martes, 23 de mayo de 2017

23 mayo: Consultar a María

Madre del buen consejo
          De nadie bien nacido se puede esperar un mal consejo. Una persona leal, aconseja bien. El que está liberado de pasiones, no tiene en su alma un resentimiento. El que ha sido ofendido pero es de corazón noble, no lleva la ofensa hasta el recelo y la venganza. ¡Tantos más casos que podéis añadir! De una MADRE bien nacida y bien cultivada por Dios…, leal y limpia de pasiones (que no sean la pasión del amor), y de sentimientos nobles, nunca podrá salir un mal consejo. Al contrario: de su corazón limpio van a surgir todas las disculpas, todas las buenas ideas, todas las consideraciones más blancas, toda la nobleza que se alberga en un corazón donde sólo cabe el amor.
          -¡Es que me han hecho una mala jugada!, puede decirle alguien. –“Habrá sido sin querer, sin darse cuenta”. -¡Es que me han perjudicado en mi buen nombre! –“Dios te lo dará por otro lado. -¿Es que mi compañero de clase me ha pegado! –“Tu no pegues nunca a nadie; y a lo mejor tú debes pensar por qué lo ha hecho…”
          Pienso que si de cada trance en que somos víctima, tuviéramos un minuto de mirada a María, y le contásemos lo que nos ha ocurrido, acabaríamos encontrando una “explicación” en el corazón de esa Madre… Lo que no hallaríamos jamás es un juicio peyorativo de aquella persona, y menos aún una incitación a tomar represalias, a actuar correspondiendo con una violencia. María es MADRE DEL BUEN CONSEJO y ella nos va a llevar siempre a ese lado de la bondad en el que nosotros también acabemos juzgando bien, encontrando una explicación o una mitigación a aquello, y quitándole importancia…, y ¡a empezar de nuevo porque aquí no ha pasado nada!
          ¿Alguien puede pensar que después de una “consulta” con la Virgen María, puede salir uno con sus malos pensamientos y sus malos ímpetus?
          Se me viene al recuerdo la anécdota real de aquel desesperado de la vida que decidió ahorcarse para no sufrir más. Pero muy devoto de María, quiso hacerlo como una oblación a la Virgen del Carmen. Preparó un rústico altarcito en la torre de su casa, colocó una imagen de la Virgen con sus dos velas, y echó la soga por la viga para dejarse caer y morir ahorcado. Pero con cierta “prudencia” no se dejó caer de pronto sino que fue probando poco a poco hasta que la soga empezó a hacerle daño y sintió que aquello no era un juego tan rápido. Y echando una mirada a la imagen, y separando la soga del cuello con sus dos potentes manos, le dijo a la Virgen: Marecica: ¿vamos a dejarlo p’a luego? La Virgen había sido MADRE DEL BUEN CONSEJO, desde su improvisado altar de la torre de aquel desdichado. Y como esos ¡habrá tantos!
          Siempre encomendaremos a María nuestros momentos difíciles, nuestras decisiones, nuestras reacciones que iban a ser espontáneas…, nuestros problemas, nuestras desesperanzas, nuestros desánimos. Incluso nuestros pecados que nos atormentan y que nos avergüenzan…, esos que muchas veces no sabe uno cómo expresar y va dilatando la confesión porque no se atreve… Consultarlo a Maria, Madre del buen consejo, y hallar el modo de salir de ese atolladero (y no es hablar de memoria ni de situaciones que nunca se hayan dado). María aconseja, pone palabras en la boca y sentimientos en el corazón. Con María hallaremos la salida.

          Jn 16,5-11 trae más “materia” sobre la que detenerse. No me preguntáis ‘adónde vas” sino que por haberos dicho que ‘me voy’ os ha invadido la tristeza. Sin embargo os conviene que me vaya porque si no, el Paráclito no vendrá a vosotros. Y cuando venga Él, dejará convicto al mundo del pecado de no haber creído en mí; de una justicia y santidad y triunfo de la bondad, porque voy al Padre, y de una condena: la condena de este mundo porque con mi muerte el príncipe de este mundo quedará condenado.

          Creyó el mundo haber triunfado contra Cristo el día que lo llevó a la cruz y pensó haber acabado con él y con su doctrina. Sin embargo queda iluminada la gloria de Dios (la JUSTICIA=SANTIDAD de Dios), y tendrá que acabar creyendo en Jesús (mal que le pese), porque ese mundo y sus principios contra Cristo y su Evangelio van a quedar condenados para una eternidad.

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