sábado, 8 de octubre de 2016

8 octubre: Creyentes no practicantes

Liturgia
          Gal 3, 22-29 es más para seguirlo despacio que para explicarlo, pues la explicación casi se ha de reducir a una relectura del texto en cuestión.
          Empieza diciendo Pablo que la Sagrada Escritura presenta al mundo prisionero del pecado. Siguiendo la comparación que puse hace días, desde el momento que se produjo el primer pecado y quedó alterado el orden de Dios, el mundo está metido de lleno en una situación de apartamiento de Dios: es el accidentado de carretera que ya no puede hacer nada por sí mismo, y sólo depende de que alguien pase y le tome para llevarlo a un hospital. La imagen de Adán y Eva saliendo del Paraíso  y un ángel con espada de fuego custodiando el camino al árbol de la vida, expresa bien a las claras la situación del género humano: envuelto en el pecado…, imposibilitado para el bien.
          Pero llega desde fuera el que auxilia, Cristo. Y ahora el accidentado puede esperar por su fe en su salvador. No son sus fuerzas, ni la ley de mandatos y prohibiciones la que salva, sino Cristo. Y el caído puede esperar en Cristo. La fe en Cristo le salva. Hasta ahora tuvo unas muletas: la ley, como niñera. Ahora es llevado en volandas. Ya no hace falta la niñera, porque somos hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús (el abandono en sus brazos redentores). Esos brazos son de tal calibre que abarcan a todos y abrazan a todos. Si la ley dividía entre judíos y paganos, ahora Cristo une a todos en una misma realidad: su Sangre. Por eso ya no hay distinción de judíos y gentiles, esclavos y libres, hombres y mujeres, porque todos sois uno en Cristo Jesús. Y consiguientemente la promesa de salvación que Dios hizo a Abrahán abarca ya a todos, y todos sois herederos.

          Tenemos en el Evangelio el texto más que repetido de aquella mujer que se emocionó con Jesús: Lc 11, 27-28. A Jesús lo habían acusado de hacer sus milagros con el poder de Belzebú (evangelio de ayer). Jesús no sólo demuestra el absurdo de aquella acusación sino que explica el peligro que tiene ese demonio expulsado cuando se le da pábulo: que reúne 7 espíritus peores que él y acaba viniéndose al sitio de donde salió y hace los finales mucho peores que los principios. [Explico: malo es pecar, pero el pecado de un acto es corregible: el “demonio” puede ser vencido. Pero si la persona no toma en serio su corrección, el acto se convierte en hábito, y el pecado puntual se va convirtiendo en vicio… Y es mucho peor y más difícil de desarraigar: los finales son mucho peores que los principios. Así acababa el evangelio de ayer].
          Y una mujer sencilla del pueblo lo escucha, lo acoge como una palabra muy sabia y muy real, y prorrumpe en una alabanza a Jesús: Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te criaron, forma oriental de decir algo que se nos escapa a nosotros de forma mucho más directa: “Bendita sea la madre que crió”. Era una admiración por la persona de Jesús y el acierto de su respuesta.
          Jesús quiere elevar tal alabanza a su verdadero contenido: no es él, por ser “Jesús”, el único dichoso por una respuesta bien dada; lo verdaderamente importante y dichoso es escuchar la palabra de Dios y ponerla en práctica. Con lo cual devolvía cariñosamente la alabanza y la hacía revertir sobre la misma mujer que la había hecho, y sobre todo el que escucha la palabra de Dios y la lleva a cabo. Y por tanto es la dicha de cualquiera de nosotros si cumplimos esas condiciones.
          De ahí se sigue el absurdo radical de ese amplio conjunto de personas que hoy se declaran “creyentes no-practicantes”, porque están “cumpliendo” (Dios sabe cómo) la primera parte de esa “dicha” (“escuchan la palabra de Dios”…, que es mucho decir), pero no viven la segunda parte: no practican. Y si no practican, no pueden alcanzar la dicha que ha pronunciado Jesús.

          He dicho que “escuchan la palabra de Dios…, que es mucho decir”: porque nadie que realmente escuche, puede quedarse al margen de la práctica. Y la experiencia del trato con esas personas da el resultado de que están lejos de esa palabra de Dios, a la que acogen muy parcialmente, y no en determinadas facetas de vida real, que anda lejos de la enseñanza del evangelio. Es que no existe el “creyente” que pueda ser al mismo tiempo “no practicante”. ¿Qué creen en Dios? ¿En qué Dios? ¿En qué dios de bolsillo, de propia hechura, al que se le puede manipular para vivir la voluntad propia y no lo que Dios ha enseñado? Porque la realidad es que esos tales, ni siquiera cumplen de verdad los DIEZ mandamientos básicos de la Ley de Dios.

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