domingo, 23 de octubre de 2016

23 octubre: Pobreza que redime

Liturgia            DOMUND
          Celebra la Iglesia universal el día de LAS MISIONES. En los rincones más alejados de la Tierra, hay una avanzadilla de la fe, unos hermanos nuestros que creen en el mismo Dios y reconocen al mismo Jesucristo Salvador. Todo gracias a los misioneros que dejaron sus tierras, sus familias, sus comodidades…, y se marcharon a trasmitir la fe a aquellos pueblos.
          Nosotros no somos ajenos a esa misión de la Iglesia. Somos parte de la misma Iglesia, que hemos caído en el “lado de acá”, con nuestras ventajas humanas y culturales y económicas. Por eso mismo somos llamados a participar activamente de la vida de esa iglesia misionera. Y primero con nuestra oración y nuestra preocupación cristiana, deseosos de que ellos tengan los medios necesarios para vivir pacíficamente la fe de la Iglesia. Y segundo, poniendo nuestros medios económicos al servicio y colaboración de esas Misiones, que necesitan de todo para poder desenvolverse con medios suficientes o mínimos en lo más indispensable para sobrevivir.
          Y no perdamos de vista que muchas de esas avanzadillas misioneras se desenvuelven en circunstancias muy duras, incluso de persecución, y que viven la fe de modo heroico, expuestos a toda clase de contrariedades y vejaciones.

          La liturgia de hoy se desenvuelve bajo un signo peculiar: Dios no es parcial contra el pobre. (Ecclo 35, 15-17. 20-22). Lo podemos decir en positivo, a la luz de lo que sigue. Dios es parcial a favor del pobre: escucha las súplicas del oprimido, no desoye los gritos del huérfano y la viuda cuando repite su queja; sus penas alcanzan el favor de Dios y su grito alcanza las nubes…
          ¿Y quién es el pobre? Porque podemos identificar pobreza real con pobreza económica. El SALMO (33) nos aclara que el pobre es el que está afligido, atribulado, abatido… El pobre es aquel que sufre una carencia y sólo puede esperar su solución de la ayuda de Dios.
          De ahí el evangelio del día: Lc 18, 9-14. Presenta dos cuadros absolutamente desiguales. El fariseo llega al templo con toda su superioridad. Ora erguido, y su “oración” no pide nada, no presenta necesidad alguna. Lo que hace es presentar sus méritos y justificarse así ante Dios, de quien nada tiene que recibir: Oh, Dios: yo no soy como los demás hombres, adúlteros, ladrones, injustos, ni como ese publicano… Yo pago, yo ayuno… Por eso el fariseo ha venido más a pasar factura a Dios por sus propios méritos que a suplicar y pedir ayuda. El da gracias por ser como es y no necesita de nada ni de nadie. En realidad, ni de Dios. Por eso no suplica. Sencillamente le dice a Dios: “aquí estoy con mis riquezas humanas”.
          ¿Era más rico económicamente que aquel otro hombre publicano? No necesariamente. Su riqueza era su soberbia, su engreimiento, su considerarse mejor que todos los hombres. Esa era su riqueza, la que le alejaba de Dios.
          El publicano se había quedado a lo lejos. Su actitud era de ojos bajos, sin atreverse a mirar al cielo. Dándose golpes de pecho y repitiendo una humilde oración que suplicaba a Dios: Señor, ten misericordia de mí que soy un pecador. Éste sí oraba. Éste se veía necesitado. Éste recurría a Dios. Éste era el verdaderamente pobre, aunque pudiera ser económicamente rico.
          Por eso concluye Jesús la parábola con esa solución final: el fariseo no salió justificado de allí. El publicano, sí. Su oración había sido recogida por Dios. Su oración había traspasado los cielos.
          Por eso nuestra actitud ante Dios no puede ser la de presentar nuestros meritos, nuestras obras buenas, que más que confesar parece que algún penitente se acerca a justificarse, como si tuviera que cubrirse ante el confesor y ante Dios. Dios no es parcial contra el pobre sino a favor del pobre, y Dios acoge precisamente al que llega como pobre pecador y necesitado de la misericordia de Dios. Ese es el que sale perdonado, y el “otro, no”, dice Jesús.

          La EUCARISTÍA de hoy acoge nuestro espíritu misionero con ese encanto que debe producirnos saber que en los lugares más alejados y desconocidos por nosotros, hoy se eleva Jesucristo como Sagrada Hostia por la redención de toda la humanidad. El mismo Cristo que comulgamos nosotros, comulgarán ellos, los que tengan hoy el privilegio de tener un sacerdote que consagre el pan… Y pedimos que Dios se vuelque en todo pobre que reconoce su carencia y que acude a Jesucristo en demanda de ayuda y perdón.



          Con espíritu misionero suplicamos al Dios de la vida.

-         Para que la Iglesia siga evangelizando en los países y lugares más remotos, Roguemos al Señor.

-         Para que cada uno de nosotros excite en sí su celo misionero, anhelando que Jesucristo sea conocido y amado en todo lugar, Roguemos al Señor.

-    Para que la predilección de Dios por los humildes nos induzca a un conocimiento de nuestra pobreza, Roguemos al Señor

-         Para que vivamos esta Eucaristía en unión con nuestros hermanos lejanos que también la celebran, Roguemos al Señor.


Dios del amor y de los que viven la humildad en su corazón: con la oración del publicano te pedimos que tengas misericordia de nosotros, que somos pobres pecadores.

          Lo pedimos por medio de Jesucristo N.S.

2 comentarios:

  1. Ana Ciudad9:33 a. m.

    La oración es, de nuevo , en este domingo el tema del Evangelio de este domingo.De muchas maneras nos quiere decir el Señor que la oración nos es absolutamente necesaria para seguirle. Sabemos bien que la fidelidad a la oración o su abandono son la prueba de la vitalidad o decadencia de la vida religiosa o de la fidelidad cristiana.
    Tambien late, en la parábola , la idea de la humildad.Jesús quiere que acudamos a Él como hijos pobres y necesitados siempre de su misericordia. No nos debe preocupar que a veces no tengamos un especial sentimiento en la oración, no sentir nada ante Dios. En estos períodos, debemos esforzarnos más en la oración.No importa si no podemos hacer más que permanecer en silencio junto a Él"No se está malgastando el tiempo", al contrario,no existe tiempo mejor ganado que aquel que hemos "perdido" junto al Señor.

    ResponderEliminar
  2. Junto al Señor, nunca perdemos el tiempo, Jesús está a nuestro lado, completando lo que falte a nuestra oración para ofrecérsela al Padre que la recibe de las manos de su Hijo y nos alcanza unos frutos infinitos.

    Jesús no alaba al cobrador de impuestos por su conducta, lo alaba por su humildad. El ayuno y la limosna del fariseo, es de suponer que eran ejemplares; pero no lo era su actitud soberbia y prepotente, de una autocomplacencia exagerada ante Dios, de Quién, como él es tan perfecto, se atreve a esperar felicitaciones y premios ilimitados.

    En cambio, el publicano se considera tan indigno y tan poquita cosa ante Dios que , no pudiendo , ofrecer ningún mérito propio ni hacer otra cosa que implorar la misericordia divina, allí se ha quedado cabizbajo, reconociendo su triste realidad...

    Cuando Dios nos hace sentir nuestra poquedad y su presencia amorosa que nos humilla y nos alza, surge dentro de nosotros un rechazo hacia el pecado y una gran vergüenza por no amar como somos amados. No podemos pensar en nuestras presuntas buenas obras, porque se anteponen nuestros graves pecados de omisión y de indiferencia que nunca dejamos de cometer y que Dios siempre nos perdona...Soy una criatura muy pecadora y perdonada.

    ResponderEliminar

¡GRACIAS POR COMENTAR!