de menos reír siquiera una vez al día, pero con una risa natural y placentera.
          Luego hay una realidad: que tras un rostro serio bullen las pajarillas de la alegría interna, esa que deja dormir a pierna suelta y que vive el momento a momento con un gozo profundo. Una realidad que disfruta como ese niño que ve a su madre, y que nosotros podemos imitarlo parando nuestros ojos en la candidez sublime de la Mujer más alegre, que –desde el Cielo- nos está sosteniendo en sus brazos, en los que podemos sentirnos partícipes de su maravillosa alegría.

          Jn 15,9-11: Como el Padre me ha amado, así os he amado yo. Solemne comienzo del evangelio de hoy. Sublime realidad que no sabemos ni barruntar, porque tendríamos que saber captar cuál es el amor del Padre a Jesús. No lo podemos ni imaginar. Pero en esas dimensiones infinitas, cabe “comprender” cuál es el calibre del amor de Jesús a nosotros.
          Permaneced en mi amor. Otra inmensa afirmación, auténticamente mística. “Permanecer EN” equivale a la unión substancial que adquiere el injerto en el tronco en que es injertado. Por tanto: tomando de su vida, participando de su fuerza, acabando por formar una unidad con el tronco principal. Y con esa maravilla que supone que el tal tronco acaba manifestándose variado en cada injerto. El injerto expresa el modo concreto en que el tocón esencial sale hacia la vida y se comunica con el resto. Al final, resulta que la imagen que el mundo adquiere de Dios y de Cristo es la imagen que da el injerto…, el permanecer EN el amor de Dios y expandirlo por doquier, de manera que lo que queda a la vista del pueblo es el “fruto” que el injerto produce.

          Y, como venido a pelo, concluye este breve evangelio con una exhortación a la alegría: Os he hablado de esto para que mi alegría estén vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud.

1 comentario:

  1. Hoy resulta difícil definir el AMOR. La gente , mucha gente, confunde el amor co el deseo o la posesión. Pero éste no es el AMOR del que nos habla el Evangelio; el "agape", el AMOR de donación que no espera ninguna recompensa en la tierra. Para amar así hay que estar injertados en Cristo, de lo contrario, no tenemos la fuerza necesaria. Sin embargo, hay que ejercitarse en la práctica de este amor que debe acompañarnos en todos los momentos de nuestra vida. Sería deseable que los esposos practicaran este tipo de amor, en la compañía de Cristo que es nuestro Amigo fiel que nunca falla, y que en la pequeña Iglesia doméstica, se practique "el agape" a fin de que nuestros hijos puedan conocer el amory, sobre todo definirlo.

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